¿Qué es el hogar? ¿Un lugar físico o un recuerdo en nuestra memoria? Estos son dos interrogantes que pone sobre el tapete Nobuhiro Suwa a raíz de la tragedia de Fukushima y, por tanto, vinculándolos no solo a una problemática metafísica de reflexión filosófica sino a algo tan palpable como la pérdida material de un lugar, de unos seres queridos. Lo que queda de todo ello es el dolor, la emoción de lo irrecuperable y, sin embargo, la necesidad de retornar una vez a ese momento, como curación, como exorcismo.
El teléfono del viento se convierte pues en una ‹road movie› sobre la búsqueda de una identidad parcialmente pérdida, un viaje que es tanto físico en el espacio como emocional en tanto que busca recuperar, a través de encuentros con diversos personajes, asideros de la memoria que mitiguen la pena o, como mínimo, ayuden a una mejor comprensión de lo acaecido. La búsqueda, en definitiva, de uno mismo a través de la compañía de unos extraños que acabaran por conformar “otras familias”, otros instantes, otros recuerdos.
A pesar de la magnitud de la tragedia, Suwa sabe como enfocar el drama a través de los silencios, los diálogos laterales, el conocimiento a través de las memorias de los otros. No es que no existan momentos de explosión dramática, pero siempre funcionando como mecanismo de fuga en lugar de lo que podría haber sido un fácil regodeo lacrimógeno. ¿Contención emocional nipona? En cierta manera sí, pero más bien un recurso para acentuar la intimidad del duelo personal. Un dolor que se transmite más a base de escuchas, paisajes y recuerdos despertados por ellos.
No en vano, siendo el desastre de Fukushima origen de todo, este queda apartado en cuanto a imágenes. Lo que sabemos de todo ello no son más que palabras, distorsiones si se quiere, de un evento borrado sobre el mapa y que, al igual que los sentimientos, ya solo queda en forma de verbalización. Estamos pues, ante un film que no busca un retrato fiel y documentalista, sino más bien una expiación por la vía de la reconstrucción y, del mismo modo, por la reconciliación con otros supervivientes y también con uno mismo.
La imagen más explícita al respecto la encontramos precisamente en esa cabina de teléfono, desconectada, como un elemento mágico y al mismo tiempo incólume. Una suerte de confesionario al que se accede como elemento de purificación, como último paso para la definitiva redención. Un objeto que se convierte en algo totémico y que combina un espíritu religioso a la par que presencia material. Un símbolo de transición entre pasado, presente y futuro que resume a la perfección el espíritu del film.
Así pues, estamos ante una obra reposada, que se mueve a la velocidad que las palabras permiten. Un film delicado y reflexivo que no renuncia a la belleza pero que la plasma a través de una aproximación discreta. Que no distraiga del mensaje esencial que no es otro que el de la esperanza y la superación, pero no a través de un positivismo de Mr. Wonderful, sino a través de un viaje (geográfico y emocional) que puede ser doloroso en cada una de sus etapas pero que vale la pena sufrir.