Un matrimonio de actores teatrales residentes en Teherán abandona su vivienda por riesgo de derrumbe. Por suerte, uno de sus compañeros de la representación de Muerte de un viajante les ofrece un piso provisional. Pero lo que ninguno se espera es que las secuelas de la anterior inquilina todavía puedan dejarse ver en el domicilio hasta el punto de trastocar sus vidas por completo y encaminar estas hacia una nebulosa dirección.
El viajante (Forushande) es la nueva película de Asghar Farhadi, director iraní que debutó en el largometraje con Raghs dar ghobar y que cuenta con otros varios films en su haber. Entre ellos destaca Nader y Simin, una separación, muy valorada en los circuitos cinematográficos occidentales. Con El viajante, alabanzas y premios a un lado (ha conquistado el Oscar a mejor película de habla no inglesa, el segundo para el persa), Farhadi vuelve a situar a la relación conyugal en el punto vehicular del relato, esta vez no como núcleo principal de la trama pero sí como elemento clave de la misma. Emad y Rana verán probada la solidez de su matrimonio después de un incidente que atañe especialmente a ella pero en el que él tendrá que posicionarse sobre una de las dos vías que se le abren en su futuro.
Nuevamente, el cineasta resuelve con solvencia la evolución de la crisis conyugal. No todo en la vida se soluciona partiendo de los extremos, como podrían ser el cariño profesado mutuamente o las discusiones que en toda pareja surgen. Existen situaciones así en El viajante, pero Farhadi actúa con el temple suficiente como para dotar de naturalidad a las conversaciones matrimoniales. Rana parece cambiar por completo tras el incidente mientras que Emad luce un comportamiento demasiado normal, pero poco a poco la película nos va demostrando que los miembros de una pareja poseen unos vasos comunicantes tan fuertes que es imposible permanecer ajeno a los problemas de la otra parte.
Un segundo rasgo de El viajante es la mencionada representación de Muerte de un viajante, obra del dramaturgo Arthur Miller que la pareja desempeña junto al resto de su grupo en un teatro de la localidad. A lo largo de la película, Farhadi intercala escenas de esta obra con un evidente y doble propósito. Primariamente, el antes, durante y después de la propia representación es clave para el desarrollo de los hechos porque hasta allí se desplazan las secuelas del conflicto que atraviesa el matrimonio. Pero esta pieza teatral también sirve como una especie de metáfora acerca del relato principal. Una dualidad teatro-cine que históricamente ya se ha explorado varias veces y que aquí Farhadi pretende situar en un plano alejado de excesivas pretensiones, prefiriendo ser más explícito al actuar sobre ciertos detalles como las conversaciones improvisadas o las luces que se apagan al acabar la función, sin obviar la más tangible de todas: el propio título del film.
Una de las tareas que parecían más difíciles de resolver con solvencia en el film era otorgarle un desenlace adecuado, pero por experiencias previas ya sabemos que Farhadi no es dudoso en este aspecto. El viajante posee un intrigante clímax tan medido como poco artificioso, a través de una escena con elevada implicación psicológica y en la que se pone de manifiesto la bien ejecutada evolución de los protagonistas a lo largo de la cinta. Asistir a un buen final tras una notable película es el toque que faltaba para confirmar un trabajo que, aunque sin llegar al nivel de la gran Nader y Simin, una separación, exhala el aliento a buen cine que desprende su director, un tipo capaz de representar problemas conyugales en tres películas consecutivas y hacer que cada una tenga ese punto de distinción que las hace únicas.