Las ambigüedades y las contradicciones a las que nos enfrentamos al lidiar con los sentimientos amorosos y el deseo parecen un motivo recurrente de la filmografía de Emmanuel Mouret. En su reciente Crónica de un amor efímero (Chronique d’une liaison passagère, 2022) sus personajes inician un ‹affaire› a sabiendas de que su relación está destinada a no perdurar. Irónicamente, la falta de compromiso a largo plazo y la libertad les permiten construir un vínculo profundo y cercano al ideal, que va mas allá de un simple romance guiado por la pasión. La particular historia protagonizada por Sandrine Kiberlain y Vincent Macaigne podría ser una extraída de un largometraje anterior, El arte de amar (L’art d’aimer, 2011). En esta película el director desafiaba las expectativas tanto de los espectadores como de las convenciones de este tipo de argumentos para plantear situaciones peculiares alrededor de distintas viñetas basadas en fantasías románticas y sexuales comunes. Unas situaciones que desarrolla a través de un reparto diverso y coral que incluye a François Cluzet, Frédérique Bel, Julie Depardieu, Judith Godrèche, Laurent Stocker, Élodie Navarre o Gaspard Ulliel.
¿Qué pasaría si tu fantasía se pudiera hacer realidad? Mouret lo explora con una mujer a la que una amiga le plantea la posibilidad de tener sexo con su marido después de haberlo soñado. Un hombre soltero de mediana edad descubre a una bella y joven vecina —que expresa abiertamente su necesidad de experimentar con alguien más que su ex— y se ve incapaz de ser espontáneo y dejarse llevar, aunque sepa que ella está ansiosa. Una pareja, que quiere ser mejores amigos sobre cualquier otra consideración, se propone tener sexo con otras personas como forma de demostrar su absoluta falta de impulsos posesivos y su desinterés por la idea tradicional de la fidelidad, para descubrir lo contrario. En cada una de estas historias la ironía es una herramienta clave en los ingeniosos diálogos y la propuesta escénica, que por un lado mantiene un extraordinario sentido del espacio con tomas largas y la observación de los personajes en planos abiertos. Por otro, la búsqueda de lo cómico se expone con la ruptura de esta continuidad naturalista y la distancia para acercarse a sus reacciones. El cineasta encuentra en elementos arquitectónicos apoyos explícitos para mostrar, por ejemplo, a través de reencuadre usando las paredes de su apartamento, la distancia comunicativa entre los dos amigos que se mienten entre ellos para satisfacer al otro a costa de su propio dolor.
El mejor amigo de una mujer casada le confiesa su intenso deseo por poseerla y ella no tiene otra mejor idea que arreglar un encuentro a oscuras en un hotel con una amiga que se haga pasar por ella para darle satisfacción, creyendo erróneamente que así su interés desaparecerá. El deseo nunca se satisface, únicamente se apacigua temporalmente. Las distintas viñetas podrían considerase casi una reformulación o reinterpretación de los cuentos morales de Éric Rohmer, manteniendo en el fondo el romanticismo y la melancolía de títulos como L’amour à la mer (Guy Gilles, 1964). Estos análisis fílmicos de la educación sentimental, de cómo colisionan la tradición y las costumbres con el deseo, de las expectativas y su forma de mediatizar los impulsos de cada individuo —de la que es tan fértil la tradición cinematográfica francesa—, se ve aquí representado con una perspectiva mordaz y ácida, que no hace concesiones tampoco hacia sus personajes y les enfrenta a las consecuencias de sus actos sin condenarlos. Porque en el fondo Emmanuel Mouret sabe que sus personajes, tanto dentro como fuera del cine, no merecen ser castigados de más por unas carencias emocionales, frustraciones y contradicciones que compartimos universalmente y que nos ayudan también a encontrar en el otro a nosotros mismos.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.