Una década ha pasado desde que Emir Kusturica dirigiera su última obra de ficción en solitario. Por lo que cuentan quienes la han visto, su último título (En la Vía Láctea) ha cosechado más críticas negativas que alabanzas. Dicen que Kusturica no es el mismo. Que ha cambiado su mirada y forma de hacer cine. Diez años pueden ser muchos para un creador de cine. O no, díganselo si no a gente como David Lean o Víctor Erice que espaciaron sus proyectos durante prolongados períodos temporales. Si bien parece que para el autor de Underground el cine ha dejado de ser una prioridad. El amor que sentía por este medio se ha podido desgastar al estar inmerso en otros proyectos artísticos, creativos e incluso espirituales.
He de decir que nunca fui un gran admirador de su cine. Algunas películas si que me gustan, pero por lo general siempre sentí cierta distancia respecto a ese talante bufonesco, grotesco y excesivo mostrado por el ex-yugoslavo en sus obras más populares. Una especie de sucedáneo de Federico Fellini emergido en el polvorín de los Balcanes que prefirió el realismo mágico al neorrealismo, la burla surrealista en lugar de la comedia estilizada o ese simbolismo tan propio suyo frente a ese estilo directo sin ningún tipo de concesiones a la galería inherente a la narrativa realista. Como a Fellini a Kusturica le volvían loco los animales de todo tipo así como el universo del cabaret. Unido a la escasez de recursos aparece su tendencia de filmar en escenarios naturales, huyendo del artificio cartón piedra de ese séptimo arte aparatoso de grandes estudios, aunque a medida que su popularidad fue en aumento esta inclinación fue diluyéndose hasta alcanzar cierto equilibrio. Como todos los cineastas etiquetados con el San Benito de autor, el bosnio se rodeó de un equipo de confianza que firmaba su presencia en todas y cada una de las obras del maestro.
Inició su carrera en un segundo momento de esplendor para la cinematografía yugoslava. Ya superada la etapa de la ola negra. Caminando en paralelo con otros jóvenes contestatarios como Goran Marković y Paskaljević. Superándolos en popularidad gracias a su carácter egocéntrico y mesiánico. Asumiendo su papel de líder de una nueva hornada que pretendía retratar los problemas locales de una sociedad multiétnica y multicultural crecida en el crepúsculo de un régimen corrupto donde la esquizofrenia había brotado para quedarse a vivir en su territorio. Amante de la música y del fútbol. Nacido musulmán (hecho que se advierte en las preocupaciones vertidas en sus primeras obras). Actualmente converso al cristianismo ortodoxo. Víctima de la temática que se afanó en hilvanar en sus películas, protagonizadas por unos Balcanes contaminados por una terrible crisis de identidad.
En este sentido se fraguó la que fue su primera aparición en el largometraje cinematográfico (tras un par de experiencias en la televisión de su país y un aclamado y alegórico corto sobre el Holocausto judío premiado en Karlovy Vary titulado Guernica). Su debut no pasó para nada desapercibido recibiendo el premio FIPRESCI en el Festival de Venecia de 1981. Y es que ¿Te acuerdas de Dolly Bell? no es para nada una película que pueda pasar inadvertida conservando esa onda aguerrida, valiente y desobediente inherente a un joven que quería llamar la atención empleando para ello toda esa imprudencia tan fascinante manejada por esa juventud rebelde con ganas de cambiar el mundo y reflejar los miedos y esperanzas de su generación.
Todo ello convierte a ¿Te acuerdas de Dolly Bell? en una ópera prima potentísima que se saborea con muchísimo gusto y pasión. Creo que atesora lo mejor del cine de Kusturica. Pero con una ventaja. La ausencia de contaminación externa. La carencia de loas y alabanzas que siempre desvían del buen camino al genio. Pues en el momento de su producción Kusturica era un perfecto desconocido en el ambiente cinematográfico europeo. Sus imágenes hipnotizan gracias a su sencillez. El bosnio no ambicionaba ejecutar un plano perfecto o engatusador para conquistar al espectador. En su debut utiliza la cámara como un medio y no como un fin en sí mismo. Como una correa transmisora de sensaciones y emociones. Cediendo el protagonismo a la historia de adolescencia que perfila el guión. A sus actores, todos ellos espléndidos y conocidos para quien se deleite con el cine de aquellas tierras. Ocultando la magia, tejiendo en este caso un cuadro chocante y muy cercano que no hace ascos a irradiar ese humor escatológico marca de la casa así como el patetismo de unas situaciones dantescas pero próximas para todos aquellos que hemos besado la enigmática pubertad. Un relato de alumbramiento. De ese mejor verano de nuestras vidas. De experimentar el mundo adulto con los ojos de un niño que aún no ha sido arañado por la madurez.
Lo que adoro del film es su naturaleza seminal. La cinta quizás halle más vasos comunicantes con las primeras obras de Marković y Paskaljević (incluyendo al protagonista del film, el Jorge Sanz del cine yugoslavo Slavko Štimac, quien trabajó en esos primeros años con estos dos colegas de Kusturica) que con la posterior filmografía del autor de Gato negro, gato blanco. Podemos señalarla por tanto como una obra perteneciente a una corriente cinematográfica que nació a finales de los años setenta, principios de los ochenta. Aún no empapada por la grafía de quien manejaba el tempo y los hilos. Pero con fogonazos muy identificables que delatan a su inductor. Como ese irrenunciable costumbrismo balcánico, en esta ocasión sito en un Sarajevo primitivo y salvaje. O esa predilección por mezclar el folclore inherente a esta región del mundo condimentado con ciertas influencias extranjeras, como la música italiana y el rock anglosajón. Y finalmente regando el plato con esa dicotomía Oriente-Occidente que inunda la mirada del serbo-bosnio. Islam y comunismo. Música rock frente a rezos cantados por mulás. Un batiburrillo extraño difícil de conjuntar que en manos de Kusturica se transforma en un paisaje gris pero a la vez muy divertido, dando muestras de un oficio que no suele escoltar a los primerizos realizadores de cine.
¿Te acuerdas de Dolly Bell? nos presentará a Dino (Slavko Štimac) un muchacho que malvive en los arrabales de una desolada ciudad de Sarajevo que se divierte ejecutando pequeños hurtos y actos de delincuencia bajo las órdenes de un quinqui con aspiraciones de aparentar ser un poderoso mafioso que acaba de salir de la cárcel. Dino siente una poderosa fascinación por la música, por lo que intentará aprovechar el nombramiento de un nuevo jefe doctrinal comunista, que pretende domar la delincuencia por medio del empleo de la música, para fundar un grupo de rock. Sin embargo en su día a día deberá enfrentarse con las carestías afectivas que dominan su núcleo familiar, compuesto por un padre borracho de fuertes convicciones marxistas a la vez que musulmán, una madre indolente que a duras penas saca adelante a su prole y sus dos hermanos, el mayor, muy responsable y trabajador, quien tomará el mando familiar ante el abandono de su progenitor controlando todos y cada uno de los movimientos de Dino con el fin de evitar que éste caiga en el mundo del crimen y su hermano pequeño, un chaval de unos doce años que tan solo sueña con pájaros y bicicletas.
Pero Dino despertará a la vida el día que su existencia se cruza con una joven prostituta, protegida del cabecilla de su cuadrilla, quien recibe el apodo de Dolly Bell y que será resguardada en un palomar situado cerca del hogar de Dino, al que se le encomendará la vigilancia y protección de la meretriz. Pronto Dino empatizará con la misma, soltándose el disfraz de guarda para vestirse con el de amante. Junto a ella descubrirá las mieles del sexo y del amor. De los besos en la boca con lengua. De follar desnudos empapados en sudor. De gozar los placeres de la vida. Pero también su relación sacará a la luz su ingenuidad. Descubriendo el desamor. La humillación al contemplar como su amada será violada por sus amigos y compañeros con el consentimiento de su cruel jefe. De todos salvo de ese amigo temeroso a degustar el sexo, quizás porque su tendencia sexual no es la aceptada por sus compañeros. Y todas estas experiencias salpicadas por la repentina enfermedad de un padre que se aleja del mundo de los vivos. Y por un tío comunista tan simpático como desequilibrado. Y por una huida a ninguna parte en compañía de esa Dolly Bell que embriaga nuestros sueños. De ese espejismo inalcanzable para los simples mortales. Para esos perdedores que siempre observarán la vida con el miedo a perder aquello que ni siquiera se ha podido sentir.
Todos estos fundamentos bautizan al film con unos ingredientes que le otorgan un aroma a gran cine. No. Esta no es una obra maestra, pero sí una película sobresaliente. Encantadora gracias a su tonalidad imperfecta. Maravillosa en virtud de sus defectos. Hechizante merced a su grafía dispersa y algo atolondrada. Sucia. A la que no la da vergüenza telegrafiar escenas de sexo explícito para nada elegantes. Existe una clara predisposición de Kusturica a reflejar lo extravagante inherente al ser humano. Su ruindad si se quiere. La puesta en escena del film puede considerarse descuidada e inmoral. Cruel. Para nada preciosista. Eso me gusta. Se siente la rabia de su creador. Se agradece su coraje. No existe odio hacia nuestros semejantes. Simplemente desencanto. Una palabra que no casa con la adolescencia. Pero que se acopla como horma a su zapato con la índole del film. Para Kusturica su ciudad no funciona. No comparte las doctrinas del mundo occidental. Todo está corrompido. Todo es grueso e indecente. Los funcionarios públicos anhelan objetivos privados. Nadie se solidariza con nadie. La atmósfera es asquerosa e irrespirable. Triunfan los proxenetas que engañan a sus víctimas prometiendo un trabajo en Italia cuando realmente lo que persiguen es la explotación humana en su propio provecho. Ganan los pelotas del partido. Pierden los soñadores que deben despertar de su sueño para que éste no se convierta en una eterna pesadilla. Los idealistas son los grandes derrotados. No existe futuro para ellos. Deben adaptarse a un entorno hostil o morir. Y toda esta moraleja, que puede que no sea la principal línea de diálogo mostrada por Kusturica, es lo que me hipnotiza de esta fabulosa obra de arte. Sin duda una película que no deja a nadie indiferente. Distinta y a la vez vecina.
Puede atisbarse cierto tono autobiográfico en algunas secuencias del film. Esas escenas de masturbación, de crueldad adolescente, de primer contacto sexual en compañía de tus amigos, esas escenas bucólicas que con un simple movimiento de cámara y unos actores en estado de gracia lo cuentan todo sin necesidad de decir ni una palabra. Esa encantadora manera de reflejar toda una serie de peripecias y acontecimientos tan absurdos que de kafkianos solo pueden haber emergido desde una realidad no ficcionada, no hacen más que acrecentar la estampa de un film atemporal e inolvidable, rodado con una sensibilidad exquisita por un Emir Kusturica que desgraciadamente derivaría su carrera hacia derroteros más esotéricos que sentimentales.
Todo modo de amor al cine.