El mundo del celuloide ha ofrecido no pocas aproximaciones al tristemente célebre episodio de la historia de la humanidad que resultó ser la II Guerra Mundial. Documentales, dramas repletos de rigor histórico, cintas centradas en la acción e incluso comedias han aprovechado el escenario histórico de la «Gran Guerra» para narrar todo tipo de historias desde el estallido de la contienda en 1939. Pese a lo prolífico de estas cintas, gran parte de las aproximaciones al bando del Eje se han centrado en la figura de la Alemania Nazi y su líder Adolf Hitler en detrimento de otras potencias de la facción, como Italia o Japón y sus respectivas figuras históricas.
Con Emperador, el realizador Peter Webber —responsable de la decepcionante Hannibal: El origen del mal y la estimable La joven de la perla—, abandona el marco de la Europa continental escoltado por Matthew Fox y Tommy Lee Jones y viaja a tierras niponas para narrar, en clave de drama histórico con ciertos tintes de thriller, la historia de cómo el general Douglas MacArthur decidió el destino del emperador Hiroito una vez finalizada la guerra; un tramo apasionante de la historia contemporánea trasladado a la gran pantalla por Webber y su equipo de manera descafeinada y sin la intensidad propia del hecho histórico.
Como cinta histórica, Emperador resulta más que solvente. Es rigurosa a la hora de narrar los acontecimientos —especialmente durante la apertura y el cierre del filme—, posee un diseño de producción que favorece a las mil maravillas la inmersión en la época y nación en las que se ambienta —la recreación de las ciudades japonesas afectadas por la bomba atómica es ejemplar—, y transmite a la perfección el choque cultural que el soldado norteamericano protagonista experimenta durante sus andanzas por el país del Sol naciente.
Dicho choque cultural constituye no sólo una de las temáticas principales de la cinta, sino el aspecto de mayor interés de la misma. El retrato de la sociedad japonesa y su sentido de la comunidad, el honor, la tradición y la justicia resulta el complemento perfecto a una trama principal que bebe de los cánones del thriller político más convencional y que, pese a poseer buenas intenciones y demostrar un buen pulso narrativo en alguno de sus pasajes, se ve notablemente ensombrecida por decisiones de dudosa idoneidad.
La principal lacra de Emperador radica en el empleo de esa supuesta «fórmula perfecta» a la hora de construir un relato que, más que sugerir, obliga a incluir una trama secundaria de carácter romántico. En muchas ocasiones puede funcionar, e incluso alimentar a la trama principal para dotarla de una fuerza inusitada, pero, en este caso, la historia de amor entre el protagonista y su enamorada japonesa se manifiesta tan innecesaria como soporífera, convirtiendo las secciones del metraje dedicadas a ella en un auténtico somnífero. Para más inri, la convergencia entre la trama principal y la secundaria resulta torpe, inverosímil y fortuita, reforzando la sensación de encontrarnos ante un pasaje totalmente superfluo que podría haberse dedicado a fortalecer la estimable intriga principal.
Si el esquema del guión de Emperador achaca problemas de ritmo e intensidad, su personaje protagonista no ayuda en absoluto a levantar el conjunto. La labor de Matthew Fox dando vida al Genral Fellers se antoja especialmente monótona y carente de evolución, y demuestra una expresividad digna de Christopher Lambert en horas bajas, si se me permite el símil. Por otra parte, la otra gran estrella de la función, Tommy Lee Jones, convierte al mítico Comandante Supremo Douglas MacArthur en una suerte de parodia caricaturizada que, si bien resulta extraña y chocante, proporciona momentos de inesperada comicidad que alivian un tanto la sensación de monotonía del relato. Por suerte, la selección de secundarios de origen asiático elevan el listón de las actuaciones norteamericanas ofreciendo los momentos de mayor calidad a nivel interpretativo del filme.
Emperador resulta un filme repleto de luces y sombras pese a sus buenas intenciones. Su rigor histórico, su cuidada ambientación, la notable gestión de la intriga y el mimo a la hora de retratar la cultura japonesa se ven totalmente ensombrecidos por una hinchada trama romántica que posee los efectos sedativos de un Valium y por una interpretación principal plana y carente de fuerza.
Los amantes de la Segunda Guerra Mundial agradecerán el esfuerzo y se verán mínimamente recompensados por Emperador, el resto de espectadores tan sólo encontrarán uno de los ejercicios más descafeinados de intriga política que se han visto en los últimos años.