Pese a ser uno de los temas sobre los que más libros, artículos y opiniones se han escrito, la Guerra Civil, y muy especialmente sus consecuencias (40 años de dictadura fascista) siguen siendo temas desconocidos, secundarios en la enseñanza pública y en muchas ocasiones tabú en familias, amigos u otros foros de opinión.
El silencio de otros (Almudena Carracedo y Robert Bahar, 2018), Premio del público a Mejor documental en la pasada Berlinale y nominada a mejor documental en los Premios del Cine Europeo, se presenta con la voluntad de volver a escribir en la arena aquellas historias que todos creemos conocer, pero que siguen siendo borradas por la marea de la actualidad y el olvido institucional. Con una estructura que gira en torno a la querella contra los crímenes del franquismo ante la justicia argentina, la película se revela como un thriller político que avanza como un alud, recopilando apoyos y oposiciones, pero progresando como progresan todas aquellas causas cuya moralidad no admite dudas.
Es cierto que tras un inicio potente, el documental de Carrasco y Bahar se resiente en parte de un formato convencional, una narración demasiado orientada a poner en contexto al público internacional y algunos desenfoques temáticos. Sin embargo, su fuerza radica en haber sabido encontrar testimonios que vayan conformando un mapa del horror, hasta el punto de que sea imposible moralmente negar a esas personas sus peticiones. Se trata de un documental que toma partido, que desmonta los argumentos contrarios a su tesis con palabras y hechos, que pone frente a un espejo a aquellos cobardes (quizás todos nosotros) que prefieren olvidar para no verse reflejados en algo que hicieron y sufrieron nuestros abuelos y que, dadas las circunstancias, todos podríamos llegar hacer.
Los directores, pese a contar sólo un título a sus espaldas (Made in L.A.) demuestran, además de su compromiso, una gran capacidad para estar cerca de las personas, para saber escuchar y dar valor a esas palabras, al testimonio hablado más que a los datos. Pese a estar basado en la emoción, el documental asombra por su claridad, por su puesta en valor de la justicia universal como un avance indiscutible de la humanidad y por la división que traza entre justicia y venganza. Asombran sus testimonios, y también todas aquellas personas que se levantan y siguen creyendo pese a tantos contratiempos y trabas institucionales, protagonistas que no se resignan a que la historia de este país sea la más triste de todas porque siempre acaba mal.
Da la sensación de que los centenares, los miles de libros que se han escrito sobre la guerra, la dictadura y la transición nunca podrán ser tan potentes como el testimonio de María Martín explicando cómo los fascistas mataron a su madre y la dejaron en una cuneta. De nada sirve olvidar sin perdonar ni curar, de nada sirve querer cerrar heridas que siguen infectadas, de nada sirve querer enterrar un pasado si muchos de sus protagonistas aún esperan ese entierro, yaciendo sin nombre junto a carreteras anónimas.