Las historias que nos contamos a nosotros mismos son igual o incluso más importantes que aquellas que relatamos a los demás. La protagonista de En liberté! (Pierre Salvadori, 2018) —interpretada por Adèle Haenel— arropa cada noche a su hijo con las aventuras imposibles de su fallecido padre, un policía tomado como héroe local que resulta ser en realidad un mentiroso y un agente de la ley corrupto. Movida por su sentimiento de culpa y la decepción de sentirse engañada durante tanto tiempo, Yvonne ahora se obsesiona con el hombre inocente al que su pareja inculpó del robo de una joyería y que ha pasado años en la cárcel injustamente. Salvadori juega con las apariencias y los prejuicios en una comedia que explota el humor como vehículo de catarsis de la oscuridad interior de sus personajes. El humor como máscara de las imágenes de un film que permite a sus protagonistas expresar la incomodidad de responder perpetuamente a las expectativas de los demás y al rol asignado por variables fuera de su control. ¿Cuál es la mejor estrategia para la supervivencia? ¿seguir la corriente y dejarse llevar a pesar de las secuelas de un inevitable camino de autodestrucción o encontrar un lugar propio en el mundo donde poder reafirmarse uno mismo?
Las máscaras que construimos en nuestras relaciones sociales, sea cual sea su esencia, son un núcleo temático y discursivo fundamental en el desarrollo de esta farsa impregnada de patetismo, que se extiende incluso a algún asesino que aparece por comisaría para confesar sus horribles crímenes mientras le atiende un compañero enamorado de Yvonne. Estas máscaras, además de protegernos y ocultar nuestros sentimientos, también permiten por ejemplo que el personaje de Haenel pueda liberarse del encorsetamiento de su trabajo policial y ser permisiva con los actos vandálicos y violentos de un hombre transformado por la prisión: una persona inestable, irascible y con problemas para relacionarse conservando las buenas maneras mínimas necesarias para la convivencia en sociedad. Que la redada policial que da pie al detonante de la trama sea en un local de sadomasoquismo donde todo los clientes llevan antifaces o utilicen diversas formas de ocultar la identidad con disfraces y caretas no es casual. Protegidos por el anonimato a priori, quienes acuden a esos locales pueden dar rienda suelta a unos instintos, fetiches y preferencias sexuales —al margen de los actos que se pueden considerar directamente delictivos— que son un tabú y un estigma para quienes quieran salir al mundo y reconocerlos abiertamente. Este espacio funciona en varias ocasiones como refugio de esta peculiar amistad basada en la mentira, a partir de la que Yvonne proyecta redimirse a través de sus actos de buena samaritana hacia un mitificado ser inocente.
La idea de cómo miramos a los demás, cómo nos observan y el efecto que tiene en nosotros actuar en función de esa percepción acaba tomando preponderancia. El romántico compañero policía bienintencionado Louis (Damien Bonnard) mira absorto a Yvonne. Yvonne se dedica a espiar a Antoine (Pio Marmaï) hasta que toma el valor para acercarse sin desvelar su verdadera identidad. Antoine en la cárcel ha sentido la mirada mediatizada de la justicia y de otros presos escrutando cada movimiento de su existencia durante años, para luego ser observado con incredulidad por su comprensiva novia Agnès (Audrey Tautou). A Yvonne la observa toda la comunidad como la viuda de un héroe y a la vez su hijo como modelo de comportamiento y referente. La peripecia policial que le cuenta todas las noches va variando, intentando desvelar la auténtica naturaleza de su padre sin atreverse del todo a romper la mirada idealizada que ha ido conformando con el tiempo.
Con una mezcla de gags físicos y comedia de enredo, los diálogos cargados de humor negro e ironía sirven a la perfección a la peculiar energía interpretativa de Adèle Haenel con su exagerada seriedad autoconsciente. Además del contraste con su semblante circunspecto, la interacción con sus compañeros de reparto permite construir su narrativa cómica sobre unas sólidas bases dramáticas, con un tratamiento cuidadoso de la caracterización de los personajes y sus dinámicas. Siempre manteniendo una perspectiva ambivalente respecto a la mentira y al relato subjetivo como instrumento liberador pero también represivo en nuestras vidas —subvirtiendo las consecuencias esperables de los actos de sus protagonistas y las reacciones a ellos—, en una ficción cuyos principales recursos se basan en la transgresión de las normas como divertidísimo motor de una película con un desarrollo descontrolado y caótico tan sólo en su superficie.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.