De la burocracia al proceso legal
El estudio sobre la moral y la dignificación del trabajo siempre han sido asuntos candentes en el cine, una industria donde la gestión del ego, los tratos empresariales y sobre todo el trabajo comunitario siempre han implicado un equilibrio dificultoso. Podemos retrotraernos hasta la canónica Tiempos modernos, de Charles Chaplin, donde la fábrica le sirve al autor como terreno para su habitual mezcolanza de comedia y drama, y de cuya alquimia siempre mana un sentimiento de resignación y también de condena. Casi 100 años después, la turca Entre dos amaneceres, título que acarrea una plausible resonancia poética, es el debut de Selman Nacar, figura que hasta 2021 ha ejercido en calidad de productor. El film nos introduce en una fábrica que forma parte de la empresa de Kadir, quien se ve en la obligación de tomar decisiones comprometidas cuando uno de sus trabajadores resulta herido grave en un accidente. Este factor ejerce de detonante del relato, lo que enseguida desata un torbellino enrabiado de trámites administrativos y de intrincada gestión interna. La película se autoproclama como un estudio exhaustivo de la ética del trabajador.
En sí mismo, el relato del film es un tortuoso camino al agotamiento, debido en parte a la injerencia de los familiares del trabajador. Su título alude al comienzo y al desenlace, como si su creador quisiera advertirnos de lo azaroso que puede volverse un día laboral que se presenta como otro cualquiera.
La narrativa no está lejos del cine de Asghar Farhadi, que si bien éste centra sus atenciones en espesos dramas familiares, el enfoque comparte similitudes, pues ambos cineastas intentan imprimir un cierto sentido de la justicia con el discurso que despliegan, repleto de malentendidos, frustraciones y discusiones. El manejo del punto de vista, si en Nacar todavía es una faceta que necesita perfeccionar, aspira a ser también un elemento parejo con el cine del maestro iraní. Por ejemplo, Nacar filma desde una considerable distancia el encuentro de Kadir con los familiares, como si quisiera transmitirnos una cierta frialdad, impidiendo al espectador sentir de cerca el disgusto de su mujer. Quizá hubiese generado un mayor impacto emocional una dirección actoral más próxima a la cámara, para que el público sintiese la carrera a contrarreloj que se le viene encima al protagonista. Una atrevida decisión estética que denota que a Nacar le importa la observación por encima de la construcción del suspense ‹per se›.
El film podría ejercer de contrapeso para la celebrada El buen patrón, de Fernando León de Aranoa, donde se narra la vida ajetreada de un empresario sin escrúpulos. Una vida, sin embargo, donde el personaje, interpretado magníficamente por Javier Bardem, centra la mayoría de las acciones en sus intereses personales, al contrario que el protagonista de Entre dos amaneceres, que a priori parece ceñirse a los protocolos establecidos por la ley judicial, hasta verse sobrepasado por ellos.
La película termina resultando tibia en sus planteamientos y convencional en su ritmo, pues parece que las ideas atesoren mucho margen de desarrollo pero éstas no se hayan explotado en su totalidad. Es tentador extraer una lectura política más general, pero a Nacar tampoco le interesa la trascendencia, pues está muy atento a los detalles de esta situación particular. Es un film que irremediablemente resulta poco universal, y el espectador puede identificarse únicamente si ha vivido una circunstancia de este calibre. En caso contrario, es simplemente cómplice de una coyuntura que termina olvidando unas horas después.