El amor tiene algo de sórdido, es fácilmente envuelto en la tristeza que convive con la realidad. Emily Atef parece más interesada en esa frustración que en la imagen idílica que siempre se le asocia, ampliando su visión más allá del simple enamoramiento, puesto que el amor implica algo más que una relación sentimental con otra persona. Atef pone su mirada sobre otro amor, el amor a una misma, el básico para soportar compartirlo con el resto del mundo.
La directora franco-iraní ha situado ese amor en sus últimas películas a través de la enfermedad (con Más que nunca) y de la pasión secreta (con su último film Algún día nos lo contaremos todo) por lo que es su intencionalidad sobre el amor y sus formas lo que parece definir este encuentro con ella. Ahora es casi una constante encontrar referencias sobre la maternidad en el cine, y no necesariamente como experiencias perfectas e intensas, pero Emily Atef ya puso su atención en la inexperiencia y la ruptura en The Stranger in Me (2008) a través de la delicada interpretación de Susanne Wolf de su protagonista.
Aunque la historia, pese a su dureza, parezca sencilla, el retrato que se consigue realizar es minucioso y completo, con el ritmo propio de la problemática vertida. Rebeca ha disociado su realidad y, por tanto, el primer tramo de la película es un constante vaivén temporal que va construyendo su ruptura mental. De la madre que ansía conocer a su futuro hijo a aquella que no soporta la idea de su existencia hay apenas unos instantes de dolor en el parto que cambian definitivamente la vida de esta mujer. No son necesarias palabras o explicaciones, Atef sabe diagnosticar esa depresión con cada momento en el que Rebeca queda aislada de los acontecimientos, existan personas a su alrededor o no. Ese avance en el día a día de la joven pareja se materializa entre pequeños extractos que nos muestran una explosión silenciosa de la situación, una que hábilmente se desarrolla en plena naturaleza, pareciendo que esa ruptura que ella ha sufrido al enfrentarse a su hijo funcione también como una desconexión con su propio papel en el mundo —siendo madre y tierra equiparable en muchas culturas—, más teniendo en cuenta su labor como florista, siempre rodeada de ellas en sus momentos de felicidad.
Atef tiene una sensibilidad muy característica a la hora de alimentar su historia. Son imágenes sencillas, no invasivas, que nos demuestran esa soledad con la que se le permite actuar a la joven madre, un espacio ilimitado donde lo meramente irracional pasa desapercibido. Wolff sabe penetrar en su rostro esa afección invisible y silenciosa mientras el tiempo pasa y aniquila su integridad. Es una crítica y a la vez un paso adelante a una segunda parte en la que dar una oportunidad al personaje ya despojado de cualquier sentido. Mientras en un inicio hace una deconstrucción del amor, en este momento decide afrontar el amor en otras múltiples direcciones, siempre considerando el propio como el más importante. El cambio de la historia también se convierte en formal para la película, pues cambia sus diagnósticos sobre el paso del tiempo y revela un mayor interés por comprender esa soledad a la que se enfrentaba Rebeca.
Es así como vemos que sus referencias a la naturaleza misma tienen un sentido humano, por encima de su relación directa con la maternidad o incluso la feminidad. Se habla de un daño y de una posible reparación, siempre enfrentando a la joven, casi anecdóticamente, a los elementos. Sí, The Stranger in Me tiene ese foco que la asocia a la maternidad, pero también al cachorro que debe lamer sus heridas, ofreciendo juicios que obvian el comportamiento de la protagonista, sobradamente retratado, más bien enfocados a los ideales que pesan socialmente sobre ella, siendo feroz pese a su contención contra los mantras que obsesionan sobre la perfección y la afección instantánea ante un cambio tan brusco, sin necesidad de emitir ni un único reproche en voz alta, valiéndose únicamente de miradas desencajadas, gestos inoportunos o simples interacciones con desconocidos, como una respuesta a la condena que todos estos movimientos significan para quien los soporta.
Es quizá el sentido que engrandece al relato de The Stranger in Me, ese desinterés por mostrar actos correctos o llenos de belleza y aún así desvelar el amor en cada uno de sus planos.