La nueva película de Javier Rebollo lleva a la pantalla una celebración alrededor del cinematógrafo, ese invento que marcó una gran tradición del siglo pasado. En la alcoba del sultán se inspira en la historia de Gabriel Veyre (Félix Moati), operador de cinematógrafo de los Lumière que viajó al País de Nour para trabajar con el Venerable Sultán (Ilies Kadri). A partir de ahí desarrolla un retrato surrealista de una experiencia comunitaria con tintes de humor, exceso y misticismo. Como una verdad mística que se les revela a los personajes en un viaje de opio, la propia película abraza con pasión toda una idea del arte cinematográfico que parece algo anacrónica en nuestros días.
El Venerable Sultán, que se mueve en bicicleta y juega al tenis, es extrañamente moderno para su posición. Una de sus pasiones es explorar el invento del cinematógrafo y es alrededor de esa pasión que se forma una comunidad de personajes caricaturescos. Cargada de un humor cercano al absurdo, En la alcoba del sultán lleva esa pasión hacia el extremo para explorar las posibilidades científicas y espirituales de la máquina. Repeticiones excesivas en los diálogos, bruscos cortes musicales y exageraciones en los gestos acompañan una puesta en escena cuidada al milímetro y ayudan a construir un universo fantástico de fascinación. A ratos, pueden sentirse un agobio esos excesos. La narración avanza en la voz en ‹off› del Caíd (Jan Budař), con diálogos que repiten motivos, puestas en escena de fotografías reales, titulares de capítulos o personajes que irrumpen para mirar a cámara. Ese carácter disperso de la forma puede desatar distintas reacciones: por eso mismo un espectador puede apreciarla o sentenciarla. Pero esos recursos no están destinados a favorecer una narrativa lineal ni tampoco a forzar un discurso intelectual. Más bien, apuntan a construir una mirada caleidoscópica de una experiencia comunitaria que desenlaza en una mística particular. Es un homenaje a una posible historia del cine y una tradición que ahora se ha entrelazado con otros ecosistemas de la imagen.
Este ritual surrealista está más cerca de la celebración que de la nostalgia. Alrededor de la cámara se reúne una comunidad que practica lazos amistosos y comparte la curiosidad por investigar el cinematógrafo. Cuando Veyre deja la cámara para recibir a su pareja Jeanne (Pilar López de Ayala), el Venerable Sultán toma el aparato y filma ese encuentro amoroso. Entiende que allí hay un instante de belleza. La película es una celebración de esa forma de filmar y compartir que solo empieza a romperse cuando uno de ellos descubre otra forma de entender el cine. En una pequeña casa del País de Nour también está la semilla de una larga historia industrial. En ese sentido, en medio de estos juegos propios de los niños cuando descubren un nuevo misterio, Rebollo construye un mundo en el que impera una actitud de camaradería ante la investigación y la práctica artística.
En la alcoba del sultán despliega recursos cómicos pero no por ello deja de investigar la mística del cine cuando llega la muerte. En su reaparición en la pantalla, Pilar López de Ayala encarna un personaje clave para el desarrollo de la película cuando lleva al cinematógrafo al más allá. La práctica a la que hace homenaje Rebollo aquí es llevada al extremo y se convierte en un aparato capaz de contener vida. Es una rareza en la cartelera que no deja de proyectar un fantasma que llega del siglo pasado y todavía no ha decidido irse.