Después de cosechar un gran éxito con la oscarizada Nader y Simin, una separación, el iraní Asghar Farhadi presenta en Gijón El pasado (Le passé), co-producción franco iraní que le sirve, además de para marcar su debut en el cine europeo, como forma de ahondar en una temática similar a la de su anterior película: una ruptura como epicentro del drama, con una serie de personajes sumidos en una caída emocional ocasionada por la misma.
Tras cuatro años de separación, Ahmad llega a París para proceder a iniciar los trámites de su divorcio. Lo que se encuentra es que Marie-Anne ha rehecho su vida con otro hombre pero el seno familiar está sumido en una tremenda decadencia, y todo lo que Ahmad haga para intentar arreglar las cosas dará pie a otros problemas troncados directamente con la relación que ambos tuvieron años atrás.
La pacífica narración que ofrece el ritmo reposado es una de las principales armas de Farhadi para construir este melodrama de la separación. Película que podría asumirse casi como una extensión de su anterior y exitosa película, ya que ambas se blindan por erigir un clima decadente dentro una relación que parece descender en caída libre a los infiernos, en un drama familiar que se nutre del interiorismo de cada personaje. La superficie de cada uno de ellos es solo es un referente de la miseria emocional que ocasiona la historia, de la que todos son víctimas. Farhadi es un experto en presentar un paisaje emocional que perfora a cada personaje, haciendo que su acepción de la tragedia se ejecute en una miseria que va más allá de los sentimientos que presente cada uno de los rostros presentes en este drama.
La película ofrece una particularidad interesante, presentándonos un presente por el que construiremos el pasado a raíz de los hechos que se nos exhiben. Porque cada elemento de este drama nos ofrece un retazo de lo ocurrido años atrás, como si lo turbulento del pasado tuviese siempre su eco en lo presente. La trama se inicia con un aspecto lineal bastante definido, centrado en un divorcio que en principio parece una mera formalidad, pero que a medida que las emociones supuren se irá complicando más: continuos repudios a una situación dramática que ninguno de los personajes parece querer asumir (cada uno de ellos, en su campo, con sus miedos, rechazos y propios dramas), choques emocionales que sumirán a este entroncado familiar en una debilidad sentimental inevitable y un importante bastión en el que Farhadi sostiene su drama: la confidencia interna de cada personaje, reflexiones interiores que el espectador deberá buscar en los rostros de los protagonistas, como escudo a lo exterior, algo ya presente en Nader y Simin, una separación y que aquí será verdadero sostenimiento de la historia.
Un drama de estas características busca protección en el talento interpretativo del elenco actoral y aquí se consigue con creces: el personaje de Bérénice Bejo supone el epicentro de la historia y la actriz francesa realiza un trabajo verdaderamente encomiable, mostrando esa debilidad interior que impedirá a su Marie-Anne superar el drama que se le viene encima. Por mucho que pretenda mostrar una fuerza anímica en ella observamos la decadencia que compartirá con el resto del elenco familiar, además de que Marie-Anne sea uno de los principales puntos de apoyo de Farhadi para exponerlo, como uno de los elementos desencadenantes de su nueva descripción de la separación. Sobre Ali Mossafa cae el resto del peso interpretativo de la cinta, siendo el personaje que inevitablemente cautive en primera instancia al espectador: Ahmad es entrañable y afectuoso, el elemento aparentemente más entero de esta historia y a través de él nos sumiremos en la mirada del drama presente, a la vez que será el foco para retrotraer el inevitable pasado. Un tremendo a la vez que sosegado trabajo interpretativo, en el que la cinta busca sostenimiento constantemente.
Tras una pausada narración se esconde una sólida y enérgica estampa del drama interior, en una indagación reiterativa del campo aparentemente oculto de cada personaje ante un clima de desgracia que paulatinamente superará de manera emocional a cada personaje. Algo que Farhadi ya expuso con brío en su anterior película, reincidiendo aquí en un relato cuya densidad formal aguanta sobradamente la larga duración. Además, ofrece un intimismo sobre el drama dentro de un contexto amargo y duro, que en su juego de excavación al interior de cada personaje pedirá constante participación empática del espectador a la hora de completar su discurso.