Realismo inerte
Este viernes llega a salas españolas Entre valles, nuevo filme de uno de los nombres más discretos del denominado Nuevo Cine Rumano, Radu Muntean. El filme sigue a un grupo de tres amigos que realizan tareas de ayuda humanitaria durante las fechas navideñas en poblados aislados de los Montes Apuseni. Viajan en un cuatro por cuatro cargando bolsas de comida que entregan a la población, normalmente, personas de edad avanzada, olvidados por el mundo y en una situación bastante precaria. En un momento determinado, se encuentran con Kente (Luca Sabin), un anciano al que intentan ayudar acercándolo con el coche a un aserradero. Por culpa de esa desviación su coche queda estancado en una zona de difícil acceso, viéndose obligados no solo a pasar la noche allí, sino también a atender las necesidades del viejo senil.
A partir de esta premisa, Radu Muntean desarrolla una reflexión sobre el valor de la generosidad y los principios morales a los que cada sujeto se ve sometido según su situación personal que, no por ser sencilla y evidente, deja de ser interesante. Al principio, los obstáculos se presentan ante los tres protagonistas, Maria (Maria Popistașu), Ilinca (Ilona Brezoianu) y Dan (Alexandru Bogdan), con una fluidez trabajada desde diferentes elementos. Las tomas largas aportan continuidad en el desarrollo de cada conflicto y Muntean no decae en un virtuosismo que rompería el realismo al que pretende aspirar, sino que se centra en mantener el plano alrededor de sus intérpretes, siempre solventes. Así pues, es a través del encadenamiento orgánico de secuencias que Muntean sitúa su película entre el drama social y el de supervivencia. En los primeros compases del filme, las largas conversaciones dentro de un coche y los tránsitos a través de montañas desoladas en busca de gente necesitada podrían remitir al cine de Abbas Kiarostami, en concreto a Y la vida continúa. El cineasta iraní, sin embargo, se sitúa en un marco más testimonial y contemplativo para, a partir de allí, expandirse; mientras, Muntean deriva hacia un terreno psicológico y, de forma natural —pero no por ello menos fallida—, carga su trama de conflictos externos.
En este sentido, el interés en definir a través de la palabra y el gesto a sus personajes, siendo el tratamiento de la imagen una simple puerta de acceso al realismo con el que Muntean intenta contar su historia, genera escenarios demasiado planos. No solo porque el interés y la empatía hacia los personajes sea mínimo (característica que no necesariamente debería ser considerada un problema), sino también porque, al final, prevalece la confección del dispositivo sobre las ideas que contiene.
Las reflexiones que pueden extraerse de los métodos utilizados por los personajes de Entre valles para superar cada traba carecen de valor porque sus imágenes son nulas en aspectos expresivos, solo responden a una visión vacía del realismo que caracteriza el Nuevo Cine Rumano. Por ello, en los últimos minutos, sorprende que Muntean olvide a sus tres protagonistas y se centre en Kente, el anciano senil al que han ayudado y el principal motivo de sus problemas. Es entonces cuando se desvela un humanismo amargo, doloroso por su concepción desoladora, alejado de la frialdad que arrastra una película carente de emoción, pero con apuntes de interés.