Agatha Christie es una de las más famosas novelistas de la historia. Se especializó en el género policial y se caracterizó por incorporar a sus narraciones personajes detectivescos para que desvelasen misteriosos crímenes. Como era de esperarse, el cine tomó sus obras para adaptarlas.
De este modo, surgieron reconocidas películas como Testigo de Cargo, de Billy Wilder; Diez negritos, de René Clair, y Asesinato en el Orient Express, de Sidney Lumet. Pero también existieron producciones que han quedado en el olvido, como esa serie de filmes que el realizador británico George Pollock dedicó a uno de los personajes favoritos de los escritos de Christie: la detective Jane Marple. Este ciclo tuvo como producto inicial El tren de las 4:50, simpática cinta que respeta los códigos de intriga y de humor.
Uno de los principales atractivos del filme es la actuación de Margaret Rutherford como la audaz detective Marple, una obstinada anciana solterona que tiene las suficientes agallas para emprender cualquier investigación criminal, por más peligrosa que ésta sea. Todo gira en torno a la personalidad de esta especial señorita, donde su relación con el entorno es la que origina aspectos de comicidad que, en muchas ocasiones, matizan la historia principal.
Rutherford fue idónea para el papel de este personaje: una viejita regordeta, tierna, culta y que casi nunca sonríe. Decidida en alcanzar sus objetivos, no duda en asumir cualquier rol, como trabajar de sirvienta en una mansión para saciar sus deseos investigativos. En un escenario más radical de crítica a este filme y, por ende, a la novela de Christie, se podría llegar a cuestionar la conducta imprudente de la anciana, quien no solo arriesga su vida, sino que ocasiona otros asesinatos.
Pollock construye escenas y secuencias acorde a las permanentes dosis de misterio que contienen las novelas de la famosa escritora británica. De este modo, trata constantemente de dar pistas al espectador para que deduzca causas y consecuencias, pero luego hará que éstas queden en duda o se desvanezcan. Es una especie de juego ‹hitchcockniano›, sin llegar a las cotas que alcanzó el gran maestro del suspense cinematográfico.
Los objetos son piezas claves para contar la historia en este filme. En la parte inicial, asume un relativo protagonismo la portada del libro La muerte tiene ventana, que lee Miss Marple mientras viaja en un tren y que será la antesala de su siesta. Cuando despierte será testigo, a través de su ventana, de un estrangulamiento que ocurre en otro tren. Ella denunciará el hecho pero no le creerán porque no hay ninguna evidencia. Eficaz momento para engañar al espectador en relación a si lo que vio la anciana fue real o un sueño, y a partir de este punto de confusión se irá generando el resto de la trama hasta que un pedazo de abrigo, una polvorera y una carta sean las que den solución al acertijo, desde luego, con el gran aporte deductivo de la detective voluntaria.
En el contexto argumental de El tren de las 4:50, Pollock opera con cuidado el tratamiento del amor y de la amistad, para no caer en protagonismos o sentimentalismos que alteren el espíritu de las novelas policiales de Agatha Christie. De este modo, deja en notoriedad el romance entre dos de los intérpretes con el fin de obtener la referencia pasional que necesita la historia para ser una de las causas del crimen que se investigan. Pero, además, muy sutilmente deja entrever que, pese a su edad, Miss Marple no es ajena a potenciales delirios de encariñamiento que algunos hombres pueden llegar a sentir hacia ella. Así podría entenderse la sumisión absoluta a los caprichos de su compañero de aventuras policiales, el Sr. Stringer. El final dará más luces sobre esta sospecha, de la cual la recatada señorita detective no se dará cuenta.
La pasión está también en el cine.