Hablemos de fenómenos. Los episodios extraños que se reproducen en el hogar y que inquietan, por no decir que aterrorizan, a los que allí viven. Lo que no te apetece que pase en tu casa, es más, la simple idea de vivirlo mientras ves cómo otros lo padecen te infunden un pánico momentáneo para luego recordar que no te afecta directamente y quitarle importancia. Pero el efecto pánico ‹express› es vital.
Ahora recordemos eso llamado ‹found footage›, las películas que se montan a partir de un “metraje encontrado” en el que se recoge todo lo que alguien deicidio rodar (como material único de lo vivido en primera persona) sobre un acontecimiento. Una moda actual, pese a los muchos años que se lleva empleando este estilo como excusa novedosa y participativa de la cámara que todo lo ve. Si ya pensamos en casos fantasmales donde la cámara sirve para dejar constancia de todo lo que allí ocurrió, sea una puerta abierta, un vientecillo molesto o un montón de espectros no-bienvenidos que hacen de las suyas, ampliamos el mercado a una repetición tras otra que puede tener tres consecuencias: disfrutar con tu nuevo género favorito por la cantidad de películas que aparecen últimamente; volverte en un experto de fantasmas ficcionados que consigue hacer tablas comparativas entre películas, incluso agruparlas por tipos de casos paranormales; inmunizarte hasta tener que buscar otro terror infantil con el que volver a los respingos fílmicos con los que poder tirar las palomitas al suelo o, en su defecto, abrazarte al cojín más cercano.
Parece que viendo Emergo no vamos a sufrir ninguna de estas catarsis ectoplásmicas. Una película creada antes de la irremediablemente catalogada como moda del actor-técnico de imagen, estrenada en el Festival de Sitges hace ya año y medio y presentada en muchos países antes de adentrarse a nuestro (a veces) hermético mercado cinematográfico, pese a que la dirección y el guión tengan sello español. El debut de Carles Torrens en la gran pantalla viene respaldado por el guión de un Rodrigo Cortés al que se le ve más que familiarizado con el tema de los casos paranormales y su investigación, por lo que pudimos ver en su película Luces Rojas. Ante la imposibilidad de poder dirigirla él por la avalancha de proyectos que tenía, confió en Torrens para dar forma a su película, de proyección internacional con actores extranjeros y rodada en inglés.
Entramos en la casa junto al equipo de científicos que van a estudiar y analizar lo que ocurre en la casa de una familia que acaba de mudarse a un apartamento. Tres investigadores altamente profesionales, con sus confidencias y saber hacer frente a un padre, su hija adolescente y un curioso niño pequeño. Conectamos. Por tratarse de profesionales, es así como vemos la instalación de cámaras, sensores de movimiento, micros y todo tipo de sofisticados elementos que no dejan lugar a la improvisación, tanto en la película como en el proceso de estudio. Vemos a una familia desestabilizada por sus problemas personales con el agravante de ruidos, destellos lumínicos y objetos que se mueven por la casa. Ante la preocupación del patriarca por la seguridad mental y física de los presentes, se enfrenta la opción del “que interesante que ocurra esto” por parte de los investigadores.
Así se va formando un contrapunto constante, en la que cada personaje funciona a su ritmo para que se vaya estructurando lo que allí ocurre. Una casa convertida en un pozo donde aplicar el control absoluto de lo que allí sucede, con un montaje donde cada elemento visual toma protagonismo en el momento idóneo, lo que nos lleva a seguir cámaras con distintos enfoques, gránulos, calidades y ángulos, incluidas las grabadoras, las cámaras fotográficas y objetos grandes no identificados que tienen también su utilidad pero que no podría reproducir con claridad. Tras controlar todos los rincones toca centrarse en lo que allí ocurre. Tratadas las imágenes como un posterior montaje hecho con todo el metraje obtenido durante la investigación llega el momento de hablar de terror puro y duro. Para ello, los sustos se toman su tiempo para materializarse, en una tensa calma donde incluso te da tiempo a presuponer lo que va a ocurrir, y es posible que aciertes, pero consigue que mantengas el aliento con la suficiente valentía como para sorprenderte. Y si no te asusta, al menos da pie para disfrutarlo.
Se abusa de la sobreexplicación técnica de los aparatos y métodos que utilizan y lo que consideran que ocurre en cada momento, pero lo hacen a distintos niveles, desde la información simple al pequeño de la casa hasta los ataques verborreicos del profesor al frente del estudio. También hay tiempo para sortear los consabidos cambios de ritmo y giros de guión que nos llevan a un desenlace que consigues recrear en tu mente antes de que ocurra, sin privarnos de momentos violentos provocados por la propia tensión de los presentes y la fascinación de lo que no se alcanza a comprender pero que con precisión se puede determinar, e incluso interpretar.
Todos los tópicos convergen en Emergo, pero lo hacen con un lenguaje más estudiado y deleitable sin caer en el orden establecido de un modo evidente. Similitudes se pueden encontrar a montones en este saco en el que ha caído por su estilo, pero resulta complaciente con respecto a las expectativas, que no son otras que pasar un buen/mal rato viendo un producto de terror que se centra más en la explicación que en el efectismo, aunque al final los dos tengan su protagonismo. Si no os convence, siempre nos quedará el atractivo oculto del padre (Kai Lennox), que está ahí, por si nadie se había dado cuenta tras tanta frustración y acongoje.