Una de las más esperadas películas de la Sección Oficial de esta edición del Festival Internacional de Gijón fue el estreno mundial de En Attendant les Barbares de Eugène Green, que venía precedida de la extraña idea de adaptar en pantalla un taller de interpretación de jóvenes actores ubicado en Toulouse, generando la curiosidad sobre la integración en pantalla de tan singular propuesta. Y, en efecto, aguardando en cada fotograma un impulso naturalista hacia la teatralidad, Green convierte el encuentro en una muestra audaz y moderna del ímpetu interpretativo, que hace del film un proyecto tremendamente particular y donde la fina línea preestablecida entre los dos medios de los que se sirve guarda una espontaneidad muy interesante. La trama se reduce a un grupo de personajes, dispares en espíritu pero con más elementos en común de lo que se cree en un principio, que llegarán a la casa de dos magos en búsqueda de protección cuando sepan a través de medios tecnológicos de una inminente invasión bárbara; por ello, los anfitriones piden a cambio dejar en el exterior cualquier dispositivo electrónico que pueda conectarlos con la realidad que hay ahí fuera.
Green convierte el relato, bajo una planificación perfectamente delimitada por el plano corto y la centralización en los propios rostros de los actores, en una enfatización de la palabra, del sentir interpretativo y donde lo cinematográfico trasciende mucho más allá que en la mera planificación. Una visita guiada y diametral hacia el presente, pasado y futuro de cada uno de los personajes, donde imperará la lucha constante de cada actor por sacar dentro de sí el talento de su personaje permitiéndonos conocer aún el sentido de la narración. En Attendant les Barbares no es un producto fácil de digerir, precisamente por rozar la anarquía narrativa que promulga, alejando su trama (ya de por sí, ligándose a su puesta en escena, anacrónica e insólita) de un desarrollo lineal para imperar que el conjunto de secuencias se centren en el protagonismo exacerbado de cada intérprete, donde Green demuestra y sobreexpone su labor a la hora de contener y dominar el talante interpretativo de cada uno de sus actores, aquí a modo cuasi de alumnos aventajados a los que deja que capitaneen su película en una libertad artística sin precedentes. Lo tan distante y dispar de cada uno de los personajes añadirá aún más encanto a la película, donde, asolados por el modernismo y la era reciente existencial, buscarán refugio a modo casi de parálisis temporal.
Más allá de sus formas, extrañísimas pero reducidas a cada fotograma que expulsarán una inesperada pasión por la vena más artística de la propia labor actoral, Green guarda para sí cierto discurso inconformista hacia la proliferación de los procedimientos culturales más atávicos, contextualizado en este grupo de personajes que buscarán la huída de su presente exorcizando las modernas formas de vida que parecen secuestrar sus más internas inquietudes. Por este mensaje incómodo, casi tanto como lo será la inusitada fogosidad con la que el director muestra con absoluto descaro este proyecto tan valiente, En Attendant les Barbares pasará a ser una rareza excéntrica, comprometida con su lenguaje, y con la sinceridad de apostar por un cine evolutivo en la fusión de diversos artes; aquí, cine y teatro se darán de la mano de una manera flamante. La naturaleza del proyecto también dejará ver un nervio implícito por transgredir la puesta en escena más convencional, que hará que merezca la pena su descubrimiento.