En una época donde el cine de factura española se debate entre algo cercano al Blockbuster (Lo imposible) y las comedias ligeritas (Ocho apellidos vascos), se agradece bastante que el cine alejado de la comercialidad apueste por hacer otro tipo de películas, por aportar un aire fresco a un panorama francamente mejorable en el aspecto cualitativo (no digamos ya en el meramente empresarial). Algunos toman el ejemplo de Albert Serra como icono del cine experimental español, pero sin llegar a esos límites de experimentalidad (valga la redundancia) existe otro cineasta llamado Xavier Bermúdez que también persigue ofrecer algo distinto al público.
En, su última película, El oro del tiempo (O ouro do tempo), Bermúdez dirige la cámara hacia Alfredo, un hombre que vive en una casita en medio del campo y que conserva el cadáver criogenizado de su mujer en una cámara frigorífica. El motivo para ello es bien sencillo: quiere esperar a que la ciencia avance hasta que pueda curar lo que llevó a la muerte a su mujer, momento en el cual la despertaría y trataría de devolverla a la vida. Mientras tanto cuenta con la compañía de Corona, que le asiste en prácticamente todo lo que necesita, y la más esporádica de su hijo Leandro, con el que tiene un cierto desapego.
La película adopta un tono ciertamente contemplativo, de dejar la cámara en un sitio y que filme todo aquello que le dé la gana. Así, asistimos a planos de una cierta duración donde vemos a Alfredo llevar su vida de una manera un tanto aburrida y pensando continuamente en el pasado. Pocos sobresaltos hay de principio a final, pero sí existen los suficientes condimentos artificiales como para no calificar a la obra de Bermúdez como un producto que suponga una carga demasiado excesiva para los párpados.
Una de esas artificiosidades siempre viene dada por la presencia de una banda sonora reincidente, cosa de la que si bien no hace gala El oro del tiempo, sí suena un par de veces un tema tan mítico como es Non, je ne regrette rien de Edith Piaf, cantado por Amalia, la malograda mujer de Alfredo. Llama la atención en primer lugar que el padre y el hijo vean juntos tal vídeo, si tenemos en cuenta que la vestimenta y las poses de la mujer parece que adoptan un tono lo suficientemente intimista como para que sólo fuera destinado al primero (lo que da también una cierta idea del desequilibrio emocional de Leandro, pese a que presumiblemente está casado y con hijo/s). Pero también resulta llamativo que la acción se repita una segunda vez, como si Bermúdez quisiera dejar claro que es un episodio recurrente para Alfredo el ver día sí día también vídeos de su mujer fallecida, como ese otro en el que Amalia se pasea en medio de un lago.
Durante la película, asimismo, existen otra serie de picos narrativos que evitan que El oro del tiempo insufle un sopor excesivo en todos aquellos que deseen visionarla. Es cierto que no es una película sencilla de ver, de hecho no es esa la intención del director, pero sería injusto calificar a la obra de Bermúdez con calificativos despectivos sobre su ritmo narrativo. Hay que prestar atención a los pequeños detalles, sobre todo por parte de la interpretación de Ernesto Chao como Alfredo, para tratar de adivinar por dónde va a ir la película en las siguientes escenas. El oro del tiempo requiere por tanto la colaboración de sus espectadores para transmitir todo aquello que pretende plasmar, y pese a que dista en parte de convertirse en una grata película, sí resulta un ejercicio de estilo bastante interesante y que siempre es de agradecer en estos días donde los tópicos y la previsibilidad acaparan buena parte de las obras cinematográficas, sobre todo en el territorio nacional.