Nada como un viaje a esas zonas de relax y confort, donde alejarse del barullo de la gran ciudad y relajarse entre las paredes de un caserón situado en mitad de la auténtica nada… para resolver esos asuntillos quizá imperceptibles, pero presentes, contra los que cada pareja batalla día a día; aunque, claro está, que si tras el quid de la cuestión está el autor de alguna de las mayores salvajadas (de género) de los últimos años, los asuntillos bien se podrían transformar rápidamente en asuntos, en mayúsculas.
Tommy Wirkola provee pues el contexto ideal, el tono —salvajismo en su máxima expresión y verdadero delirio en forma del humor más auténticamente nórdico (y negro, claro)— y las herramientas —una pareja verdaderamente entonada encarnada por Aksel Hennie (que ya se había encontrado con el dislate noruego en la gran Headhunters) y Noomi Rapace (ya presente en el Siete hermanas del cineasta)—. Ello no implica que, en efecto, con las cartas sobre la mesa, el autor de Zombis nazis lo tenga todo hecho: dotar de equilibrio y acotar un ‹timing› como el de la comedia conjugado con el thriller más bestia, no puede ser fácil ni para quien lo ha logrado en la secuela (ese examen riguroso que no todos aprueban con nota) de su film más celebrado hasta la fecha.
Pero el realizador noruego lo tiene claro, y consigue a través de una construcción de personajes idónea afilar cada línea de diálogo y cada situación como si no hubiese otra, añadiendo, por si ello fuera poco, apuntes cada vez más cafres que sostienen la esencia —y, en especial, ese citado tono— de El viaje con la mordacidad necesaria desde la que señalar un contexto afianzado en el mundillo que frecuentan sus dos protagonistas.
No obstante, y lejos de esa violencia y capacidad humorística tan bien acuñadas, El viaje aprovecha realmente sus posibilidades a través de una narrativa que, en efecto, es concisa y directa —como debe ser—, pero además hace de sus elementos distintivos —esos ‹flashbacks› capaces de dotar de un nuevo barniz a la acción— un asidero desde el cual poder desarrollar el relato con más (disparatados) matices, si cabe.
Es, precisamente mediante ese recurso, cuando Wirkola introduce nuevos personajes en la ecuación dilucidando unas motivaciones que, si bien no se antojan indispensables —quién querría hallar justificaciones en un film como el que nos ocupa—, sirven cuanto menos para dotar de identidad y carácter a esos individuos. Una acertada decisión desde la cual dar puntadas a un tono que, gracias a ello, en ningún momento diluye su capacidad, e incluso acrecienta sus posibilidades en torno a una violencia tan lúdica y ‹cartoon› (hasta en cierta medida, afianzada en un ‹slapstick› de lo más salvaje) que define muy a las claras la circunstancia de una propuesta donde es difícil encontrar tregua, funcionando como un tiro durante la totalidad de su metraje.
Tommy Wirkola vuelve con fuerza en esta El viaje, una comedia negra disfrutable de principio a fin —incluso en ese epílogo que disminuye su frenesí pero le otorga el barniz idóneo a ese irónico contrapunto—, tan desacomplejada como brutal, y con dos actores al frente en perfecta comunión con la naturaleza de uno de los vehículos más disparatados y descacharrantes de la temporada. Un auténtico festival de violento y humorístico cuya incorrección no hace sino otorgar alicientes a la condición de un cine que difícilmente se encuentra en el estado de gracia del nuevo trabajo del noruego. Un viaje que muy pocos querrán perderse.
Larga vida a la nueva carne.