A nadie se le escapa la dificultad que entraña realizar una película. Ya no sólo se trata de tener una idea desde la que desarrollar el film o de reunir los medios económicos para llevarlo a cabo, sino también de lidiar con los egos de los actores, solucionar los problemas técnicos que pudieran surgir o, por encima de todo, conseguir contar lo que en verdad se pretende. Por eso, siempre resulta atractivo disponerse a ver una película que trate sobre el proceso de realización cinematográfico, ya que permite comprobar en toda su plenitud los pormenores de tal cuestión, algo que en otro caso desconoceríamos salvo que tuviésemos la oportunidad de ver un rodaje en directo o de leerlo de manos de directores en libros, revistas o entrevistas.
El alemán Franz Müller intenta diseccionar este desarrollo en En el peor de los casos (Worst Case Scenario) desde el punto de vista de un muy humilde cineasta como es Georg. Junto con su ex Olga, acude a Polonia mientras se celebra la Eurocopa de fútbol de 2012 con el objetivo de rodar una película aprovechando que ciudadanos de muchos lados del continente están pasando los días allí. Pero los medios con los que acude al país vecino son demasiado escasos para acometer con garantías la tarea que pretende realizar, por lo que Georg se verá en serios aprietos para sacar adelante su producción.
Conociendo de antemano la escasa duración de la película, sólo 82 minutos, y el punto de vista cómico que dejan entrever sus primeros fotogramas, era lógico esperar que Müller aprovechase al máximo cada secuencia para contar lo que nos quiere transmitir. Sin embargo, pronto percibimos que algo no va bien. En el peor de los casos avanza sin rumbo fijo y, lo que es peor, no hace reír. Pasan los minutos y más o menos se va fraguando la idea de la cinta: el director es constantemente abandonado por los miembros del reparto y de la técnica, que bien por frustración o por el surgimiento de nuevas oportunidades optan por dejar plantado a Georg. Para solucionarlo, éste contrata a nuevos intérpretes con el detalle de que la mayoría no sabe una palabra de alemán, por lo que incluso se planteará rodar en el idioma polaco.
Pasado el ecuador de la obra, por fin En el peor de los casos comienza a destapar su verdadera esencia: narrar de una manera ácida los entresijos de un rodaje cinematográfico. Pero la alegría sólo dura escasos minutos. Inexplicablemente, Müller abandona esta buena senda y su trabajo se pierde en una nueva subtrama con tintes socio-románticos que carece absolutamente de interés y de propósito. Desconocemos qué pretendía el germano con este giro de guión que aleja a la cinta del punto al que tantos minutos le había costado llegar y la pierde en un subproducto que hace soltar alguna carcajada pero no precisamente porque ésa fuese su intención. Humanizando el objeto, diríamos que da la impresión de ser una comedia que en realidad no deseaba ser comedia.
Así, Müller no consigue conectar en ningún momento con el espectador, ya que juega con él como el jinete que pone la zanahoria delante del burro para que éste avance. No hay esclarecimiento posible para comprender semejante actitud por parte del autor, cuyas pretensiones son extraordinarias pero adolece de una ejecución a su altura. En el peor de los casos acaba por retratarse como una obra muy decepcionante, que podría describir con su título al sentimiento de un espectador después de haber elegido ver esta película por encima de otras. Como decíamos al comienzo de esta reseña, es muy difícil y costoso realizar una obra cinematográfica; aquí tenemos un buen ejemplo.