Una vez, hace ya tiempo, conviví en el mismo cuarto con un chico de nacionalidad turca. No teníamos mucha conversación entre nosotros, cada uno se dedicaba a sus cosas, a su ordenador, su mesa y sus auriculares, poco más. Sin embargo, por estar viviendo en un país donde el idioma se parecía más al mío que al suyo, éste siempre me acompañaba a todas partes, sobre todo el día de hacer compra o poner lavadoras. Normalmente la conversación era correcta, típica y sin entrar en temas personales, pero un día me dio por preguntarle —sin saber a lo que me enfrentaba, obviamente— qué pensaba sobre el genocidio armenio perpetrado por los turcos del Imperio otomano desde 1915 y la diáspora armenia que siguió después.
The Cut retrata el viaje de Nazaret, un joven herrero, armenio y cristiano, marido enamorado de su esposa y feliz padre de dos hijas que le quieren. Es algo que hay que resaltar desde el principio, pues son las circunstancias que ya hacen presagiar por dónde van a ir los tiros y hacia dónde nos va a querer llevar el director Fatih Akin. No obstante, The Cut funciona mejor como ejercicio didáctico que pretende dar una mayor visibilidad a un hecho acontecido hace un siglo: el primer genocidio de la Historia Moderna y, por todo lo que esta cercanía temporal conlleva, también uno de los más controvertidos, principalmente por la negación de una de las partes implicadas en estos sucesos y por la reafirmación —legítima— de lo ocurrido por parte de la otra… por simplificarlo todo brevemente. Además, esto es, a fin de cuentas, lo que hace esta película: simplificar, sólo que no brevemente, y aun así deja con la sensación de que no se ha contado casi nada de lo que se podía contar.
Estamos ante una cinta que dura 138 minutos, no hay que olvidar este detalle. Si un film de este calibre se deja en manos de un solo personaje, no se le da importancia al resto de secundarios y hasta a sus seres queridos se nos presenta con prisa y sin mimo… al final todo dependerá del buen hacer del director, y si esto tampoco se da (más allá de la corrección), lo que ocurrirá es que ver cómo unas personas asesinan a otras con total impunidad, primero, y ver al protagonista buscar a su familia, después, nos dejará indiferentes. Así, los momentos previsiblemente potentes, trágicos o reflexivos no serán más que imágenes que pasarán por nuestras retinas sin pena ni gloria. Porque no hay emoción, sólo una serie de episodios, no inconexos, pero sí mal desarrollados.
Y es que hay que tener cuidado con este tipo de cine, porque se puede cometer el error, desde mi punto de vista, de crear un personaje protagonista sin matices. Su sufrimiento acabará por hacérsenos ajeno, al contrario de lo que ocurría, por ejemplo, en El pianista (2002); al contrario de lo ocurría, también, durante la triple epopeya de La condición humana (1959-1961), una gran película a la que ojalá The Cut se hubiera parecido más. Incluso la evolución de Nazaret, tras tantos años de búsquedas y fracasos, y tras haber visto todo lo que ha visto, resulta mínima. No vemos casi nada en el personaje principal, prácticamente ningún cambio, ni una maduración en función de sus experiencias, de con quién trata o del propio paso del tiempo. Sólo una, la más simple, la más básica, pero sin llegar nunca a tocar al espectador. En definitiva, acaba por no dar lo que prometía y no es más que una odisea sin ningún encanto y muy sosa, una obra que camina con el piloto automático encendido todo el tiempo, llena de buenas intenciones pero que aburre y pocas veces entusiasma, sensibiliza o sobrecoge… Una decepción, y una verdadera lástima, por todo lo que podía haber significado. Para esto, mejor me escucho un disco de System of a Down o Charles Aznavour, la verdad.
Por otra parte, un aplauso para Tahar Rahim, que, con tan sólo 33 años, ya ha sido armenio, francés de origen árabe, francés de origen francés, árabe (?), argelino, de la ficticia Salmaah, marroquí o escoto, también un aplauso por haber aprendido a hablar corso, árabe y gaélico escocés y, por supuesto, por haber visitado chorrocientos países en función de cada rodaje en el que ha trabajado. Si hasta es capaz de recuperar la voz, siendo mudo… En cualquier caso, y hablando más en serio, destacar su trabajo y en especial la escena en que su personaje, Nazaret, visiona en un cine El chico (1921), de Charles Chaplin, quizá el momento más emotivo de todo el film (aunque la mitad del mérito posiblemente se lo debamos a Charlot).
Por cierto, la respuesta —verbal y gestual— de mi compañero de habitación fue terrible. Cuánta ira repentina… Era tal el ímpetu, su negación tan vehemente de lo ocurrido que, además de no entender ni una palabra de lo que me dijo, me llevé unos cuantos perdigones —o capellanes— en la cara; algo bastante desagradable, y encima sin comerlo ni beberlo (afortunadamente). Se ve que en otros países, la gente joven y que no ha vivido lo ocurrido en el pasado, también lo vive como si hubiese estado presente entonces, e igualmente así lo justifica o lo tergiversa (como si temieran que los asesinados se fueran a levantar, de repente, para vengarse, al admitir lo que realmente pasó). El odio que persiste y las diferencias que cada vez se hacen más grandes… Igual por eso no vemos a ningún actor turco trabajando aquí.