Daniel Burman, uno de los más importantes directores cinematográficos del cine argentino contemporáneo, confesó en alguna ocasión que sus filmes buscan generar sensaciones agradables en el espectador. Para alcanzar este objetivo, el reconocido cineasta ha impulsado historias que están inspiradas en situaciones reales que abordan diversas relaciones que pueden generarse dentro de un núcleo familiar.
Bajo este andarivel, en El rey del Once Burman reconstruye momentos que vivió en su niñez en un barrio judío de Buenos Aires. Pone énfasis en recrear un ambiente conservador y para ello destaca la permanencia en el tiempo de algunos sitios característicos del sector. Estas locaciones adquieren un gran contenido simbólico porque decoran un entorno en el cual interactúan las nuevas generaciones, respetando y siendo parte de una tradición cultural.
En esta original película se observa un instante de la vida de Ariel, un economista argentino que vive en Nueva York, que debe viajar a Buenos Aires para reunirse con su padre, Usher, a quien no ha visto por mucho tiempo. Al llegar a su destino, el esperado encuentro no se concreta y los dos personajes sólo mantienen un contacto telefónica. Sus conversaciones son un conjunto de instrucciones o pedido de favores que hace el progenitor a su hijo con el propósito de reencontrarlo con sus raíces.
El público podría encontrar una distracción en este filme tratando de descifrar qué tipo de relación hay entre padre e hijo o cuál es el antecedente que derivó en un distanciamiento, que se rompe únicamente con conversaciones por teléfono. De hecho, a lo largo de la cinta, Usher no asoma físicamente, sólo sobresale su voz. De ahí que, de manera curiosa, uno de los «personajes» esenciales de la película es el celular de Ariel. En una de las escenas, este aparato es sustraído y deja desconcertado a su dueño, no tanto por el robo en sí sino porque de repente se quedó sin el medio que guiaba sus pasos.
Algunos críticos de cine han valorado la propuesta artística de El rey del Once y su carácter sensible. No obstante, se trata de un filme que posee una estructura muy lineal, lo que, para algunos públicos, podría resultar monótona. Posee ciertas debilidades en su construcción. Es de esas películas que un espectador tiene que estar predispuesto a presenciarla para poder encontrar sus virtudes. Si en los primeros minutos la trama no engancha con quien la observa, difícilmente éste podrá mantener algún interés por el resto de la historia.
Un aspecto que destaca en El rey del Once es la perspectiva que se da a lo que significa el recorrido del tiempo y el surgimiento de otras prioridades en la vida de las personas, que sustituyen costumbres culturales. Pero, no todo está perdido, porque en el filme se fija el mensaje de que será suficiente una serie de estímulos para que un ser redescubra la importancia de sus tradiciones familiares y sepa que allí se esconde la felicidad.
La ambigüedad de la conducta de Usher es otro elemento a destacar, porque, por una parte, aparece como un padre oportunista y materialista que solo le interesa utilizar a su hijo para hacer favores a determinadas personas y nunca tiene hacia él alguna muestra de afecto. Pero, también aparece como el salvador espiritual que utiliza su ausencia física de manera estratégica para conducir a Ariel hacia los caminos de la beneficencia y del compañerismo, aspectos que deben reinar entre los miembros de una misma comunidad.
El rey del Once es un ejemplo de cinta autobiográfica que más se compromete en ofrecer sensaciones vividas que momentos de vida.
La pasión está también en el cine.