Al tratar con un director de la envergadura academicista del señor Denis Villeneuve, la fundamentación teórica no se antoja un capricho sino una evidente necesidad. Sus tres más alabados títulos (Incendies, Prisoners y ahora Enemy) comparten un grado de representación basado en el punto límite entre la desintegración cultural y la ordenación estructural. El cine, desde hace ya unas cuantas décadas, experimenta una deriva en que la lógica clásica ya sólo pervive de un modo aparente. Si las formas superficiales del relato clásico parecen permanecer vigentes, ciertos aspectos esenciales de su interior han sido decididamente quebrados.
Tomando en cuenta el trabajo de este director, el tratamiento de la puesta en escena, ejercicio de construcción de toda representación, ya no se conforma con un simple despliegue visual metafórico del sentido simbólico del texto y del relato, sino que tiende a emanciparse, busca la autonomía deliberada. Se configura como el ámbito de un ejercicio de escritura fílmica cada vez más sofisticado y aislado. Y así, de forma consecuente, la enunciación del film se despega y se distancia de sus enunciados narrativos, en un ademán de desconfianza o incluso de rechazo a la paroxista y demasiado mascada nucleización base del relato.
El hombre duplicado, del novelista José Saramago, y Enemy, de Denis Villeneuve, serían esos cooperadores necesarios de lo que implica el proceso deconstructivo de perfeccionamiento sofisticado, el del director, de los procedimientos formales introducidos por los clásicos, los del escritor. Hablar aquí de fidelidad o infidelidad que una adaptación cinematográfica hace sobre su fuente literaria implicaría insultar a la propia simplicidad. Lo que interesa descubrir en el arte del cine es el alarde formal de un cineasta anotando y dejando patente su distancia con respecto al sentido que emana del relato que enuncia. Solo así tiene sentido la contraprestación artística entre las partes implicadas: no mediante copia sino transformación.
Volviendo a las concepciones clásicas, ciertas culturas aseguran o aseguraban que ‘el doble’ de uno mismo y el descubrimiento de su existencia era un fatal presagio de tragedia y de muerte. Doppelgänger orgánico-corporal que induce a una exploración profunda de una identidad que, decididamente, carece de su equilibrio y de su estabilidad. Lo que Saramago trata como una alegoría de gravedad social personalizada, a través de los criterios que rigen los mecanismos de la novela negra, Villeneuve lo lleva al terreno de la abstracción, haciendo alarde de una dimensión que divide el colapso de la personalidad con un amplio catálogo de significación icónica sexual, que cruza la pulsión prohibida clandestina con la pulsión animal tendente al horror y la fobia —el aguijón, el mordisco y el veneno, la araña—.
Es precisamente su naturaleza abstractiva, incorpórea e irresolutiva la que combina, con perfecta armonía, el proceso creativo artístico y cinematográfico. Borges señalaba que la literatura es el sueño de la vida; en este sentido, Enemy no busca responder preguntas que puedan suscitar el interés de la racionalidad más cuadriculada. La lógica, siempre se ha dicho, es solo un aparato encorsetador que limita a toda idea. Y si existe en cada uno de nosotros un soporte capaz de dar ilimitada función creadora a nuestros pensamientos, ese es el onírico. Pesadillesca es la trama sobre la que se cierne el film, así como enigmático su devenir e hipnótica su atmósfera, con una labor de fotografía realmente fastuosa.
Profundizar en los aspectos formales, en las lagunas narrativas —de las que muchos hablarán—, en el tour de force de Jake Gyllenhaal o en la incoherencia argumental es, como ya dije previamente, algo caprichoso y superficial. En un film como este se deberían valorar, por encima de todo, dos cosas: el quiebro sobre el relato nuclear de la fuente germinal, que ya no es puntual sino una marca de inflexión sobre la historia del séptimo arte en toda regla, y que aún sigan quedando directores de cine como Denis Villeneuve.