Elle (Paul Verhoeven)

Querido Paul:

¿Dónde narices has estado los últimos diez años? ¿Qué has estado haciendo durante todo este decenio mientras nos dejabas huérfanos del poderío narrativo y la maestría que, digan lo que digan, siempre has ostentado?

Es cierto que aunque no hayas estado presente en nuestros pensamientos de manera constante desde que nos dijeses hasta luego —por suerte, no fue un adiós— con el magnífico thriller bélico El libro negro (Zwartboek, 2006), firmado en tu Holanda natal que vio florecer el genio indiscutible de un autor en mayúsculas con piezas como Vivir a tope (Spetters, 1980) o Delicias turcas (Turks Fruit, 1973), tu figura siempre ha estado sobrevolando el inconsciente del cinéfilo que echaba de menos la desvergüenza y el par de gónadas con las que rubricabas todos y cada uno de tus trabajos.

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Te conocí durante tu escarceo con la industria americana. Aún recuerdo como si fuese aquél crío frente a su tele de tubo el modo en el que desmembraste a escopetazos al bueno de Alex Murphy en Robocop (1987), cómo sacaste los ojos de sus órbitas a Arnold Schwarzenegger en Desafío total (Total Recall, 1990) o, estando más crecido, cómo mandabas a Denise Richards y a Casper Van Dien a masacrar bichos espaciales en Starship Troopers (1997); tres películas que ocupan un espacio privilegiado en mi estantería, y también en mi cada vez más longeva trayectoria como amante del séptimo arte. ¡Si hasta defendí —y aún hoy defiendo a capa y espada— esa joya infravalorada hasta la saciedad que fue Showgirls (1995), haciendo peligrar alguna que otra amistad!

Por todo esto, no es de extrañar que tu retorno al largometraje con Elle (2016) me haya generado una expectación tan grande como la satisfacción y el tremendo sabor de boca que me ha dejado una cinta merecedora de repetir la nominación al Oscar que ya recibiste en el 73.

Seré sincero. Han pasado varios días desde que disfrutase plenamente de Elle y no sólo no he conseguido quitármela de la cabeza, sino que parece que aún no la he conseguido digerir. Puede que haya sido por lo delicado de su temática y por cómo has conseguido llevar a tamaños extremos de sordidez y demencia —es decir, a tu terreno— a un subgénero como el «rape and revenge» sin caer en el exceso, lo gráfico y lo chabacano. En lugar de eso has jugado a retratar a un grupo de personajes tan excéntricos como terrenales, creíbles y caricaturizados a partes iguales, y has manipulado tanto a ellos como a nosotros para conseguir descolocarnos constantemente cada vez que creíamos comprenderles; todo ello hibridando con muchísima inteligencia el thriller erótico de más alta calidad que tantas alegrías nos ha dado cuando ha llevado tu sello, el drama, y la comedia más negra que podamos concebir.

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Entre carcajadas —muy— incómodas y cambios de postura en mi butaca a cada giro de guion, cada cual más enfermizo y desmadrado, me doy cuenta de que Elle no es tan sólo una deliciosa rareza en la que la violación, el adulterio y el infierno que supone la familia son tratados con el cinismo del que sólo unos cuantos elegidos como tu hacen gala. Elle es mucho más que eso. Es un brillante ejercicio de tono y estilo que evoca a una suerte de Michael Haneke puesto de ácido. Es una demostración de poderío en la dirección y la planificación que, de no haberlo dirigido tu, sólo podría haber caído en las también retorcidas mente y manos de Brian De Palma. Es una exhibición contínua de Isabelle Huppert demostrando que, probablemente, sea la mejor actriz en activo en estos momentos. Y por último, pero no por ello menos importante, Elle no es —y será— únicamente una de las mejores películas del año, sino también de la década.

Maldita sea, Verhoeven. Cuantísimo te hemos extrañado.

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