Charlamos con Alessandro Pugno y Natacha Kucic a raíz del estreno de su nueva película, Animal/Humano.
Rubén Téllez: ¿Cómo surge la idea de la película?
Alessandro Pugno: Estaba trabajando con Natacha en otro proyecto, ella había producido A la sombra de la cruz, que era un documental anterior, y vi un fotomontaje de un torero que parecía arrepentirse frente a un toro. Surgió una pregunta sobre el tema de la empatía y vimos la posibilidad de contar la vida de un niño que quiere ser torero y de un toro que va a ser toro, o que tiene que ser toro. Hay algo de tragedia griega. Empezamos a investigar y de ahí surgió todo.
Natacha Kucic: Sí, de hecho, dejamos el otro proyecto enterrado porque esta idea nos pareció increíble. Alessandro siempre dice que es la última tragedia griega, donde hay dos héroes de los que nos enamoramos; sabemos que uno de los dos va a morir, no sabemos quién, pero sabemos que va a acabar mal, y a los dos los queremos. Esa idea me parece increíblemente poderosa y valiente desde un punto de vista de escritura y de creación cinematográfica.
R.T.: ¿Fue muy complicado sacar el proyecto adelante?
A.P.: Diez años (risas). Primero, unos pocos años de investigación. Yo venía del mundo del documental, y estuvimos mirando este mundo. Al mismo tiempo, escribimos varias versiones de guion. Luego la búsqueda de producción, de financiación. Un rodaje bastante complicado para ser una ópera prima; muchas semanas con animales… Todo lo que Hitchcock decía que no hay que hacer: niños, animales, noche, lluvia. Además, el rodaje fue en marzo, que hace dos años, en Sevilla, fue uno de los meses más lluviosos. Fue un proceso largo.
N.K.: Cuando estábamos coproducción en Italia, hablé con un productor italiano bastante conocido y me dijo: «el proyecto no está mal, pero no es para un director principiante. Un director principiante tiene que hacer una película de cuarenta secuencias máximo, dentro de una habitación». Nosotros rodamos en dos países, en localizaciones de campo, con un montón de niños. Ha sido una locura. Una gran aventura.
R.T.: ¿El proyecto ha sufrido muchos cambios desde que lo ideáis inicialmente hasta que termina convirtiéndose en película?
A.P.: La idea de una película que obligara al espectador a que fuera de una sensibilidad a otra, a cuestionarse y hacerse preguntas, y que mantuviese este doble nivel de la parte arquetípica y la parte del individuo; la mantuvimos siempre. Hubo un cambio mayor, que fue cuando se decidió ambientar la historia del niño en Italia, en vez de en España. Intentamos situar la historia más como una fábula que como una lectura sociológica o cultural.
N.K.: No queríamos dar la impresión de que uno se convierte en torero por la presión social o cultural, sino que puede haber causas psicológicas más profundas, o causas filosóficas.
A.P.: Queríamos centrarnos más en la dimensión interior que en la dimensión de la sociedad. La idea de cambiarle la nacionalidad te podía abstraer de eso.
R.T.: Ya que habláis de tragedias griegas, ¿hubo alguna que os inspirase en concreto mientras escribíais el guion?
A.P.: Sí, el Edipo rey. Las cosas curiosas de las tragedias griegas es que el destino es mucho más grande que la capacidad del individuo. Lo que siempre me ha impresionado del Edipo rey, es que, al final, él se casa con su madre y mata a su padre sin ser consciente de que lo está haciendo, pero esto no evita que se sienta culpable y que, por ello, se ciegue. Me parecía que este elemento lo podíamos mantener, porque, respecto al elemento trágico, el chico va a darle muerte a otro ser vivo que no conoce nada de su vivencia individual. Toda esta gente que se congrega en la plaza de toros, desconoce las historias de los otros. Y luego, hay otra pregunta que se deja abierta; y es que el animal nace sin saber el propósito instrumental para el cual ha nacido. Hacer de monstruo. Pero ¿hasta qué punto el humano, por sus vivencias y su pasado, era tan libre de hacer lo que finalmente ha llegado a hacer? Ahí empieza a borrarse un poco la diferencia entre humano y animal.
N.K.: El libre albedrío en las tragedias griegas es una especie de ilusión. Piensas que haces las cosas porque quieres hacerlas y al final se ve que no es así. Esto sirve para dar pie a esta pregunta que dice Alessandro que dejamos abierta.
R.T.: ¿Hicisteis un proceso muy largo de documentación?
A.P.: Nosotros no podemos definirnos como taurinos. Yo nunca había ido a una plaza.
N.K.: Yo sí. Cuando llegué a España, me llevó a una plaza de toros una amiga que era muy aficionada, y fui durante una semana a una feria. Lo que me sorprendió fue que yo, que no tenía ninguna sensibilidad para eso ni ninguna preparación, lo entendí todo. Entendía cómo funcionaba la obra de teatro sagrada que estaba sucediendo ante mis ojos, y entendía cuándo había un buen y un mal torero y un buen y mal toro.
A.P.: Yo nunca tuve ninguna atracción. No me gustaba nada. Pero, a raíz de la película, me gustaba este elemento que chirriaba entre lo individual y lo arquetípico y fui ver qué hacían estos chicos en las escuelas taurinas: los entrevisté, recogí las respuestas, viajé a Cádiz y di con un mayoral que me enseñó todo el proceso de vida de estos animales. Todas estas experiencias terminaron plasmadas en la película.
R.T.: ¿Cómo fue el trabajo con los actores?
A.P.: Hubo un casting. Algunos vinieron elegidos, pero otros no. El protagonista, Guillermo, fue de casting. Me interesó mucho la impulsividad, la rabia, que tenía. Cómo había pensado este personaje leyendo sólo una separata. El trabajo consistió en preparar esta dimensión interna.
R.T.: ¿Cuánto hay de documental y cuánto de ficción?
A.P.: Toda la parte del toro, está grabada con técnicas documentales. Pero todo se erige según un mecanismo de ficción. Todo estaba guionizado. Cuando la madre se encuentra con el becerro, por ejemplo, hicimos algunas cosas con comidas y trabajos con los animales para que eso sucediese. Tardamos seis días en conseguir esta escena. Sí, el espíritu es de ficción, basado en la realidad que pasa, pero está realizado con técnicas de documental.