Una cinta de casete azul y una canción (Hanging on the Telephone de The Nerves versionada para la ocasión) como principal impulsor de un cambio inevitable. Rebecca Thomas expone con certeza un contexto que quizá ofrece más pistas de las que uno podría presuponer en un principio acerca de ese acto “milagroso” que dejará a la protagonista del film embarazada. Esa sociedad mormona a la que pertenece la joven Rachel, adoctrinada —como muestra su secuencia inicial— y amoldada a un contexto autoritario —así queda dibujado, por mucho que las apariencias sean otras, cuando deciden la expulsión del señor Will—, sirve de marco perfecto para comprender las claves de un viaje que tendrá precisamente esa cinta como pretexto pero a través del cual se inicia otra de tantas huídas/búsquedas en torno al abandono de una etapa que dará paso precisamente a lo que los padres de Rachel le negaban: explorar otras sendas e incluso empezar a valorar la sexualidad y todo lo que le atañe como una opción.
Ese viaje, que no es sino una reformulación de tantos otros ya conocidos con un peculiar encuentro entre Rachel y su hermano (el señor Will) y esos “Electrick Children” a los que hace mención el título del film, cobra quizá una importancia menor durante el desarrollo de un relato que se muestra libre de ataduras —no tanto en un sentido narrativo, sino más bien en uno espacial—, proyectando sus esfuerzos en direcciones distintas antes de que descubramos a donde lleva esa incesante busca del autor de una canción o, en su defecto, otros elementos que permitan identificarlo —como ese mustang rojo—. Thomas cimienta de este modo un ejercicio que tiene tanto en el ámbito visual —de ciudadas decisiones estéticas— y en las cuasi esporádicas relaciones entre sus personajes uno de sus filones más sugestivos.
Las relaciones, volátiles y sin un sentido específico, marcan el devenir de ese trayecto. En él, la cinta encuentra en Julia Garner uno de sus mejores puntales: de rostro magnético —algo me llevó a equiparar su presencia a la de una actriz también rubia, Maika Monroe, que este año nos ha hechizado con su presencia en The Guest y, sobre todo, It Follows—, singular presencia y rasgos idóneos para representar esa colisión entre dos universos radicalmente opuestos, la actriz realiza además una de esas interpretaciones perfectas, de las que son capaces de comprender las necesidades del personaje y llevarlas a un terreno donde ni siquiera la fascinación que desprenden en ocasiones los fotogramas de Electrick Children nos alejen del objetivo primigenio, que no es otro que ante todo llegar lo más lejos posible en un viaje tan deliberadamente descompensado como extrañamente hipnótico.
Donde mejor funcionaba, en ese desconcierto constante que parecía conectar a la perfección con las raíces de una particular odisea, se termina perdiendo en un tercer acto en el que quizá el principal error de Rebecca Thomas es querer exteriorizar, racionalizar, lo que hasta ese momento había funcionado relativamente bien sin recurrir a ello. El punto final a ese enigma, consecuente y con alguna sorpresa en forma de pequeño pero emotivo papel, otorga el contrapunto necesario al relato de Rachel, pero a partir de ese momento lo que parecía ser un estado, pasa a ser un acto, y es ahí donde esta (cuanto menos) interesante ópera prima pierde la ocasión de rematar. Electrick Children es, no obstante, magnética e inesperada, uno de esos debuts que demuestran que el cine independiente puede continuar eludiendo ese «establishment» que parece haberse instaurado en los últimos años en esta parcela, e ir un poco más allá. Se agradece.
Larga vida a la nueva carne.