Con El rostro de la medusa nos encontramos en un escenario donde la normalidad se siente tan deformada (o por lo menos, apática) que nada sorprende; es por ello que cuando Marina Bosch vaya al médico a exponer su caso (una metamorfosis), dicho evento apenas causará extrañeza en el profesional de la salud que la atienda, y si bien la extrañeza se desarrollará más entre los familiares de la protagonista, esta no será en exceso escandalosa; por contra, ese choque con la nueva cotidianidad de Marina será afrontado sin perder un ápice de la monótona rutina del día a día. De quien no se puede decir lo mismo es de Marina, ella es la que se queda perpleja desde el comienzo de su cambio y de las pocas reacciones que suscita entre los demás, de cómo hay poca o ninguna sorpresa frente a ella, y más importante aún: ¿sigue siendo ella aunque su cara sea otra?
Esta es una fábula extraña, una fábula sin moraleja o con reflexiones dispersas que confunden, no porque la serie de acciones que experimenta el personaje principal sean confusas sino por la mezcla de imágenes y referencias a veces quizás resulten demasiado personales, a veces demasiado juguetonas; los rostros de animales que se mapean, que se cartografían y que se diluyen entre sus líneas desunidas, la desconexión, o el conjunto que lleva a una simetría en el todo entre todos, creando así un mensaje ambivalente con respecto al trasfondo de los seres, a la esencia vital que se esconde detrás de los rostros y la individuación. Una reflexión no explícita que cobra sentido en el hincapié entre los juegos mencionados y también por el gran espacio que otorga la cinta desde el que recorrer zoológicos y divagar a través de la imagen entre las interacciones de los animales y humanos. Aun así, todo esto queda latente y sujeto a interpretaciones.
Más allá de este significados dispersos el apartado técnico y la estructura narrativa implican apuestas valiosas sobre cómo afrontar un relato fantástico envuelto en un halo de realismo mágico que frente a lo inverosímil sabe imponer el mutismo y la impasividad de una sociedad contemporánea dopada. Hay mucho del entorno personal de la directora que a lo mejor tiene más lógica para su círculo cercano, ya que las fotos de la protagonista antes de la transformación son las de la directora, y los familiares del personaje también son los de la propia autora. Esto induce a pensar que quizás haya una conexión personal profunda que escapa al espectador, a pesar de que lo críptico es un buen aliciente para los seguidores de sus anteriores trabajos, como si este fuese un nuevo capítulo en su vida.
Puede que el error no esté en la falta de concreción de los sentidos, sino en la duración de la propuesta. Al ver este tipo de trabajos, uno se pregunta si la imposición del largometraje, del mínimo de unos sesenta minutos para tener el aval de teatros y determinadas plataformas no es lo que obliga a redundar en lo ya pisado y repisado hasta sobrepasar el tiempo límite, haciendo que por momentos se sienta como si la esencia de la historia se hubiese manifestado por completo (al menos dentro de los límites de lo que desea la directora), pero no vamos a negro porque todavía no se cumple la cuota. Aun así, no deja de ser un obra interesante, más por sus juegos que por su contundencia: abiertas quedan muchas posibilidades y, aunque no se concluya, su misma apertura ya es de por sí rica en cuanto a la experiencia. A veces el cine solo debe permitirse aproximarse a mundos extraños para verlos desde cerca y barajar en la mente lógicas por descubrir.