Cuando reseñamos Tarajal: Desmontando la impunidad en la frontera sur ya hablamos de las consecuencias del uso de balas de goma para disolver manifestaciones. Desde 1990 en España han perdido el ojo más de 30 personas y hubo una persona muerta por el impacto de estas balas. Esta vez Marc Crehuet afronta el tema desde la comedia negra, enfrentando en una misma mesa a un manifestante víctima del impacto y al responsable directo: un antidisturbios. Los dos hombres forzados por sus mujeres (amigas desde la infancia, aunque con el tiempo sus caminos se separaron perdiendo todo el contacto) se reúnen para cenar en pareja. Los primeros momentos, donde se intentan encontrar nexos de unión, son algo incómodos. Una situación fría y forzada, en la cual se analizan desde la distancia mutuamente. Pronto la situación comienza a forzarse, lejos de encontrar una conversación en común, un conflicto de ideas continuo termina convirtiendo el encuentro en una bomba de relojería a punto de estallar. Una situación que recuerda de forma inevitable a la obra de Roman Polanski Un dios salvaje donde sentimos cómo el ambiente poco a poco se va recargando hasta que la apariencia y los modales terminan saltando por los aires.
Marc Crehuet tras realizar algunos cortometrajes presenta su opera prima presentada en el Festival de Málaga, una adaptación de El rei borni obra de teatro que realizó en 2013 con los mismos actores. Se desarrolla todo el conflicto entre los personajes representados a la perfección por Alain Hernández, Miki Esparbé, Betsy Túrnez y Ruth Llopis que muestran con algo de humor las luchas interiores de los personajes que conocen en profundidad tras dos años representando sus identidades encima de un escenario. En pocas ocasiones escapamos de las paredes del piso, donde contienen el conflicto. Un clímax opresivo que refleja el caos interior del personaje, después de que los pilares que sostenían su idea del mundo comenzaran a mostrarse como falsos. La segunda mitad de la película recuerda a la obra de los hermanos Coen Barton Fink donde la confusión mental del personaje se exterioriza en la habitación. Un personaje que ha aceptado lo que desde la televisión y en su entorno le han dicho que es la verdad, sin la capacidad crítica de cuestionarse nada. Adiestrado en una cultura de violencia, es incapaz de contenerse como un perro preparado para atacar, sin ser capaz de cuestionar la orden.
Rodada en castellano y en catalán para evitar el doblaje, esta obra disecciona a raíz del conflicto una sociedad: dividida, alienada y con su capacidad crítica anulada. El bombardeo continuo al que nos someten desde que somos pequeños amolda en nuestra cabeza ciertas ideas como inamovibles, como incuestionables. Desde pequeño nos dicen:
«— No puedes hacer eso
— ¿Por qué?
— Porque es ilegal
— ¿Por qué es ilegal?
— Porque sí y punto»
Aceptamos las ideas que nos inculcan porque son normales o porque lo dicen otras personas. Nunca nos cuestionamos estos principios, simplemente los asumimos e intentamos pensar en ellos lo menos posible.
Marc Crehuet intenta romper la barrera de la ficción para hablar directamente con el espectador en un ejercicio de metalenguaje, que en ciertas ocasiones puede resultar algo forzado y muy evidente provocando que la intención de conectar con el espectador pierda algo de efecto. Pero finalmente consigue su objetivo principal que es hacer llegar el conflicto al espectador, hacerlo reflexionar sobre la necesidad de cuestionarnos nuestras ideas más profundas, ya que una conciencia crítica siempre es capaz de ver más que los ojos del alienado.