Embryo Larva Butterfly, igual que su propio título, se nos desvela como si de un proceso se tratara, dibujando esa evolución que se dirime entre pasado, presente y futuro, donde sus protagonistas aquejan una falta de voluntad solo ligada al marco en que se dispone esta ‹sci-fi› minimalista (casi intimista, se podría decir): al fin y al cabo, se encuentran sujetos a un universo donde todo se asemeja predeterminado, o por lo menos así es como delimita Papavassiliou las constantes de esa particular construcción en sus primeros minutos.
El modo en cómo afrontan los personajes centrales un futuro (o presente, o pasado), presos de ese tiempo ya delineado, sirve al cineasta como filón narrativo desde el que dar forma a las posibilidades de un universo que rara vez recoge en su imaginario una angustia vital replicada para la ocasión a través de su extravagante sentido del humor. Este funciona las veces como motor del film, y lo aleja de una asepsia formal que quizá hubiese encajado en esa ‹sci-fi› de poso dramático que, sin embargo, encuentra derivaciones en una comicidad que bien podría rememorar el espectro que nos trajo la Nueva ola griega a inicios de siglo, pero enarbolada con una perspectiva que se aleja de aquella hiriente frialdad y de una distancia dispuesta ya desde la planificación. Por contra, el autor de Impressions of a Drowned Man, que da un paso adelante respecto a su ópera prima engarzando una estética que converge con las intenciones del film; por otro lado, su faceta humorística se desprende de un diálogo que no se detiene en la búsqueda de respuestas, y entabla una exploración cuyos matices no solo se dirimen en reforzar la importancia del relato, sino también en saber explorar ese absurdo vacío que se escurre entre nuestras manos: la existencia.
Es, no obstante, en la forma de articular ese citado relato, donde Embryo Larva Butterfly no termina de encontrar un tono, una direccionalidad por la que ahondar pertinentemente en el dislate que puede llegar a suponer tanto el periplo vital como las decisiones que se desprenden del mismo. El film del chipriota se siente, en ese sentido, demasiado anclado a una linealidad que paradójicamente podría esquivar y despreciar dada la naturaleza de lo creado, y es que no hay nada como hurgar en lo irracional de una situación que termina queriendo matizar e incluso modular desde un misticismo un tanto impostado que, si bien sirve para conectar determinados pasajes y encauzar su final, desprecia en cierto modo una esencia —la que apela a la sinrazón, desvelando un (a ratos) descabellado mosaico— minimizada por la necesidad de asir hilos conductores que al fin y al cabo, y desafortunadamente, son los que lo sostienen.
La exploración afectiva, que se refleja no sin cierta ironía incluso en ‹performances› en locales de ocio frecuentados por sus personajes, queda constreñida por un relato que termina disponiendo sus piezas de un modo extrañamente irregular, en especial a juzgar por ese cierre que, si bien contiene cierta maldad y una necesaria dosis de mordacidad, se resuelve con inaudita normalidad: como si, lejos de aportar matices al contenido, se presentara cual esperado anexo a pie de página, buscando un impacto que nunca termina de llegar.
Embryo Larva Butterfly se estima en ese sentido como una oportunidad desaprovechada: no tanto porque lo que ofrece resulte desdeñable o no sea capaz de tejer una perspectiva con personalidad, dotando a sus elecciones de un carácter muy concreto, sino por una falta de riesgo que se evidencia en especial a medida que avanza el metraje, y que termina haciendo del nuevo film de Papavassiliou un ejercicio interesante en su propuesta inicial que no es capaz de acentuar sus posibilidades y, por ende, se diluye como si esas elecciones predeterminadas lo fuesen más por el propio lenguaje que maneja el cineasta que por los avatares de una existencia menos caprichosa de lo que se deduce del absurdo que se sustrae de algunas de las mejores secuencias del film.
Larga vida a la nueva carne.