Christophe Farnarier nos ha acostumbrado desde El somni (España, 2008), su primera obra, a relacionar su trabajo con el género documental. Es con su última película, El perdido, donde este cineasta lúcido y directo se desliga de la imagen como documento de la realidad para introducirse en el terreno de la ficción. Apoyándose en un hecho real, Farnarier intenta reconstruir la historia que le llega recurriendo a los hermanos Daniel y Pablo Remón para redactar el guión, así como a al actor Adri Miserachs para interpretar a el verdadero “perdido” que inspiró este film. Si la historia de este último acontece por la acción del propio sujeto y del azar al que se encuentra sometido; la obra de Farnarier está sujeta a las pautas y reglas que un director establece sobre aquellos que están a su cargo para llegar a un fin. Por mucho que Farnarier afirme que no está haciendo «ficción pura» (1), sino que está cerca del documento de la realidad o del tono documental, lo cierto es que El perdido es una obra que se encuentra en una capa más allá de lo real (la de la ficción) y desde la que se dirige o desde la que habla sobre esa realidad que se encuentra bajo ella. La docu-ficción es una quimera.
Si bien Farnarier se sale del registro de la realidad en bruto, en El perdido permanecen dos elementos comunes en su filmografía. Individuo y naturaleza ya eran el centro sobre el que gravitaban El somni o La primavera (España, 2012), pero es en esta última película donde estas dos piezas llegan a su máximo desarrollo. Tomando como base una historia real, como se dijo anteriormente, y aplicando ideas de su admirado Thoreau, Farnarier muestra la huida de un hombre que ha abandonado la civilización para suicidarse, así como un perro se aleja de la presencia humana cuando presiente que la vida llega a su fin. Es después de este intento fallido de darse muerte cuando el protagonista de la historia decide entrar en sintonía con la naturaleza (revelada en todo su esplendor a lo largo de la película) y vivir de ella de una manera lo más directa posible. A partir de aquí, todo lo mostrado serán los métodos mediante los cuales el protagonista busca la supervivencia. Pero el hombre, por mucho que se una a la naturaleza, nunca llegará a fundirse con ella de manera plena. Como ser excéntrico, en el sentido de que está fuera del centro que suponen la relación directa entre instintos y lo circundante, el hombre siempre se aleja de ella mediante la razón para observar y después actuar en consecuencia, creando artefactos que le permitan cubrir aquello que la naturaleza no le ha dado y así poder sobrevivir. En este sentido, el espectador observará como el personaje principal utiliza instrumentos para mantener su existencia, ya sean creados por él mediante conocimientos adquiridos en la sociedad a la que perteneció previamente, como la construcción de un arco para poder realizar la caza; o bien sean prestados directamente de la sociedad desarrollada, como el mechero con el que enciende los fuegos. Es esta tensión entre alejamiento de lo que le rodea de manera inmediata y el posterior acercamiento lo que desborda la cinta. El aprendizaje basado en la memoria y la práctica favorecida por la repetición de acciones llevarán a un desarrollo vital en el protagonista, que pasará de ser cazador recolector a tener su propio asentamiento fijo. Todo ello, por supuesto (y como se ha dicho), basado en el conocimiento previo que le ha aportado la sociedad que ha dejado atrás.
No puede decirse a ciencia cierta que Farnarier esté planteando un discurso puramente anarcoprimitivista. Es decir, no parece buscar al estilo Kaczynski asentarse en la naturaleza, tomando distancia con la civilización para atacarla tanto ideológica como físicamente. Más bien parece que el realizador nacido en Marsella centra su atención en el tema de la huida sin criticar la colectividad de forma evidente, de la que pasa directamente y la que solo se intuye por juego de oposiciones y por los recursos que el protagonista roba de ella para poder desarrollar su nuevo procedimiento vital.
El perdido es una obra rodada de forma cronológica y compuesta por planos de larga duración, algo que favorece la observación del discurrir temporal, dentro de lo posible, claro, pues hay cortes y se sabe que estos son un navajazo al Tiempo; así como también hay una intencionalidad que rige la acción sobre la realidad (que un actor se dirija a cazar pero que, por muy verídica que sea la caza, no deje de ser una orden del director y no de las necesidades básicas del sujeto; o que se afeite y se deje crecer la barba durante determinados meses para que un potencial espectador sienta cierta evolución), siendo esta intencionalidad, a su vez, un revés a lo Real. Ahora bien, esto no resta calidad a una obra que irradia un aura de pureza al que estamos poco acostumbrados en los últimos tiempos.
(1) Cita extraída de la entrevista que Farnarier concedió a la revista Caimán CdC, publicada en su número 55 (106), p.35.