El retrato del 23-F en el cine español

«A media tarde del lunes 23 de febrero de 1981 un grupo de guardias civiles, comandados por el teniente coronel Antonio Tejero, asaltaron el Congreso de los Diputados durante la votación de investidura del nuevo presidente tras la reciente dimisión de Adolfo Suárez. Por fortuna y gracias a la intervención de la casa real, menos de veinticuatro horas después la crisis se resolvía sin tener que lamentar víctimas y con la recién nacida democracia más reforzada que nunca.»

Resumen del golpe de estado por cualquier cuñado.

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Se cumple otro aniversario de la intentona golpista que en 1981 trató de descarrilar el proceso democrático iniciado en la transición. Una transición democrática que hasta hace poco había sido observado como un proceso ejemplar por la versión oficial y que desde hace unos años sufre un tremendo desgaste en el imaginario colectivo, sobre todo entre las generaciones que no lo vivieron, realizándose un revisionismo desde lo márgenes mientras la línea oficial queda desdibujada y a la defensiva.

No es mi intención debatir sobre la transición o el golpe de estado, antaño visto como el momento ejemplar de la joven democracia española y ahora revisionada por todos, acusada por muchos de ser tan solo una cortina de humo y donde los héroes establecidos durante 30 años empiezan a ser vistos de manera diferente. Al fin y al cabo, atacar a la imagen fija que se tenía de lo sucedido esos días (golpe de estado y respuesta democrática por parte del pueblo y la monarquía) también es en parte una obsesión de nuevos actores políticos donde se desacredita toda la transición y por tanto, las bases mismas del sistema actual.

Pero vamos a detenernos en como ha sido mostrado ese 23 de Febrero de 1981 en el cine español. Y ya advierto, el panorama es desolador y en muchos casos, con efecto «boomerang», al menos en las películas observadas.

Lo cierto es que de las cintas vistas, no hay ninguna que destaque por su valor cinematográfico o por sus intenciones, salvo una, Las Autonosuyas (Rafael Gil, 1983, guión del polémico Fernando Vizcaíno Casas), un retrato nostálgico del franquismo (que no facha, ojo) donde se ataca a la joven democracia española y se ve la intentona golpista como algo divertido e incluso según un interesante diálogo, como algo necesario.

Pero salvo esa peculiar cinta de la época dorada de los nostálgicos del franquismo que va desde finales de los setenta y principio de los ochenta, las ideas principales son siempre las mismas, las que prevalecieron durante la mayor parte del tiempo, las mismas que en un abrir y cerrar de ojos aparecen ahora como obsoletas o al menos, demasiado limitadas.

Tampoco es de extrañar que la mayoría de los proyectos sean de consumo televisivo, como son 23-F: Historia de una traición (Antonio Recio, 2009), 23 F, el día más difícil del Rey (Silvia Quer, 2009), Operación Palace (Jordi Évole, 2014) o capítulos de dos series como Los 80 (2004) o la eterna Cuéntame como pasó (2001-2367), la primera una copia de la segunda que sólo yo vi los desastrosos 6 capítulos estrenados.

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En cine tenemos 23-F: La película (Chema de la Peña, 2011) y fragmentos que pueden recordar al suceso, como en Muertos de risa (Álex de la Iglesia, 1999), de forma paródica pero sin trasfondo o la anterior mencionada Las Autonosuyas, en una escena hilarante pero casi exculpatoria.

¿Por qué hay más productos televisivos que cinematográficos sobre un suceso que sigue dando tanto que hablar y que durante mucho tiempo fue interiorizado por casi todos los españoles como un momento sagrado?

La respuesta fácil sería aventurarse a imaginar que los artistas y pensadores cinematográficos nunca estuvieron cómodos con la versión oficial, relegando la tarea de mostrar el golpe de estado por agentes como las cadenas televisivas, mucho menos críticas y que siempre han (habían) apoyado la visión glorificadora de aquellos momentos, dispuestas a sacar provecho de un suceso jugoso y fácil de manejar. Pero teniendo en cuenta que algo de esto puede darse, la explicación más sencilla es que no había dinero para tal producción, y menos dinero iba a ver si la visión se alejaba de lo establecido. Al fin y al cabo en el campo de la literatura hay un sin fin de miradas dispares sobre el golpe de estado; críticas, complacientes, conspiratorias, sumisas, etc.

¿Qué tienen en común todas esas películas y miniseries mencionadas? Salvo el falso documental de Évole en Operación Palace y Las Autonosuyas, ninguna cuestiona la versión oficial. Si acaso puede otorgársele cierta valentía a Chema de la Peña y al guionista Joaquín Andújar en la manera que es mostrada Tejero, el hombre que entró en el parlamento pistola en mano y secuestro a los presentes, siempre mostrado como el mal personificado, quien quería destruir los sueños de la joven democracia. En 23-F: La película sin embargo es mostrado como un simple títere, un pelele sin mucha cabeza. Y una perfecta cabeza de turco para la historia.

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Pero salvo esta excepción, nos encontramos productos que buscan un acto épico, que nos muestra a España a borde del precipicio y que fue salvado por la corona y algunos protagonistas individuales. No hay cisuras en su planteamiento, se han limitado no sólo a seguir la corriente oficial (o al menos, la corriente oficial hasta hace pocos años), si no que incluso intentan aumentar los valores que han predominado durante tanto tiempo.

Hay quien dice que las películas no cambian ni envejecen, sino que es la mirada del espectador quien progresa. No hay duda que estos productos causan hoy en día una mezcla entre lo bochornoso y la comedia involuntaria, pues no resisten ni la más mínima crítica que se les pueda reprochar. No se trata tanto de despreciar fervientemente la imagen que existía en el imaginario colectivo de la sociedad española como de señalar un tono que resulta patético y exagerado; una epicidad donde nunca la hubo, un dramatismo tal comprensible en el momento pero que abandona la reflexión y una solemnidad tan exagerada que bien nos puede resultar una parodia. Por no hablar de unos actores individuales (Adolfo Suárez, el rey, etc) retratados como héroes demasiado a la ligera; sin pinceladas, saliendo de sus bocas profundos y aburridos discursos, supuestamente llamados a la eternidad, intentando siempre mostrar un equilibrio ideológico absurdo, donde todos puedan estar a gusto.

De los dos productos que huyen del planteamiento encontramos una cinta llena de nostalgia por el tardofranquismo y con miedo a los cambios (Las Autonosuyas es una mediocre película que resulta muy interesante analizar, sobre todo con la mirada actual) y un falso documental en apariencia salvaje que cuestiona la versión oficial (Operación Palace) que pronto entra en la exageración para no ser vista como un elemento excesivamente crítico o «rebelde». Y aún así, tras su emisión fue atacada entre otras cosas por «tratar en tono satírico un episodio tan dramático de la reciente historia de España».

El 23-F muestra a la sociedad española dos discursos radicalmente opuestos y donde sólo puede quedar uno. El oficial, actualmente debilitado, también por su afán en mostrar un relato épico sin posibilidad de reflexión que ha acabado en un divertido “efecto boomerang”, ha tenido a su disposición los medios audiovisuales. La visión crítica por contra son una suma de preguntas más que certeras alternativas a lo sucedido aquel 23 de Febrero, que van desde las teorías conspiratorias a la idea de superación de tanto acto épico.

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Es curioso observar cómo los primeros tenían las imágenes para construir el relato y sin embargo parecen estar perdiendo la batalla, sobre todo en las generaciones más jóvenes y que no vivieron aquella época. Tal es así que ahora apenas se atreven a programar algunas de las miniseries anteriormente mencionadas. Saben que ahora producen más malestar y risas que otra cosa. Tal vez el primer paso sea admitir eso.

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