Hace ya más de 12 años que se escribió un punto y aparte en uno de los conflictos más graves que han acaecido en el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Hablamos de la cuestión norirlandesa, que durante años enfrentó a los unionistas, partidarios de seguir manteniendo el esquema geopolítico heredado de la corona británica, protestantismo incluido, y aquellos que deseaban justo lo contrario, es decir, independizarse del Reino Unido y abrazar el catolicismo irlandés, enraizando buena parte de su causa a través del IRA. Este grupo anunció en julio de 2005 que abandonaba las armas, abriéndose entonces un proceso de paz que deberían culminar los líderes políticos antagonistas: Ian Paisley, unionista, y Martin McGuinness, dirigente del Sinn Féin.
Los hechos que acaecieron en esa etapa del proceso de paz quedan expuestos en El viaje (The Journey), película dirigida por el ya veterano Nick Hamm (cuya obra más conocida probablemente sea The Hole). En ella se cuenta la curiosa situación que se da cuando Paisley abandona la reunión presidida por el entonces primer ministro británico Tony Blair para acudir a la celebración de sus bodas de plata. Para no frenar el proceso de paz, McGuinness acompaña a su rival político en el trayecto en coche que les llevará hasta el Aeropuerto de Edimburgo, circunstancia que aprovecharán Blair y otros miembros de la cúpula gubernamental británica para intentar acelerar las negociaciones entre la pareja norirlandesa.
Incluso los que aborrezcan la política pueden disponerse a ver El viaje como una road movie en su lado más puro, un trayecto en coche con dos protagonistas contrapuestos en ideas y personalidad que, a través de conversaciones y de una cierta dosis de humor, parecen condenados a entenderse para el futuro de su país y del Reino Unido en general. A priori y pese a que resulta obvio que con frecuencia se ponen en relieve cuestiones fundamentales del conflicto (como el perenne debate sobre si un colectivo minoritario puede alcanzar sus objetivos sin recurrir a la violencia) el contexto parece lo de menos.
Aunque la película deja bien claro que lo que vemos en pantalla es, con mayor o menor tino, una curiosa manera de imaginar lo que pasó durante aquel camino en coche hacia Edimburgo, El viaje se define como un relato que parece querer transmitir cómo hasta los políticos más aparentemente duros se comportan como tipos normales y poseen varias cosas en común. Este planteamiento puede sonar utópico a simple vista, pero se encuentra desarrollado de manera más que aceptable a través de la hora y media de metraje con la que cuenta el film y, en cualquier caso, siempre están ahí los hechos reales para cotejar hasta qué punto Hamm se toma licencias.
El mayor problema que quizá se pueda apreciar en El viaje es una cierta tendencia a dejar todo atado con cabos buenrollistas. Bajo el paraguas de una académica puesta en escena, destacan negativamente los continuos planos que se recrean en gestos nada imprescindibles en el desarrollo de la trama, como si el director no confiara en que los propios diálogos pudieron impulsar a que el espectador compruebe la evolución que sigue la obra. Esta situación, que se acentúa más aún para aquellos que sean ya conscientes de los hechos reales, resta parte de la maldad implícita al contexto del film (no olvidemos que estamos hablando de un conflicto que arrastró muchas muertes) y que bien podría haber derivado a la negrura pero que, para desgracia de aquellos ávidos de asistir a un relato fresco y original, prefiere quedarse en la autocomplacencia. El resultado es un film que se deja ver, gracias sobre todo al buen concurso de Colm Meaney y Timothy Spall como dúo protagonista, pero que no aporta nada nuevo ni al conflicto de Irlanda del Norte en particular ni a la cinematografía en general.