Me he despertado esta fría mañana madrileña con la triste noticia del fallecimiento a los 87 años de edad de uno de esos cineastas que hizo más feliz mi adolescencia a base de buen y entretenido cine, el francés Georges Lautner, que como todos los buenos luchó hasta el último aliento para intentar ganar la partida a una larga enfermedad que le mantenía postrado en la cama de un hospital de París desde principios de este mes de Noviembre. Cineasta singular e independiente se inició en el cine en la época en la que el cine francés se encontraba dominado por la intelectualidad y las hordas de la Nouvelle Vague, las cuales ocultaban cualquier otro intento artístitco que no abrazara la corriente imperante, hecho este que no impidió a Lautner a mantenerse fiel a su filosofía y forma de entender el cine.
Nacido en Niza (tierra por la que sentía un inquebrantable afecto) e hijo de una conocida actriz de la época y de un joyero, Lautner comenzó sus primeros pasos en el cine animado por su madre como ayudante de dirección. Debutó como director en una película que pasó sin pena ni gloria por las carteleras de finales de los cincuenta titulada La môme aux boutons. Sin embargo en 1960 cosecha su primer éxito con la divertida cinta de aventuras Espionaje contra espionaje, película filmada sin más pretensiones que las de divertir al público y en la que se notaba la influencia del tito Alfred Hitchcock, sin duda el director fetiche de Lautner.
Al año siguiente rueda la simpática El monóculo negro, quizás su primer gran éxito internacional en la cual se atisban los principales rasgos del cine de Lautner: entretenimiento apoyado en una historia de intriga mezclado con un sano ejercicio de comedia ácida y burlesca basado en el personaje de Théobald Dromard interpretado por Paul Meurisse que años más tarde tendría continuación en El monóculo (también dirigida por Lautner).
Pero sin duda es en 1962 cuando la carrera de Lautner da un giro, convirtiéndole en una leyenda del thriller caústico, al unir su destino con los de Lino Ventura, Francis Blanche y Bernard Blier (éste último sin duda uno de los actores fetiche de Georges Lautner con el cual ya había trabajado anteriormente) en la mítica cinta Gángsters a la fuerza, sin duda una de las películas más recordadas de Lautner y uno de los mejores thrillers cómicos de la historia del cine. El cuarteto volvería a repetir fórmula y éxito en otra película extraordinaria Los barbudos, tras la cual Lautner se posiciona como uno de los mejores cineastas de cine de entretenimiento del panorama cinematográfico mundial. Con Ventura en esa misma década rueda en solitario Los Gángsters no se jubilan, cinta en la que se repetían los esquemas de los dos grandes éxitos de Lautner pero de resultados menores en comparación con sus predecesoras.
En la década de los sesenta el cine de Lautner fue marcadamente cómico y como no podía ser de otra manera, trabajó con el gran comediante francés de la época Louis de Funés en la divertida película de episodios Alegres vividores en la cual dirigió el episodio Les bons vivants. El resto de la década de los sesenta y principios de los setenta la carrera de Lautner continuó por los derroteros de la comedia de acción dirigiendo cintas menores como Érase una vez un poli, Un trabajo en París o La valija. Sin embargo a mediados de los setenta el cine de Lautner empieza a revestirse de un tono más trágico y pesimista tras rodar junto a Alain Delon Los senos de hielo, un polar puro y duro de ambiente frío y negro en el que no había hueco para la comedia (si bien Lautner ya había abrazado el polar melodramático en la precedente Le pacha con Jean Gabin). Con Delon volvería a rodar un polar emblemático de los setenta, Muerte de un corrupto, cinta de una enrevesada trama y una de mis películas favoritas de esta época y en la que Delon daba el do de pecho en un papel hecho a su medida.
Y es también a finales de los años setenta cuando Lautner cruza su camino con el otro actor que marcó su carrera y fama a nivel internacional, esto es, con el legendario Jean-Paul Belmondo. Trabaja con Belmondo, ya un actor veterano en el cénit de su carrera, en la espléndida Yo impongo mi ley a sangre y fuego, una monolítica cinta de acción en la que Belmondo se lucía gracias a la dirección enérgica de Lautner. A ésta le seguirían las comedias El rey del timo y Simpático y caradura en las cuales Lautner retornaba al tono iniciático de su cine con un Belmondo que se salía de la pantalla en unos papeles pícaros y caricaturescos en los que hacía gala de su extraordinario talento para la comedia de alta escuela. Pero sin duda la cinta más reconocida y admirada de la pareja de cineastas es El profesional, película filmada a principios de los ochenta en la que con un tono negro emanado de la tragedia griega, se denunciaban los procedimientos deleznables de los servicios secretos franceses en las antiguas colonias de África. La película, un neo-polar con toques de romanticismo de un estilo frío, urbano, triste y melancólico contaba entre sus principales virtudes con una de las mejores composiciones para cine de Ennio Morricone y con unos míticos títulos de crédito de atmósfera psicodélica que han quedado grabados a fuego en la historia del cine.
Tras su colaboración con Belmondo, Lautner dirigió una secuela de Vicios pequeños (La jaula de las locas: ellas se casan), y hasta trabajó con un mito del cine norteamericano como Robert Mitchum en el thriller Impulso violento. Sin embargo en los noventa Georges Lautner abandonó paulatinamente el mundo del cine para dedicarse puntualmente a la televisión, si bien sus apariciones se volvieron cada vez más espaciadas en el tiempo, abandonando poco a poco el ojo público del cual nunca fue muy amigo.
Se nos ha ido un mito del cine. Uno de esos cineastas para los cuales el cine era sobre todo un fenómeno social que debía sobre todo servir como un medio de esparcimiento y diversión para los ciudadanos de la sociedad. Un enemigo del elitismo mal entendido y de los snobs que ven en el cine un arte que solo debe estar a disposición de una minoría privilegiada. Para la generación de cuarentañeros y treintañeros (entre los que me encuentro como buen poco treintañero) Lautner siempre fue un referente al que acudir para insuflar de regocijo las tediosas tardes y noches invernales, a las cuales una película de Lautner siempre añadía un rayo de felicidad y deleite. Descanse en paz maestro.
Todo modo de amor al cine.