A priori, el tema de la pesca del percebe no resulta el más atractivo para abordar en una película. Sin embargo, trae aparejados dos elementos que son, quizás, los que animaron a Manuel Lógar a elegirlo para dar forma a su ópera prima: por una parte, el mar se sitúa en primer plano, permitiendo exprimir con ello su evidente potencial cinematográfico (pienso en aquella sublime pieza de Epstein, La tempestad, posible fuente de inspiración poética para el joven director gallego); por otra parte, se centra en una profesión que destaca por su alta peligrosidad, lo que da pie no sólo a la contemplación de gente laborando en condiciones extremas, sino a analizar el sentido más profundo de un oficio cuya exposición constante a la violencia de los elementos no parece tener una compensación económica a la altura.
Equilibrando ambas vertientes, una estética y otra más didáctica-informativa, Lógar dispone una panorámica en torno a la figura del percebeiro que destaca por su riqueza de matices humanos. Lejos de bombardear con datos al espectador, su autor prefiere centrarse en sus protagonistas, que de sus voces y testimonios el espectador vaya formándose una imagen de lo que significa ser percebeiro. Sin dejar ningún tema relevante de lado (el impacto de la crisis económica en el negocio, los problemas de infraestructura, la mala gestión gubernamental, las tensiones internas relativas a la organización de la cofradía, el furtivismo, la seguridad de los trabajadores, la catástrofe del Prestige y sus consecuencias…), el ritmo sereno que conduce la narración permite ahondar también en la intimidad de los personajes, así como en la belleza a veces casi irreal de la costa gallega en la que se enmarca la acción.
Como un digno sucesor del Robert Flaherty de Hombres de Arán, Lógar plantea una película en la que la visión antropológica a una determinada forma de vida (ya acercándose, si no a su extinción, sí al menos a una transformación profunda que afectaría a todos los implicados) se complementa con un pulso poético impropio de un debutante, que oscila entre la visceralidad de la violencia del oleaje y la calma meditativa de la contemplación del entorno. Es esa capacidad para la planificación exquisita, reforzada por una gran labor de montaje de imagen y sonido y una fotografía admirable de Mael Santiago, lo que eleva a Entre la ola y la roca por encima de otros documentales al uso.
Lejos de la rupturista estrategia estética de Castaing-Taylor y Paravel en Leviathan (acaso otra influencia para su director, que parece citar expresamente ese título en aquella escena en la que uno de los percebeiros tira una cuerda de un islote a otro), pero asimismo rica en nervio y sugestivas ideas de puesta en escena (ese impresionante plano cenital —captado con un drone— de un islote azotado por las olas que deriva en zoom de aproximamiento, revelando las figuras de los percebeiros hasta el momento invisibles al ojo humano), la película sabe perfilar un lirismo nada gratuito que bebe tanto de la calma como de la tempestad, siempre complementando el tema tratado, nunca funcionando como mera distracción. Una prueba de ello es la fantasmal aparición de la Santa Compaña cuando se aborda la mortalidad del oficio, uno de los puntos álgidos de la función.
Más allá de su valor artístico o estético (insistamos, la película es muy hermosa de contemplar), Entre la ola y la roca tiene un valor didáctico y, sobre todo, humano, inapelable, precisamente el que sugiere el título: el que recae en esas personas (mayormente hombres, pero también unas pocas mujeres que, tal vez, merecían algunos minutos más de metraje) que faenan ante los constantes embates del mar, y cuya realidad diaria se nos brinda de forma elegante y sucinta, simplemente para corroborar que tras esa dedicación a una labor que bien puede costarte la vida hay gente como tú y como yo movida no tanto por la necesidad (que también), como por la atracción casi atávica e irracional que ejerce el mar. Cumple así su función Lógar: nos acerca a una realidad poco conocida y extrae de ella verdad, belleza y misterio.