El filtrado del horror en nuestra realidad más cotidiana es uno de los mecanismos desde los que el cine de género ha afrontado el modo de volver sobre temáticas reconocibles desde una perspectiva distinta a la que disponen precisamente otros géneros. El umbral se acoge con fuerza a ese precepto ya con una cita inicial de Carl Gustav Jung sobre la que dar forma a una situación si bien no común, cuanto menos sostenible en los días que nos ha tocado vivir: es así como Mery y Óscar, una pareja que reside en un ático, se encontrará ante una disyuntiva que quizá no se antoje tan grande cuando descubran lo que parece ser un vagabundo durmiendo en el rellano de su piso. A partir de ese instante, Javier Carneros Lorenzo retrata aquello que se podría entender como una desavenencia, debido al distinto prisma que ambos protagonistas sostienen alrededor de la circunstancia que se les ha presentado, pero exteriorizada a través de un simple diálogo que, sin necesidad de alzar el tono, deja claras las (en parte) intenciones de un cortometraje que no desatiende ninguno de sus flancos. Así, y sin emitir juicio alguno, El umbral plantea a la perfección ese particular dilema para que sea el espectador quien tome parte, pero sin por ello exponer las virtudes de una obra que en todo momento sabe dirigir su mirada y extraer las conclusiones adecuadas de eso que propone.
No por ello El umbral desatiende en ningún momento su carácter como pieza de género, logrando construir en especial desde los espacios y el cuidado empleo sonoro una atmósfera de lo más amenazante, que sabe aprovechar a la perfección sus referencias —es inevitable, pensar de un modo u otro, en el ‹J-horror› y en films como The Ring de Hideo Nakata— y extrapolarlas a un contexto donde no parecían tener cabida, pero el cineasta jienense las engarza con aplomo y saber hacer. También cabe destacar, en ese sentido, el buen empleo de un tempo que cobra especial importancia en la obra que nos ocupa, y es que es precisamente esa cualidad la que logra proveer al cortometraje de un espacio propio desde el que desarrollar ese terror que se va desatando de manera gradual, como si fuesen notas a través de las que invocar el tono adecuado mediante el cual otorgar la forma adecuada a ese horror, y es que si hay algo que precisamente no es baladí en el género, es un desarrollo narrativo que se antoja esencial para proveer el carácter adecuado a cada pieza. Más allá de las aptitudes de una idea de lo más suculenta y de su interesante tratamiento, Javier Carneros Lorenzo posee la capacidad para desarrollar cada atributo sin que el terror devenga un mero pretexto, siendo a su vez la herramienta necesaria desde la que concretar una desazón que pervive en nosotros, aunque sea de un modo subconsciente, y que El umbral retrata con la pericia de lo que no parece ni mucho menos un debut.
Larga vida a la nueva carne.