La sobresaturación que se ha ido produciendo sobre un terreno vinculado al cine de género como podría ser el del ‹body horror› ha obtenido respuestas de lo más diversas: desde la indagación que se ha producido en su faceta psicológica en films tan dispares como Thanatomorphose o Starry Eyes, hasta el puro desparrame que habían explorado ya clásicos como Brian Yuzna o Stuart Gordon, pasando por el siempre controvertido aspecto social diseccionado por nombres como David Cronenberg, el propio Yuzna o el siempre reivindicable Shinya Tsukamoto, y ahora rescatado por Coralie Fargeat en su celebrada La sustancia, resulta cada vez más difícil encontrar ramificaciones que, sin necesidad de incurrir en sus tropos o incluso subvertirlos, doten de cierta frescura al panorama.
En el caso de Thibault Emin, nos encontramos no obstante ante una mirada que huye de toda concepción habida y por haber, se libera, y explora dicho componente desde una amalgama genérica que se expresa sin tapujos: aquí lo interesante del asunto no es tanto qué aporta un género u otro al asunto en cuestión, sino más bien cómo se desenvuelve entre ellos un relato que se reconfigura a cada paso que da, y que incluso a nivel tonal es capaz de ir aportando nuevas pinceladas sin perder la perspectiva ni sin que el conjunto se desarticule o se vea forzado a sacrificar una cohesión muy necesaria, en especial para la progresión visual del film.
Y es que en ese sentido, Else encuentra uno de sus estímulos centrales, pues partiendo de un territorio donde el romance se despliega desde un componente cómico y pegajoso comprendido en ese personaje femenino al que da vida con mucho magnetismo la actriz Edith Proust, para más adelante encontrar en la propensión a un fantástico voluble y los confines de un horror que se reproduce de formas muy concretas, es precisamente el modo en cómo Emin trabaja la imagen (así como va mudando su paleta cromática) aquello que permite alcanzar nuevas cuotas al film, siendo en especial esas transiciones visuales que propone así como lo mutante de una puesta en escena cambiante, algunos de los rasgos que dotan de una nueva dimensión al relato.
De hecho, es a través de ese carácter mudable como no solo avanza la propuesta, sino además aporta matices que el belga tampoco se esfuerza en desarrollar desde su faceta narrativa: conocemos lo justo de esa suerte de infección que se extiende como una plaga y derivará en una pandemia propia de nuestra realidad, confinamiento incluido mediante, pero a su vez todo se expande en un relato donde la atmósfera llega a capitalizarlo, aunque sin despreciar del todo una construcción narrativa que va modulando el tono con la cadencia adecuada, hallando la solidez necesaria en dos actuaciones que por momentos se abren paso en la vorágine propuesta por el belga.
Cabe destacar en ese aspecto el trabajo de sus dos actores centrales, pues tanto la citada Edith Proust como Mathieu Sampeur recogen en distintas ocasiones el testimonio de una obra que llega a funcionar desde sus particulares aportaciones: por un lado, empleando ese citado magnetismo que posee la actriz francesa, llegando a dotar a la propuesta de un cariz distinto al genérico, y por el otro aprovechando una templada faceta dramática que su compañero de reparto despliega con el talento necesario como para que todo se integre a la perfección en el relato y no parezca que estamos ante una amalgama de composiciones y tonos dispares.
Con Else nos encontramos pues ante una propuesta no exenta de cierto riesgo, en especial si atendemos a su condición de debut, aunque ello no parece condicionar en ningún momento las decisiones de un cineasta que tiene meridianamente clara la dirección que debe tomar una obra fascinante e inmersiva que incluso se atreve a introducirse de lleno en el terreno de la abstracción sin que ello suponga ni mucho menos sacrificar la coherencia interna del film, más bien explorando estratos que ahondan en una naturaleza voluble y esquiva, pero al mismo tiempo trufada de estímulos que nos transportan a la génesis de un cine (im)posible que debe ser apreciado del mismo modo que se concibe: sin limitar la mirada a un terreno conocido y, por tanto, seguro.
Larga vida a la nueva carne.