La vida no encuentra un sentido sin amor, al menos es lo que se destila del cine del francés Emmanuel Mouret, siempre dispuesto a racionalizar y todo lo contrario el sentimiento y la palabra, con ligereza y elegancia, a un paso de la risa y la nostalgia.
Como verdadero enamorado del romance y las múltiples facetas cinéfilas que lo han explotado desde los inicios (sus referencias a los predecesores del panorama francés son extensas y enigmáticas), Mouret conmueve pero no demasiado, provocando un suspiro que se difumina fácilmente en el aire, como un primer amor imaginario, de esos en los que te quedas mirando a alguien y vaticinas mil escenarios que jamás sucederán, quedando para ti el apasionado drama de una vida inventada y disfrutable, que en unos minutos tal vez ni recordarás.
Pero el director es más de compartir esas ideas efímeras, expandirlas, darles un lugar protagonista. Es por ello que un simple beso de despedida se convierte en un reto a la integridad en Un baiser s’il vous plaît, todo un baile de diálogos, escenarios y actores que tan bien define su estilo.
Un encuentro casual, una velada distendida y una despedida que no acaba de llegar es la premisa para fabular con recuerdos de otros. No hay nada que se le dé mejor al cine francés que narrar historias que desembocan en nuevas historias para enredar teatralmente a sus implicados. Es básicamente una excusa la base que sustenta toda la película, donde una mujer nos relata a dónde puede llevar a dos adultos eso de “por un beso nada pasará”. Pronto nos encontramos con una segunda pareja, interpretada por Virginie Ledoyen y el mismo Emmanuel Mouret, una extensa amistad que se encuentra con la conjugación del deseo sin compromiso, planteando si el afecto puede vivir de espaldas al amor y, por tanto, no existe el engaño cuando se traiciona de forma ajena al desahogo.
Con una narración lenta, llena de detalles prescindibles pero vulnerables, hábiles tramas de un buen cuentacuentos para dar forma a su historia, Un baiser s’il vous plaît se diluye como huellas en arena mojada, intentando explicar sin aleccionar, generando un interés natural (casi propio de quien pone la oreja en una conversación ajena), danzando entre dos universos: qué se cuenta y quién lo cuenta. La historia que debe darse a conocer tiene unos personajes mecánicos, capaces de pormenorizar un estado con sus palabras pero inexpertos en el tacto. Su sobriedad combina con las paredes de las estancias que habitan, los blancos, marrones y ocres se funden tanto en la decoración como en sus vestimentas, una forma de invitar a la prudencia, de solventar la atención a lo que se dice o cómo se actúa según interese. Ese color se rompe en alguna ocasión al igual que se saltan las líneas rojas del compromiso, sofisticando el uso del rubor de la pasión más allá de las mejillas de los implicados.
Sus saltos en el tiempo nos atrapan, deja espacio para la comedia ligera o el drama teatral, pero siempre nos lleva a distintas opiniones, pequeñas disertaciones sobre lo ocurrido hasta el momento o lo que posiblemente pueda suceder en el futuro, un cotilleo de café y cigarrillo que podemos ver sin necesidad de darle forma en nuestra mente, y que choca con apuntes ajenos de los interlocutores, que avivan nuevos conceptos para reforzar un mismo tema.
Un baiser s’il vous plaît es recatada y extrema, un legado subjetivo (otro más) del director sobre cómo entendemos el amor y sus consecuencias, ya sean el flirteo, el deseo o la compañía misma. Mouret nos reta a observar multitud de opciones para una misma pregunta, hasta convencernos de algo: la respuesta definitiva y universal no existe, ni se la espera.
Así que sólo queda desear que nunca se decida a aseverar el amor como doctrina, porque sus películas relajan la incongruencia misma que somos los humanos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, sin olvidar de aquello que generamos en sueños, donde ya nada es lo que parece. Pero el beso… ¡ay! el beso es la clave.