El páramo podría definirse como una de esas películas a las que uno acude con la ceja levantada. Los ingredientes están ahí: ópera prima, presentada por Netflix, una historia de terror aparentemente convencional y un reparto competente pero un tanto obvio. Pero «la vida te sorpresas, sorpresas te da la vida» y el resultado del film de David Casademunt solo puede calificarse como óptimo.
Se podría hablar fácilmente de transversalidad genérica. Cierto es que tiene ambientación emparentada con el western crepuscular y merodea incesantemente con el ‹coming of age›, pero lo importante aquí es la honestidad a la hora de posicionarse como película de terror dejando espacio, eso sí, para esas derivas en las que se incluye el drama íntimo familiar. Lo que interesa, sin embargo, es crear un conjunto evolutivo de retroalimentación entre personajes y espacios, su interacción entre ellos y cómo sufren una evolución (o involución, según se mire) en los roles.
De inicio la paradoja del espacio abierto claustrofóbico y la casa como refugio cálido sientan las bases del conjunto para, poco a poco convertirse en lo opuesto. Lo mismo podría decirse de los personajes que, lentamente, van sumergiéndose en una espiral de locura con resultados completamente diferentes. En este sentido, este es un film no tanto de personas contra un elemento sobrenatural, sino más bien de exposición de los propios miedos.
Y es que la bestia, con sus tintes legendarios, siempre queda en un segundo plano, en un fuera de pantalla, en una insinuación. Cierto es que finalmente se nos muestra, pero lo importante de todo ello no es tanto si lo que ocurre es real o imaginario, es la capacidad de ofrecer una libre interpretación de los hechos. El film pues, puede interpretarse como metáfora o como pura ‹monster movie› sin verse el conjunto afectado. De hecho, es suficientemente inteligente como para jugar a una cierta ambigüedad contextual (una ubicación espacio-temporal concreta pero algo vaga) que hubiera permitido un desenlace sujeto al ‹final twist› de impacto pero que, por contra, acaba prefiriendo algo más literal y plenamente coherente con el desarrollo.
Por ello El páramo es una película más centrada en ofrecer una historia pequeña, íntima, que en buscar vericuetos en forma de fuegos artificiales. Un relato que tiene cierto aroma a clásico y que necesita muy pocos elementos para certificar el proceso del descenso a la locura. Un film donde Casademunt pone el foco en cómo la mirada sobre ciertas situaciones cambia prioridades y comportamientos y moldea entornos. Por ello es tan importante a su vez la profusión del plano detalle, de cómo el mismo objeto, mano o acción puede ser un acto de amor o una amenaza latente.
Estamos así ante una de la propuestas más interesantes del panorama actual español. No porque explique nada esencialmente original o novedoso, pero sí por su catálogo de virtudes que en la suma global acaban por dibujar un producto bien narrado, terrorífico y a su vez tierno. Una película de atmósfera pero también de personajes, de construcción constante sin perder en ningún momento la idea de transmitir sentimientos, calidez y emoción.