Tras el estreno y buen funcionamiento de uno de los documentales que salieron con mejor cartel del festival de San Sebastián, entrevistamos a sus autores Aitor y Amaia Merino. En efecto, hablamos del documental Asier y Yo (Asier ETA Biok) que arroja una nueva perspectiva al conflicto vasco a través de la visión del director entorno a su amistad con un militante de ETA.
¿Cómo se decidió que la historia de Asier iba a ser vuestra historia? Hemos leído que el día antes de su liberación fuisteis a comprar una cámara, pero cómo surgió la idea y cómo decidisteis enfocarla de la manera que vemos en la película.
La primera idea fue de Amaia, mientras Asier estaba aún en prisión y faltaba poco para que lo liberasen. Era una idea muy general; simplemente hacer un documental sobre Asier. En realidad, todo se fragua en los años anteriores. Tanto Amaia como yo somos vascos que llevan mucho tiempo viviendo fuera del País Vasco, Amaia en Ecuador y yo en Madrid. Y hablar sobre el conflicto vasco fuera del País Vasco es una tarea realmente difícil. Esa tarea se convirtió en un asunto peliagudo a partir de que Asier, mi amigo desde la infancia, se integró en ETA. Fue en 2.002, y supuso que el conflicto pasara a formar parte involuntaria de nuestras vidas. Es evidente que, en especial en Madrid, hablar sobre la amistad con un militante de ETA despierta reacciones encontradas. De ahí surge la premisa de la película: “¿Cómo hacer entender qué pudo llevar a mi amigo a tomar una decisión que a mí mismo me costaba asimilar?” Y sí, el día anterior a su liberación (hasta ese día no sabíamos cuándo lo liberarían exactamente) traté de encontrar una cámara, llamé a varios amigos para que me prestaran una pero no lo logré, así que bajé a una tienda, la compré y fui a la frontera a grabar. Así empezó todo.
¿Fuisteis conscientes durante el proceso de grabación y montaje de los sentimientos y simpatías que iba a tener el público con las personas que aparecen? ¿Influyó en el propio montaje?
Durante la grabación solo pensamos en grabar el mejor material posible. Sin embargo, durante el montaje Amaia y yo sí tuvimos en cuenta a los futuros espectadores, en el sentido de hacer la película lo más cercana y accesible que pudiésemos. Sin renunciar a la libertad, eso sí; es una película absolutamente libre. Los límites los hemos puesto nosotros. De hecho, diría que no hay límites (salvo algunos momentos que hemos autocensurado claramente para evitar comprometer a las personas que aparecen en la película). También quiero resaltar el trabajo de Ainhoa Andraka, nuestra productora (Doxa Producciones). También ella es vasca y está afincada en Madrid desde hace años. Cuando se unió al proyecto, hizo lo que un buen productor: involucrarse en todos los aspectos de la película, no solo en la gestión, sino en la parte creativa. Había parte del material del que Amaia y yo estábamos, por decirlo de alguna manera, enamorados, pues era parte de nuestra propia vida. Ainhoa ha aportado su criterio como cineasta (también es montadora), de manera que Amaia y yo nos hemos apoyado en ella como guía. Su mirada desprovista de afecto hacia Asier nos ayudó a elaborar el guión y el montaje con la vista puesta en el material, en lo que queríamos contar con él. Por otro lado, a lo largo del proceso de montaje y de escritura de guión, hemos ido realizando diferentes pases para amigos cineastas, tanto en el País Vasco como en Madrid y Ecuador, recogiendo sus impresiones y tomando nota de ellas para hacer crecer la película. En total, hemos realizado seis versiones de montaje y unas treinta de guión a lo largo de más de tres años hasta dar con las definitivas.
El tono de la obra varía entre una vertiente más irónica con Aitor confesándose a la cámara y otra más cruda.
Bueno, más que irónica es humorística en el sentido de hacer una parodia de algunas asuntos que en el fondo son bastante traumáticos. No se trata de banalizar, sino de buscarles las cosquillas a temas que normalmente se cuentan con solemnidad. Otros momentos son realmente íntimos, y son expresados con sinceridad y crudeza.
La cámara parece un intruso espiando conversaciones ajenas, o cuando no, Aitor mismo provoca conflicto con su presencia y sus preguntas.
Sí, hay situaciones en las que nos metemos en la cocina, en plena olla. El hecho de ser amigo de Asier, de su familia, esa confianza, es la que nos lo ha permitido. En la película no hay ni una sola entrevista al estilo, digamos, clásico. Las cosas ocurren delante de la cámara. También ayudó el hecho de grabar sin un equipo técnico detrás, es decir, con una cámara muy sencilla conectada a un micrófono que yo mismo iba manejando con ambas manos. Por eso, los momentos en los que Asier y yo estamos juntos frente a cámara estamos realmente solos, con la cámara apoyada en un trípode o sobre una roca. Ese ambiente de intimidad permite al espectador formar parte de lo que normalmente no se ve. El ejemplo más claro es la cena de nochevieja, en la que estamos Asier, su compañera, su madre y yo, celebrando la entrada al año nuevo. Simplemente me autoinvité a cenar y me pasé la cena grabando. Era la primera nochevieja de Asier después de ocho años en la cárcel, y sabía que sería un día especial. Después de comer las uvas, realicé a su madre una pregunta que sabía que detonaría una conversación cuando menos conflictiva entre madre e hijo. Lo que no podía imaginar es que se daría una discusión en toda regla, con el tema político de fondo. Grabar esa escena solo fue posible gracias a la confianza que hay entre nosotros. Pero lo realmente reseñable es que se hayan mostrado dispuestos a compartirla con el público, a que forme parte de la película. Cualquier otra persona nos habría mandado a freír gárgaras. Tanto Asier como todos los allegados que aparecen han sido tremendamente valientes y generosos.
El documental plantea muchas preguntas y nos muestra zonas grises.
Claro. Es que en este asunto priman el blanco y negro, el “o estás conmigo o contra mí”, la falta de matices. Desde ese lugar no hay posibilidad de debate, lo bueno es bueno y lo malo, malo. Las dudas surgen en el territorio intermedio. Nosotros estamos llenos de dudas; la idea es trasladar esas dudas al espectador de manera que sea él mismo quien trate de darles respuesta.
¿Habéis podido responder a algunas de las preguntas previas que os hacíais antes del rodaje?
Sí, por ejemplo que para mí, en el caso de mi amistad con Asier, el afecto es más fuerte que las diferencias ideológicas, e incluso que asuntos que van más allá de lo puramente ideológico; cuestiones éticas de gran calado. Pero hay otras cuestiones que no solo no hemos sabido responder, sino que nos han llevado a plantearnos más preguntas. Es un poco angustioso, pero creemos que es más honesto que encontrar respuestas que, en el fondo, serían parches para aplacar esa angustia.
Llegamos a conocer mejor a Aitor que al propio Asier. De hecho, durante toda la película parece que Aitor debe desmarcarse constantemente de ETA delante de la cámara, cuando ya percibimos su incomodidad a través de la cámara, por ejemplo, en la escena de la bienvenida a Pamplona.
Sí, pero sería absolutamente imposible que el público español se dejase llevar por la historia que le contamos si no le dejamos meridianamente claro que no se trata de justificar a Asier, que estamos totalmente en contra de la violencia que ha ejercido ETA. Es una premisa indispensable.
¿Estaba pensado los momentos con Aitor en su habitación reflexionando sobre lo rodado o surgió en el montaje? Si fuera así, ¿a qué se debió esta decisión?
Surgió durante el montaje. Nos dimos cuenta de que en la película hacía falta hablar en primera persona, y que esa persona debía ser yo mismo. “Asier eta biok” no trata el tema desde una pretendida objetividad, mostrando datos ni cosas así. Esa pretendida objetividad llena de gráficos y datos puede ser muy maniquea. Se trata de vivencias personales, que por tanto son subjetivas. Para hablar con la honestidad con la que lo hacemos, era necesario poner la cara y desnudarse frente al público. Esa es la razón principal.
Bolivia, Madrid… ¿La distancia os ha hecho mirar el conflicto de otra manera?
(Os corrijo: no es Bolivia sino Ecuador). Sin duda. En mi caso, llegué a Madrid siendo muy joven, con 16 años. Las ideas con las que llegué respecto al conflicto vasco fueron rebatidas una y otra vez por mis amigos de la escuela de teatro en la que estudié en Madrid, de manera que algunas certezas se resquebrajaron. Y el hecho de vivir lejos te hace ver las cosas de otra manera también. Creo que a Amaia le sucede algo similar, aunque en este caso ella viva en Ecuador. Y lo mismo pasa con Ainhoa, la productora. Desde la lejanía miras a tu tierra desde un ángulo distinto, cosas que antes dabas por echo de pronto te chirrían, y la verdad es que creo que sin ese distanciamiento no habríamos podido hacer esta película de la manera en que la hemos hecho.
Últimamente comienzan a salir documentales de jóvenes realizadores vascos sobre el conflicto con una mirada (Ander Iriarte presentó Echevarriatik – Etxeberriara hace poco), cuanto menos, polémica desde la perspectiva de muchos españoles. ¿Por qué ahora?
Porque en este conflicto España es, aunque no guste admitirlo, juez y parte. La visión que han transmitido los grandes medios españoles es sesgada, parcial. Además, esa visión ha tenido un objetivo claro: la deslegitimación del oponente. Para ello, no hay nada más sencillo que recurrir a los estereotipos, los buenos (nosotros, los demócratas), y los malos (ellos, los terroristas asesinos). Como decía antes, en esa gama el debate no es posible. Esta claro que la propia ETA ha colaborado con ello, en el sentido de que les ha puesto en bandeja el que se les tachara de simples asesinos; si realizas actos absolutamente crueles como matar, secuestrar, amenazar de muerte, etc, lo menos que puedes recoger es odio. Pero eso no significa que detrás de esa violencia no haya habido una motivación política. De hecho, el trasfondo político sigue plenamente vigente. Además, con el pretexto de la “lucha contra el terrorismo” el Estado ha campado (y lo sigue haciendo) a sus anchas, en muchos casos torturando a detenidos, o encarcelando a personas por realizar actividades meramente políticas. Por no hablar de los GAL, cuyos responsables máximos fueron indultados o excarcelados tras pasar un tiempo irrisorio por la cárcel. Sin sufrir la dispersión, faltaría más. Ese doble rasero no pasa inadvertido para gran parte de la sociedad vasca. Creo que la mayoría sentimos una gran frustración por la visión simplista con la que se trata el tema en el resto de Estado. Y es esa frustración, la necesidad de gritar que aquí han ocurrido cosas que los medios españoles silencian de manera descarada, la que ha encendido la chispa para que surjan proyectos de este tipo. El fin de la violencia de ETA creo que también permite que podamos hablar con más sosiego. Espero que en el futuro nos sigan otros muchos proyectos distintos, en los que se reflejen vivencias distintas, sea del color que sean. La realidad es un mosaico complejo, y para conocerla es necesario escuchar todo tipo de relatos, nos gusten o no.
¿Qué ánimo percibís en la sociedad vasca sobre el nuevo horizonte que parece vislumbrarse en Euskadi?
Antes que nada, una puntualización: este conflicto no solo atañe a Euskadi o Comunidad Autónoma Vasca, sino también a Navarra. De hecho, Asier es navarro, y la película está grabada íntegramente en Navarra y Madrid. En cuanto a la pregunta, por un lado, percibo claramente el alivio de que ETA haya abandonado definitivamente la violencia. Es cierto que no ha entregado las armas ni se ha disuelto, pero supongo que eso llegará más pronto que tarde. El futuro ahora depende de la clase política, o más importante aún, de la sociedad civil. Sin embargo, el Gobierno del PP sigue empeñado en mantener la dispersión, así como los juicios y encarcelamientos políticos. Llegados a este punto, no puedo dejar de denunciar que el protagonista de nuestra película, Asier, fue detenido y encarcelado incondicionalmente y sin posibilidad de fianza justo en la misma semana de nuestro estreno. Cuando en el pasado militó en ETA, lo hizo porque lo decidió, nunca ha negado tal pertenencia, y pagó con casi ocho años de prisión. Es algo que puede verse en la película. Sin embargo, ahora está preso por haber hecho un trabajo de manera pública como intermediario entre el colectivo de presos (EPPK) y distintos agentes políticos y sociales vascos, lo que ha dado como resultado la aceptación por parte de dicho colectivo de la legalidad penitenciaria española, un avance importantísimo hacia la normalización. Ahora que Asier ha apostado por las vías no violentas, está preso, de nuevo a cientos de kilómetros de su familia. Creemos que es significativo tener a Asier preso mientras la película se exhibe en salas. Por cierto, muchas menos de las que nos gustaría, porque pese al enorme éxito de público (unos 20.000 espectadores en apenas cuatro semanas con apenas 16 copias), muchos exhibidores se han negado a exhibirla en sus cines -algunos simplemente no han querido ni verla-. Resulta curioso que una película que trata de romper tabúes encuentre esos mismos tabúes como obstáculo para su exhibición. Seguimos lejos de vivir en la normalidad, y creemos que todo ello hace que “Asier eta biok” sea aún más pertinente.
Por último, una película maldita (lo que signifique este adjetivo os lo dejamos a vuestra imaginación) para recomendar.
No sé si será maldita, pero es rematadamente disparatada y original, y a nosotros nos sirvió de inspiración:
De cómo superé mi miedo y aprendí a amar a Ariel Sharon, de Abi Mogravi
Muchísimas gracias y felicidades por vuestro documental.
Gracias a vosotros y un abrazo!