Alice Rohrwacher: «Una identidad sólo es una en superficie, pero bajo ella laten muchas otras.»
Con motivo de la entrega que se le realizó del premio D’A, el galardón honorífico que concede el certamen de la Ciudad Condal, tuvimos la ocasión de charlar con la cineasta italiana con respecto a su nuevo trabajo en colaboración con la revistas Núvol y Mutaciones. En la charla, hablamos sobre el proceso de creación y el mito a raíz de su nuevo largometraje, La quimera.
¿Cómo es el proceso de ideación de tus personajes? El protagonista de ‘Lazzaro Feliz’, siempre benigno, recuerda por ejemplo al príncipe Mishkin, de ‘El idiota’ de Dostoyevski.
Alice Rohrwacher: Creo que hay una profunda conexión entre el protagonista de Lazzaro feliz y el de La quimera, pensando en la concepción de la bondad. Son diferentes entre sí pero tienen una característica común, basada en la idea del enigma que les rodea y que incapacita al espectador para simpatizar con ellos del todo. Lazzaro es demasiado bueno, parece que no tenga pensamientos ocultos y que siempre esté en todas partes, mientras que el otro parece que no esté en ninguna, ya que está envenenado por su propio dolor. Entramos en contacto con estos personajes pero sin identificarnos. Por decirlo de otro modo, busco suscitar una actitud distinta a la que sería la reacción emotiva ante el héroe. Esto genera una pregunta, claro está, de hasta qué punto tenemos que entrar en la historia, de la mano de los personajes, y apropiarnos de ella. Hay muchas formas de mirar, ello no sólo tiene que consistir en arrojar una mirada para aferrarnos a algo que vemos. Desde esta perspectiva, parece que estos protagonistas nos rechacen, pero a la vez podemos desarrollar una especie de empatía o amor hacia ellos.
¿Cómo los definirías, entonces?
A.R.: Ambos pueden ser considerados héroes mitológicos, es decir, es más importante lo que se ve en ellos que su propia mirada. Todos ven algo en Lazzaro, pero él está abstraído, hasta el punto de que destaquen otros personajes de su alrededor que cuentan muchas cosas. En ese sentido, busco una verdad en la narración per se, aunque sus personajes portadores no la garanticen.
Me gustaría que nos hablaras de tu conexión, en términos familiares y de sensibilidad cinematográfica, con la ruralidad, las personas del campo y con lo provinciano.
AR.: Por absurdo que pueda parecer, siempre se me ha considerado una extranjera en mi tierra, más allá de que mi padre viniese de fuera. Siempre me he sentido arraigada a mi localidad natal, pero al mismo tiempo, entiendo mi mirada desde una doble vertiente entre lo cercano y lo ajeno, lo concreto y lo universal, como si a veces contemplara desde la luna la región italiana de la que provengo. Uno no debería olvidar que este mundo, pese a sus guerras, tragedias y momentos de felicidad, es realmente un cuerpo celeste, que si hubiese estado más cerca del sol sería un desierto y si hubiese estado más lejos sería un bosque de hielo. Cada mañana deberíamos despertarnos pensando, aunque sea brevemente, en el azar y la casualidad que conlleva el hecho de que estemos aquí.
¿De dónde proviene tu interés por temas como la memoria, la identidad y la cultura que nos caracteriza, vista desde este punto de mira más relacionado con el mito?
A.R.: Siempre es bonito reflexionar sobre estas cuestiones desde la metáfora de las raíces, por ejemplo. Me gusta hablar, en el cine, sobre el amor como posibilidad de desplegar raíces, contraponiendo a las personas con las plantas. Estas expanden sus raíces en otras plantas, mientras que el protagonista de La quimera está totalmente desarraigado, y busca sus raíces. La raíz de este hombre estaría plantada en otro lugar, y el personaje sigue un determinado hilo a lo largo de la película, casi de forma inconsciente. Entonces, hablar de esto a nivel político resulta ridículo, en la medida en que se hable de las raíces como garantía de una pureza nacional. No hace falta tener mucha experiencia para entender que las raíces sirven para unirnos y no para separarnos, creando una red, aunque sólo veamos la planta en superficie. Es decir, una identidad sólo es una en superficie, pero bajo ella laten muchas otras. La película se ubica en un contexto que acoge la actividad de los saqueadores de tumbas, pues es un momento en el que la memoria se ha convertido en una mercancía. La memoria y el recuerdo ya no son intactos y pueden estar sujeta a la compraventa, como en nuestro actual panorama económico y social.
¿Eres una persona religiosa? En caso contrario, ¿qué relación tienes con la religión, lo trascendente y con el esoterismo?
A.R.: No tengo vinculación directa con ningún tipo de religión, pese a que La quimera se pregunte por el lugar de dónde venimos, en unos años donde emerge un profundo materialismo en el corazón de las personas. Los ‹tombaroli› (el grupo de saqueadores) no harían lo que harían si no existiera un mundo como este, en el que ya nada es invisible. Lo tangible no puede ignorarse, circunstancia que hace mella en el aprecio por el pasado. Por este motivo, me interesa que la película dé cuerpo a lo invisible, pues me gusta pensar que hay algo más que lo que aparece delante nuestro, algo diferente, y no es necesario concederle nombre a ese algo que pueda haber. Podemos pensar en la atención del alma, sobre la que teoriza Simone Weil, basada en el ser hospitalario que aparece cuando se confía en el contacto con lo invisible o lo indeterminado.