Se cierra un fin de semana negro para el cine europeo. Si ayer nos enterábamos de la muerte del legendario Miloš Forman, hoy nos ha dejado a los 88 años Vittorio Taviani, cineasta comprometido donde los haya quien junto a su hermano Paolo formó una de las parejas más singulares de cineastas de la historia del cine. Ambos hermanos y muy bien avenidos tanto en lo que respecta a su pensamiento filosofal (muy virado hacia el ideario marxista de estructuras muy clásicas) como en la forma en la que decidieron acometer sus proyectos cinematográficos, pues conocido era que el dúo decidió no interferir en el desempeño de la otra parte de la dupla formando de esta manera una robusta asociación cuyo manifiesto versaba en que cada hermano se encargaba de dirigir una escena para transferir, una vez finiquitada la secuencia, el mando y responsabilidad de la continuidad al otro miembro de la pareja.
Vittorio, tres años mayor que su fraternal compañero de viaje cinéfilo, estudió derecho en la Universidad de Pisa (provincia que le vio despertar a la vida un 20 de septiembre de 1929) a diferencia de Paolo que se inclinó por apostar por los estudios de Bellas Artes. Siendo casi unos adolescentes pronto empezaron a sentir una innata fascinación hacia el universo del séptimo arte, particularmente cautivados por esa forma de hacer cine que empezó a cultivar Roberto Rossellini en la Italia de posguerra inmerso en el movimiento neorrealista que removió los cimientos del cine. Fue la película de episodios Paisà, emblemática pieza de arte y ensayo del autor de Roma, ciudad abierta que sigue alzándose como uno de los frescos más potentes y sublimes de los nefastos efectos morales de la II Guerra Mundial en la Europa de posguerra, la cinta que provocó el enamoramiento súbito de los hermanos por el celuloide. Asimismo la literatura fue otra de las fuentes de auxilio a la que acudieron Vittorio y Paolo durante los duros años cincuenta, siendo los textos de León Tolstoi una referencia a la que acudieron a lo largo de su carrera en más de una ocasión para adaptarlos en la gran pantalla con su peculiar estilo.
Un cine honesto, coherente y marcadamente social que partiendo de una base eminentemente neorrealista supo trascender más allá de su punto de partida, tocando igualmente una especial partitura que descansaba sobre textos que engalanaban su aspecto con alusiones al ambiente literario y teatral, no dejando nunca de lado sus inquebrantables convicciones marxistas, puesto que la revolución, tratada como un ente vivo y global siempre en movimiento a pesar de la trágica senda que la misma afronta en las historias telegrafiadas por los Taviani, fue una de las obsesiones que aparecieron en sus mejores y más imperdibles obras. También el retrato de los desplazados, de esos humildes absorbidos por el capital y los poderosos, y por tanto condenados a un destino nefasto y cruel en el que la muerte sabía muy bien merced a las desgracias padecidas durante la vida terrenal.
Arrancando sus carreras realizando algún documental no exento de polémica, los hermanos debutaron junto a Valentino Orsini en 1962 con el largo Hay que quemar a un hombre, otorgando el protagonismo a un activista de izquierdas que trata en vano concienciar al pueblo para levantarse en contra de la mafia y los terratenientes opresores de la clase obrera. En este primer trabajo ya estarían presentes los principales ingredientes de su cine: conflicto político, revolución social y fracaso.
Tras firmar otro trabajo junto a Orsini, Vittorio y Paolo se emanciparon sacando adelante otro drama experimental I sovversivi, un docudrama que trataba de captar el ambiente y los posos aún llameantes desencadenados después de la muerte del líder comunista Palmiero Togliatti.
Ya en los setenta la carrera del dúo se asentó, convirtiéndose así en habituales participantes de los principales certámenes del cine de autor europeo. Así con No estoy solo (adaptación del relato Divino y humano de Tolstoi) cultivaron su primera obra mayor. Un cuento trágico y minimalista que constató la madurez de unos cineastas que ya no dejarían escapar la senda que decidieron recorrer. La revolución, el cristianismo, la falta de empuje de un pueblo adoctrinado y no preparado para defender sus derechos, la concepción de la imagen del libertador como la del Mesías empujado a su propio martirio están presentes en esta fantástica película.
Por estos mismos derroteros fluiría Allonsafan, otra fábula que daba testimonio de otro movimiento revolucionario descalabrado en este caso guiada por un descendiente de la nobleza que decidirá convertirse en un ermitaño al percibir el hundimiento de su causa. Sin duda uno de los films más poéticos, extraños y emblemáticos de los Taviani, bordado con el silencio, la contemplación y esas imágenes pictóricas casi renacentistas conformaron un cuadro dantesco y grotesco del ascenso y caída de un enviado que se creyó el libertador de los oprimidos desesperados.
En 1977 nos encontramos con el gran éxito de crítica y público de los Taviani, ganador de la Palma de oro en Cannes. Pues con Padre, Padrone se adentraron en una grafía claramente neorrealista, que bebía de antaño para reformar los cimientos del movimiento con una puesta en escena moderna e impactante. Filmada en tres partes diferenciadas con una crueldad que se queda gravada en la memoria, la misma encerraba una metáfora también de influjo cristiano en la que se establecía una metáfora alrededor de la necesidad de romper con el yugo opresor de esos patrones que castigaban la libertad de los mansos campesinos. Hermosa, terrible, inolvidable y demoledora, fue un punto de inflexión en su carrera así como una de las obras clave del cine europeo de los setenta que a día de hoy se observa con la misma sugestión que en el momento de su estreno.
Después de este éxito llegó El prado, una cinta muy irregular que contaba con la hija del maestro Rossellini en el reparto (Isabella), un drama algo insípido y en cierto sentido ajeno a la forma y verbo de los hermanos que en mi opinión se haya entre sus películas más fallidas.
Ya en los 80 los Tavani siguieron asentando su leyenda. Primero con La noche de San Lorenzo, otro éxito indiscutible premiado en Cannes y una de sus cintas emblema de la que se recuerda ese fotograma del soldado atravesado en su cuerpo por una interminable fila de palos. Bella en su envoltura, tragicómica en su fondo, encantadora en su magia y desoladora en su fundamento los Taviani fotografiaron los horrores de la guerra como lo había hecho su adorado Rossellini en Paisà con realismo, coherencia y siempre mirando de frente.
Con Kaos moldearon cinco cuentos de Pirandello en una mastodóntica y ambiciosa propuesta de más de tres horas de duración que recuperaba el espíritu de ese viejo cine italiano apoyado en los episodios como muestra diversa de los aspectos más deprimentes de la condición humana. Obra irregular, como toda buena película episódica que se precie, quizás caótica como hace referencia a su título pero a la vez fascinante gracias al empleo de una arquitectura escenográfica más propia del mundo del teatro, se elevó como otro de los puntos a tener en cuenta en su extensa filmografía.
A continuación nos topamos con Good Morning, Babilonia, el homenaje de los Taviani a los orígenes del cine. A D.W. Griffith y su Intolerancia centrando su argumento en la historia de dos hermanos italianos que deciden emigrar a los EEUU en busca de fortuna acabando con sus huesos en el Hollywood de la época y en el rodaje de la legendaria cinta de Griffith. En esta extraña película los Taviani nos hablaron de la inmigración italiana, también de la esperanza señalada en el reflejo irreal de la realidad que es el cine y sus locos pioneros, pero también de política, de guerra y de pérdida.
Con la llegada de los 90 los Taviani firmaron una de sus obras más magnéticas: El sol también sale de noche en la que retornaban a Tolstoi, a la radiografía trascendental de un iluminado cuyos diferentes avatares le llevaran a luchar en la guerra, a beber las mieles del sexo y a convertirse en un ermitaño alejado del mundanal ruido en un tramo final absolutamente portentoso, silencioso, místico y alegórico representando de un modo muy atrevido varias parábolas bíblicas como la tentación del diablo a Cristo en una escena ciertamente inolvidable, confirmando a Julian Sands como a uno de esos actores que no han tenido la suerte y el reconocimiento que merecían.
Con Fiorile volvemos a esa mirada trágica, sádica y dolorosa que acompañó a los Taviani, siendo ésta una de sus últimas grandes aportaciones al cine. Ya en el siglo XX la pareja de hermanos continuó con su trayectoria dejando alguna obra polémica como El destino de Nunik sobre el genocidio armenio por parte del ejército turco, siendo sus tres últimos aportes César debe morir (Oso de oro en Berlín y de nuevo la demostración de que los viejos rockeros nunca mueren, cinta minimalista, shakesperiana, preciosa y eminentemente teatral que experimentaba con diversas técnicas narrativas), Maravilloso Boccaccio y Una questione privata.
Con el deceso de Vittorio, Paolo y el mundo del cine se quedan huérfanos de esa mirada siempre incisiva, literaria, comprometida y trascendente de un cineasta que nunca pasó de moda, quizás porque pasaba de las modas y prefirió ser coherente con su propio estilo. Hasta siempre maestro.
Todo modo de amor al cine.