Perú es sin duda uno de los países pioneros del cine en lengua española. Ya desde los propios orígenes del cine existen numerosas obras y documentos que dan fe de la diversa y productiva obra cinematográfica del país andino. Más allá de las magníficas cintas de autores de la talla de Francisco José Lombardi o Claudia Llosa, quizás los cineastas más populares a nivel internacional del cine peruano contemporáneo, siento una especial y reciente predilección por la figura de Armando Robles Godoy, autor al que he descubierto hace relativamente pocas fechas y que ha logrado cautivarme con dos obras de referencia para el cine latino de todos los tiempos como son La muralla verde y la cinta objeto de la presente reseña En la selva no hay estrellas. Neoyorquino de nacimiento, pionero en los iniciales intentos de colonización del Amazonas llevados a cabo por los gobiernos del Perú a lo largo del siglo XX (hecho que le marcó profundamente y que por tanto trasladó a su personal universo artístico) y escritor en sus inicios, Robles Godoy fue el primer cineasta de aquellas hermosas tierras en alcanzar relevancia universal gracias precisamente a las dos cintas que he mencionado, alzándose con premios importantes en festivales como el de Moscú o Chicago.
Como espectador acostumbrado a visualizar un cine clásico latino anclado en conservadores patrones de narración (si exceptuamos las locuras Nouvelle Vague que engendró un autor tan peculiar como el chileno Raúl Ruiz), las obras de Robles Godoy me han sorprendido muy gratamente ya que se desligan de la linealidad característica del clasicismo latinoamericano estando pues vinculadas desde el punto de vista narrativo a las corrientes vanguardistas de los sesenta y setenta. Sin embargo, esta singularidad de estilo no impide emanar del espíritu de las vigorosas cintas del peruano un notable halo de tradición que vincula a las mismas con el melodrama y el cine de aventuras de los años cuarenta y cincuenta. Este círculo virtuoso capaz de unir distintos estados temporales es uno de los puntos que más me emociona del arte del autor iberoamericano.
En la selva no hay estrellas es una notable película a la vez que maldita puesto que tras su estreno la cinta desapareció inexplicablemente estando pues oculta para el espectador durante más de treinta años. La aparición de una vetusta copia (no en demasiado buen estado) rescatada en un archivo ruso en el año 2005 dio la oportunidad de recuperar para la cinefilia mundial esta extraña e hipnótica obra ambientada y rodada en parajes naturales de la selva amazónica. El film comienza con una impactante escena en la que observamos a un hombre blanco pelear a machete armado con un indio de una tribu del amazonas. En la refriega el indio resultará muerto mientras que el indoeuropeo saldrá gravemente herido debiendo huir a a través de la selva para intentar sobrevivir de las mortales heridas mostradas en su cuerpo después de la riña.
La cinta sorprende por la inteligencia narradora de Godoy, el cual impactará al espectador con esta primera escena para establecer a posteriori un sutil juego de falsas apariencias y mentiras presupuestas con los inocentes espectadores occidentales como inusuales participantes. Y es que dichos espectadores (entre los que me incluyo) sentirán una innata empatía inicial por ese hombre blanco atacado en medio de la selva por un indio debido al hecho de que no contamos con información previa para orientar nuestro inicial favoritismo, de modo que la secuencia nos hará presuponer que el salvaje indio amazónico ha atacado al desamparado hombre blanco dado que esto es algo que tenemos insertado en nuestro imaginario tanto literario como cinematográfico por consecuencia de las innumerables obras escritas por descendientes del continente Europeo que tomaban parte en favor de los colonos procedentes del Viejo Continente en sus luchas de conquista contra los nativos pobladores que veían invadidas sus tierras por unos nuevos y voraces moradores.
Sin embargo esta inicial impresión será desnudada de su disfraz a medida que avanza la trama del film. Así, a través de múltiples y modernos flashback que rememoran las fantasías y recuerdos del hombre herido en su huida hacia adelante a través de la espesa y asfixiante selva, descubriremos que este misterioso personaje no es más que un ambicioso buscador de oro que arribó a la selva llevado por sus grotescas ansias de riqueza al conocer la existencia de una vieja europea tomada por loca que ha conseguido recolectar por mediación de una tribu que ha otorgado su amistad a la anciana blanca, unas ingentes cantidades de oro procedentes de una mina emplazada en el corazón de la selva. Mediante engaños y malas artes el buscador de oro sustraerá el metal guardado en una vieja choza construida en las inmediaciones del poblado de nativos americanos, hecho éste que provocará el enfrentamiento con el indio de confianza de la anciana que observamos en la secuencia que abre el film.
Mediante una serie de saltos temporales intercalados en el metraje, Robles Godoy logrará una innovadora deconstrucción del tiempo que conectará en la misma linea argumental tres espacios diferidos de la existencia vital del protagonista: su infancia dominada por la pobreza y la miseria, su madurez en la que se seremos testigos de la verdadera identidad de este siniestro personaje que no es otra que la de un arribista sin escrúpulos que incluso llegó a ejercer labores como asesino a sueldo contratado por los terratenientes explotadores de las tierras vírgenes para asesinar a los líderes indígenas partidarios de la revolución agraria y su presente como moribundo sin rumbo predestinado a un destino fatal. Además de la ingeniosa apuesta temporal surtida por Godoy, la cinta ostenta un acabado fílmico de primera categoría así como de un potente sentido del ritmo apoyado en una poderosa puesta en escena que recuerda a las grandes películas de aventuras de Hollywood como La presa desnuda, Deliverance o La presa de Walter Hill por su apuesta en retratar la batalla por la supervivencia llevada a cabo por el hombre en un entorno natural agreste y hostil lo cual ayuda a impregnar la obra de una atmósfera opresora plena de claustrofobia.
Robles Godoy dotó a su película de una musicalidad plena de poesía, siendo los sonidos de la selva y sus silencios la principal banda sonora que acompaña al espectador en la desesperada epopeya infernal dibujada con el fino estilete de un artista. La cinta mezcla de forma admirable unos profundos travellings y nerviosas tomas filmadas cámara en mano con otros planos en los que se nota la pausada y calmada mano maestra de un virtuoso del séptimo arte. De este modo los saltos temporales bosquejados a lo largo del film no acabarán siendo un presuntuoso ejercicio de estilo vanguardista sino que estos mismos serán el argumento que ofrecerá un sentido lógico a la propia sinopsis del film. Igualmente el film encierra una feroz crítica en contra de las agresivas políticas anti-indigenistas llevadas a cabo por los gobiernos peruanos que diseñaban sus decretos desde despachos situados en cómodas y deshumanizadas ciudades, siendo por tanto una obra de la que brota un valiente canto en favor del ecologismo y de la conservación natural del medio sin ingerencias impuestas por la mente humana. A este espíritu crítico se une la denuncia inserta en la espina dorsal del film en contra de la avaricia, la mezquindad y el sórdido egoísmo que impera en el hombre occidental, hombre éste que ha abandonado la solidaridad en favor del la vileza en su forma de concebir las relaciones humanas. Sin duda, En la selva no hay estrellas es una película que causará una más que grata sorpresa a todos aquellos que piensen que el cine latinoamericano clásico fue ajeno a los lenguajes más intrincados y complejos surgidos en la maravillosa década de los sesenta.
Todo modo de amor al cine.