Nacida en Buenos Aires en 1989 y criada en Gijón fruto de la emigración, Amalia Ulman es una artista multidisciplinar que hoy reside en Los Ángeles pero que el destino ha unido de nuevo a la costa asturiana gracias a su debut en el cine, El Planeta, rodada íntegramente en la ciudad que la vio crecer. Tras cosechar una cálida recepción en su circuito de festivales, en certámenes tan prestigiosos como el de Sundance, era inevitable que su debut como directora se pasase por el FICX, entrando directa en su Sección Oficial. Para añadir aún más conexiones con Gijón, Ulman se basa directamente en uno de los capítulos de la sociedad gijonesa que mas dio que hablar en la localidad en los últimos años: la historia de una madre e hija que, siguiendo una serie de artimañas, se hacían pasar por dos mujeres de clase alta con incluso conexiones sentimentales con el ámbito político local; la realidad es que, aunque se pasaron un buen tiempo estafando a varios locales comerciales y hosteleros de la ciudad sin pagar un duro por los servicios consumidos, vivían en la más absoluta precariedad e incluso la figura maternal ejercía la mendicidad en las calles de Gijón.
Ulman se inspira parcialmente en este episodio reservándose el papel principal, una joven con amplias aspiraciones artísticas que vive junto a su madre (interpretada por Ale Ulman, también su madre en la vida real), aparentando ambas una vida que no les pertenece cada vez que abandonan su modesto apartamento sobre el que se cierne una amenaza de corte de suministro eléctrico, además de cierta figura felina cuasi fantasmagórica. Ulman es capaz de apropiarse de ciertos apuntes autobiográficos para hacer que en la película converjan dos dibujos escénicos: el primero de ellos es el interior, capaz de enclaustrar a su pareja de personajes en un habitáculo de confort, ejerciendo además cierta sátira social acerca de esos intentos de emular una vida que ni de lejos se aproxima a la realidad; El Planeta recupera algunos tics de algunas de las mejores etapas del indie americano para utilizar la cámara como mero instrumento de captación, en este caso dos personajes sobre los que se ciernen ciertas sensaciones formales más propias de aquel neorrealismo que pretendía el dibujo introspectivo de la condición humana. El blanco y negro utilizado amplía esas sensaciones de crisis emocional, donde las artimañas utilizadas por la pareja de protagonistas en esa simulación ficticia se utilizan a modo de añadir unas gotas de comedia hilarante en una historia que guarda en alguna de sus capas un profundo sentimiento de tragicomedia. Una película que traza unas líneas agridulces en torno al fracaso, a la búsqueda de una estabilidad utópica, que además contiene una labor cuasi documentalista: la de entrar en cada una de esas historias que esconden las grandes ciudades, donde la realidad habitualmente queda recluida ante la coraza que el individuo se pone una vez que abandona su domicilio. Ulman, por cierto, alude para el título de su obra el nombre de un popular restaurante gijonés, El Planeta, donde en la ficción madre e hija utilizan sus estrategias para consumir sin pagar un solo duro.
Pero dentro de la citada dualidad escénica que propone Ulman, existe un aspecto que de manera premeditada la directora ha querido mostrar, y queda impreso en pantalla cada vez que asistimos a cada una de las aventuras locales de madre e hija; en ellas encontramos, además de una visita al restaurante El Planeta, unas compras en unos grandes almacenes, un ‹affaire› fugaz de la joven, melancólicos paseos a través de las calles de Gijón e incluso un baño en una desierta Playa de San Lorenzo, un potencial turístico de la ciudad que, según los medios locales, desprende un fuerte olor a heces, otro apunte extraído de la reciente crónica social gijonesa. Con ello Ulman hace una radiografía urbana precisa en base al ‹status› decadente, fotografiado bajo las habituales estampas lluviosas de la localidad, donde la fotografía en blanco y negro rezuma aún más valor estilístico: una ciudad repleta de locales vacíos con rótulos de «Se alquila», con población ampliamente envejecida, fruto de una caída potencial de la industria en una etapa muy concreta donde la crisis económica azotó con fuerza a la región, que siente su única fuente de positivismo en la entonces inminente celebración de los Premios Príncipe de Asturias donde Martin Scorsese es uno de los premiados. El Planeta tiene uno de sus principales fuertes en la recreación de cierta idiosincrasia de Gijón (aquí, más que nunca, se podría caer en el tópico de que la ciudad es un personaje más), la misma que Ulman suele citar en entrevistas basándose en uno de los retornos que vivió en la ciudad que la vio crecer, y que en su película queda de manifiesto en una decadencia urbana que apoya aún más los apuntes afligidos sobre la historia principal. Un film acerca de la apariencia y el hundimiento, mostrado con las suficientes dosis de ironía con las que es imposible no mostrar cierta empatía como espectadores.