En tránsito (Christian Petzold)

«We’re on a road to nowhere
Come on inside
Taking that ride to nowhere
We’ll take that ride»

El estribillo de la canción Road to nowhere del grupo norteamericano Talking Heads, la misma que cerraba su L.P. de 1985 —titulado Little Creatures— es el tema musical con el que termina el nuevo largometraje del alemán Christian Petzold. Escuchando los versos de la estrofa, nos deja perdidos en una carretera hacia ninguna parte, a la que nos invita a ir, para seguir caminando sin destino, solo para pasear o esperar. Los personajes quedan también en ese tránsito que se asemeja a un limbo terrenal en el que vagan en cuerpo y alma los exiliados, perseguidos y proscritos.

El film comienza con una dedicatoria para el cineasta Harun Farocki, fallecido en 2014, coguionista en varios largos de Petzold. Esa pérdida de un colaborador tan importante en varios de sus films, parece impregnar de melancolía el tono emotivo de una historia que ya tenía suficiente tristeza desde su novela de origen, escrita por la autora germana Anna Seghers, texto que ya fue adaptado en 1991 por el francés René Allio en su película Transit. En el caso de la primera versión que adapta el libro, se trata de una cinta no estrenada en España, por lo cual se desconocen las similitudes o influencias de uno a otro, más allá de la fuente de inspiración en ambos casos. Datos aparte, lo que trasciende es la capacidad del director alemán para situar la producción dentro de sus propios rasgos autorales, sean o no conscientes, ya que como narrador parece más interesado en adaptar de manera fiel la novela, un volumen que también había servido en algunos aspectos como musa para el libreto de otro film anterior suyo, Bárbara. El anterior estrenado en 2014, Phoenix, encaja también dentro de una trilogía virtual —por conexiones argumentales—de historias de amor situadas en contextos adversos.

El director consigue introducir —otra vez— el romance de manera progresiva, sin forzar el enamoramiento de Georg y Marie, aunque recurra a encuentros favorecidos por el azar. Esta falta de ornamentación romántica, melodías subyugantes o diálogos melosos, amplifican la épica romántica por encima de la más mundana y amorosa. La eternidad contra la rutina. Desde un punto de vista técnico no existen innovaciones en el tratamiento audiovisual con que se presenta En tránsito, esa narración clara, nítida, de caligrafía ordenada en la sucesión de planos, escalas, encuadres equilibrados y cortes suaves de una escena a otra. Con un tema musical que no llega a ser arrebatado, pero es suficiente para canalizar los gestos y miradas en planos cortos. Con los movimientos de cámara necesarios para seguir al protagonista constantemente a través de sus acciones y pensamientos. Este acabado de las imágenes sale reforzado por la inclusión de una voz en ‹off› a partir del primer tercio del metraje, que se introduce como la lectura del manuscrito de Weidel, un escritor cuyos textos guarda Georg. Después de recitarlos como lector, el protagonista toma la identidad del autor y los entona como si fueran propios, por lo cual la narración externa termina siendo la interna del personaje.

Aunque sí existe un elemento que destaca respecto al tratamiento de épocas pretéritas que sucedían en el Berlín después de la Segunda Guerra Mundial de Phoenix. O el inicio de la década de los ochenta, en un pueblo de la RDA, lugar donde se desarrollaba Bárbara. La novedad es una dirección artística que parece artificial, porque Marsella está rodada en el presente, tal como aparecen sus calles antiguas o modernas, los vehículos contemporáneos o los escenarios interiores, sin retocar elementos actuales como pueden ser marcadores electrónicos, televisores y la indumentaria de los figurantes. Los personajes principales en cambio, van vestidos con trajes y vestidos atemporales. Un vestuario que puede llevar mucha gente hoy en día, pero con el estilo imperecedero de las prendas que no pasan de moda. El contraste de los protagonistas junto a sus interlocutores secundarios, produce la sensación de ver a espectros que deambulan en una zona portuaria, un escenario de paso para personas de diferentes países. Podría parecer que la necesidad de ajustar el presupuesto, para no encarecer la dirección artística, fuera la verdadera causa, algo que contradice la financiación franco alemana en la coproducción. El extrañamiento que produce la contraposición visual de dos tiempos separados por más de siete décadas, pero que conviven en la pantalla, es una osadía que desubica al espectador, pero lo respeta por permitirle la elección de seguir el juego libre de la propuesta. O el rechazo a esa oferta. El cineasta no abandona en ningún momento la trama que ha empezado a narrar, respetando la letra de la novela, enriqueciendo el espíritu de sus páginas, otorgando la libertad al público para decidir si lo que se proyecta es una crónica sobre la emigración, las deportaciones, los éxodos masivos. O tal vez de todos los refugiados que esperan su turno para vivir.

Christian Petzold realiza una obra que no termina siendo tan redonda como las dos previas, ya citadas. Sin embargo es un film que progresa en la memoria, a pesar de tener un ritmo que decrece en acción mientras gana en sugerencia. Una voz en ‹off› arriesgada porque coincide muchas veces lo que se dice con lo que muestra la imagen, pero que refuerza la idea de suplantación, al compartir los dos puntos de vista, el fingido y el auténtico. Un reto impropio para el cine comercial que solicita esfuerzo, quizás un segundo visionado, para recorrer la Marsella reciente habitada por los antepasados de los años cuarenta. Lo que no necesita esta película valiente es el olvido. Una obra de un director que se consolida, todavía más, como un autor imprescindible.

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