No es fácil manejar tantos niveles de ficción distintos dentro de una misma obra para explorar la psicología de un personaje de múltiples facetas como la protagonista de Sibyl. Sin embargo, Justine Triet tiene tan claro cual es el núcleo de su relato que toda construcción narrativa parece surgir de forma natural desde su dispositivo formal a través del montaje y una protagonista, Virginie Efira, que sustenta todo el peso dramático a partir de una buena cantidad de recursos para afrontar cambios de registro desde lo más sutil a lo más radical dentro de una misma escena. El personaje principal cuyo nombre da título al film es una psicóloga que abandona su consulta y a sus pacientes para retomar su carrera como escritora. La inspiración para su próxima novela le llega, irónicamente, a través de una llamada de ayuda de una joven y temperamental actriz (Adèle Exarchopoulos) que se que ha quedado embarazada del actor con el que rueda su nueva película. A partir de aquí se elabora una serie de conflictos que abarcan sus problemas de alcoholismo, la relación con su hijo y su pareja, la problemática dinámica con su nueva paciente a la que intenta ayudar mientras usa lo que aprende de ella como material base para escribir.
La proyección de sus deseos en su paciente, así como la adicción a las emociones que ya explotaba siendo simple oyente de las vidas de los demás, ahora se traslada a una vida irreal que puede moldear a voluntad en las palabras que escribe en su ordenador. Pero también es consciente del poder de influencia que tiene en una joven para la que la vida es una página en blanco repleta de posibilidades y decisiones que tomar. El contraste es máximo con la escritora, una mujer con un pasado de un gran amor que acaba frustrado, sus problemas con la bebida y un hijo que le recuerda los errores cometidos y que desconoce el contexto de sus orígenes. La estructura de su montaje funciona de forma fragmentada y extremadamente ágil uniendo puntos de su vida real con otros repletos de ambigüedad en el relato, que Justine Triet tampoco tiene excesivo interés en aclarar respecto a su nivel de veracidad o irrealidad, llevando la narración por una fina línea abierta a interpretaciones. La intertextualidad entre escritora y obra, entre terapeuta y paciente, se complica más cuando se ve envuelta en el propio rodaje de la película que dirige la pareja del actor —a la que interpreta Sandra Hüller—, en un giro adicional metanarrativo y de marcada referencialidad cinéfila que además establece un fuerte vínculo entre la película de Triet y Stromboli (Roberto Rossellini, 1950).
Sibyl se desarrolla como una tragicomedia con un relato que llega a ser vertiginoso, que envuelve y arrastra al espectador con su llamativa edición, pero que no abandona nunca su verdadero foco: deconstruir la personalidad y descomponer los distintos elementos de la identidad de su protagonista, cómo le afecta su pasado a su forma de ser y a su manera de relacionarse con los demás. Un juego de espejos en el que sólo atendiendo a los detalles se puede discernir los verdaderos anhelos y las motivaciones de una mujer en busca de sentir ella misma algo real, una pasión y emociones tangibles a las que sólo tiene acceso a través de un mundo de fantasía o de las experiencias de otros. ¿Es la ficción suficiente para satisfacer nuestros deseos, corrigiendo todo aquello que sale mal o permitiéndonos alcanzar algo que de otra forma sería imposible? La evasión de la realidad se desvela como un instrumento para sobrevivir a corto plazo, pero que no permite resolver los auténticos problemas que nos atormentan sin enfrentarse a ellos de manera directa.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.