¿Es el amor cosa de locos? En el memorable plano final que cierra la película, el rostro de Lesley Ann Warren se ensombrece momentáneamente cuando Keith Carradine le sugiere que la base de su incipiente relación quizás consista en un amor irracional, espontáneo, frágil por necesidad. Como en aquel demoledor epílogo de El graduado (1967), también en la cinta de Alan Rudolph el futuro de los amantes se revela incierto, lleno de preguntas. Es, sin duda, el desenlace más lúcido que podría tener esta película extraña y subyugante, aguda reflexión en torno a las necesidades afectivas y los vaivenes del corazón que el otrora respetado Rudolph rodó en pleno apogeo de su carrera. Lo hizo a través de una estética densa, nocturna y fuertemente anclada a su época (el aroma ‹eighties› se palpa en todo: ambiente, decorados, personajes, música…) y partiendo de un material dramático que quizás en otras manos hubiera dado pie a un vodevil romántico del montón, pero que en manos del autor de Los modernos (1988) se convierte en un intrigante estudio de personajes tocado por la varita de la inspiración: si uno logra adaptarse a una puesta en escena deliberadamente artificial —la claustrofobia y el aire viciado de algunas escenas de interiores, por ejemplo (especialmente las rodadas en el bar de Eve, de ecos vagamente “hopperianos”) parecen querer rehuir todo amago de naturalismo— y a unos personajes atípicos pero no inverosímiles, es probable que acabe enredado en la maraña de diálogos inteligentes que van vertebrando la trama.
Rudolph maneja con idéntica habilidad lo cómico y lo dramático, integrando en el relato componentes absurdos (verbigracia, el toque casi humorístico que reciben las escenas más violentas o tensas) un poco en la línea del primer Hal Hartley, aunque sin un grado tan elevado de autoconciencia, es decir, sin necesidad de recurrir a una excentricidad a veces excesivamente calculada a modo de reafirmación autoral. Su pulso firme a la hora de perfilar personajes es inusual, sabiendo dejar zonas de sombra incluso en aquellos que más podían tender a la obviedad (el personaje de la consejera sentimental que interpreta Geneviève Bujold). Esta labor descriptiva, resuelta con economía y talento, tiene su refuerzo en la modestia y respeto con que el realizador trata a sus criaturas y al propio espectador, sugiriendo pero no recalcando nada, manteniendo intacta, por tanto, una mínima y necesaria ambigüedad. No existe, de este modo, el más mínimo afán aleccionador o moralizante; Rudolph se limita a remover con su bisturí aquellas cuestiones que perturban a sus personajes, más concretamente a los de Bujold y Ann Warren, utilizando al misterioso personaje de Carradine como elemento catalizador. Él es quien saca a ambas mujeres de su adormecida y confusa existencia y, por descontado, el único personaje de la función que permanece inalterado al final de la película: un loco enamoradizo que, con su locura, cortocircuita el orden existencial de aquellos que se cruzan en su camino.
Elígeme, con su desconcertante juego de encuentros y desencuentros, de confusiones y coincidencias imposibles, consigue hablar no sé si con sabiduría, pero sí de forma magnética y seductora, de algo tan abstracto como el amor, que a menudo es aquel árbol que no deja ver un bosque mucho más complejo formado por carencias afectivas, falta de autoestima, miedo al porvenir, apego enfermizo al pasado… Un reparto eminentemente ‹cool› y compenetrado (Carradine y Bujold cumplen, pero Lesley Ann Warren está especialmente fantástica) hacen el resto, dejando que Rudolph filme escenas tan brillantes como aquella en la que Bujold intenta racionalizar una traición sentimental en pleno proceso de autodescubrimiento.
Definitivamente, uno de los títulos más atípicos y reivindicables del cine norteamericano de la década de los ochenta.
Una de las mejores pelis de la filmo de Rudolph. Muy ochentera y Almodovariana, con un magnífico plano secuencia inicial.
Es una peli que se encantará si entras en ella en sus primeros 20 minutos. En caso contrario puede que no la llegues a terminar, por lo extraño y complejo de su planteamiento.
Refleja extraordinariamente la sociedad angelina de la década de los ochenta y esas historias noctámbulas y crápulas que se debieron dar en aquella época.
A mí me parece una de las películas más extrañas, surrealistas, hipnóticas, ochenteras realizadas en la filmografía americaba.
Enhorabuena por reseñarla.