En el año 2006 llegaba a las pantallas del cine una de las cintas más hipnóticas e innovadoras desde el punto de vista visual que recuerdo haber visto, la fascinante The Fall: El sueño de Alexandria, película dirigida por el prestigioso realizador de vídeoclips indio Tarsem Singh (director que ya había dado muestras de su talento para crear extravagantes y alucinantes atmósferas ópticas en el séptimo arte con esa rareza protagonizada por Jennifer López titulada La celda), un auténtico éxito en su época tanto de crítica como de público que se alzó entre otros prestigiosos galardones con el premio a la Mejor película en el festival de cine fantástico de Sitges. El film, rodado durante más de cuatro años en los cinco continentes del planeta Tierra, constituía un auténtico espectáculo sensual gracias a su impresionante fotografía y a sus recargados escenarios, recursos de estilo que tapaban en cierto sentido la intimista y bella historia que mezclaba con acierto los límites de la realidad y la ficción partiendo de las oportunidades que proporcionaba la narración retratada desde la perspectiva del universo infantil, implantando así pues, una métrica próxima al cosmos literario del ensayo fantástico.
Lo que no todos los espectadores conocen es que esta ya legendaria cinta se trataba en realidad de un remake de un pequeño clásico del cine búlgaro de principios de los ochenta titulado Yo ho ho, una obra emblemática y muy querida no sólo en los países del Este de Europa (es una de las películas más aclamadas del cine búlgaro tanto en Rusia como en las naciones de su entorno), sino también entre los habitantes del continente asiático (no es casualidad que el remake viniese motivado por la fascinación que sentía Tarsem Singh hacia la obra original desde su más tierna infancia). Por ende, nos hallamos ante un perfecto ejemplo que demuestra que original y remake pueden ser obras radicalmente opuestas en su concepción y artesanía partiendo desde un origen común, y por tanto ante una demostración de que no siempre las adaptaciones de obras clásicas deben tener una connotación peyorativa en la mente del aficionado al cine.
Uno de los puntos que hay que recalcar a la hora de reseñar una cinta como Yo ho ho es que es una película drásticamente diferente a su discípula más popular, puesto que ésta es una de esas obras pequeñitas en su instrumentación y montaje, para nada apoyada por tanto en los efectos especiales y en los fuegos de artificio que sustentan al cine de acción contemporáneo, sino que por el contrario, nos encontramos ante una cinta entrañable de espíritu independiente trazada con el pincel íntimo y personal de su autor (el cineasta búlgaro Zako Heskija), que suple la carencia de presupuesto y recursos dinerarios a base de talento a la hora de contar una historia con escasos medios y adornos visuales.
Así, esa historia ambientada en el pionero cine de los años veinte que servía de base para la construcción de la epopeya en The Fall, brilla por su ausencia en la obra protagonista de nuestra reseña, la cual basa su sustento argumental en la bella historia de amistad que se establecerá entre el travieso Leonid, un niño rubio y sonriente de apenas diez años de edad que se encuentra convaleciente en un hospital tras haberse roto el brazo en un accidente de motocicleta, y el embaucador Aktyorat, un actor de cine cuya felicidad y optimismo se ha visto demolido después de haberse quedado parapléjico en un grave accidente mientras estaba inmerso en un rodaje. De este modo, la soledad de ambos personajes se verá interrumpida en el momento en el que Leonid lanza un mensaje en un paracaídas con destino a la bella enfermera encargada de sus cuidados. En lugar de llegar a su destinataria, el escrito aterrizará en la habitación situada en el piso de abajo donde reposa el convaleciente Aktyorat, un hombre al que su terrible accidente le ha llevado a intentar quitarse la vida.
El carácter curioso y fantasioso de Leonid se verá alimentado por la charlatanería de Aktyorat, un auténtico cuentista que trata de evadirse de su triste realidad anclada en la rigidez de la cama del hospital imaginándose en la figura de un corsario enmascarado protagonista de un sin fin de aventuras en compañía de simpáticos piratas que habitan su barco a lo largo de las costas del Caribe. Las dotes de ilusionista del actor conducirán a emanar una instantánea fascinación en el solitario Leonid, un niño que al igual que su interlocutor adulto adolece de una falta de cariño que acrecienta su talante melancólico y que por tanto descubrirá en su nuevo compañero a ese amigo capaz de enardecer su inagotable fantasía. Así, cada día Leonid visitará a su crecido camarada para escuchar la asombrosa narración de las vivencias de un misterioso corsario que se verá envuelto en una compleja historia de búsqueda de tesoros y venganza en la que tratará de buscar al Gobernador Álvarez, un malvado regente español que provocó la muerte de su padre y que igualmente se cruzará en su camino tras asaltar nuestro noble pirata una embarcación en la que tomará como rehén a una bella dama de la que se enamorará perdidamente, experimentando infinidad de vicisitudes que serán menos problemáticas entonando la vieja canción pirata Yo ho ho.
La película es una auténtica maravilla, constituyendo una joya del cine de atmósfera juvenil y ambientación aventurera. Zako Heskija dotó a su film con una inspiradora sensibilidad conectando gracias a un talento fuera de lo común las vivencias narradas en la historia de ficción inventada por el doliente Aktyorat con las tristes peripecias acontecidas en la dura realidad del día a día del hospital. En este sentido, la cinta contiene algunas escenas ciertamente emocionantes, como la visita de los familiares a los pacientes del hospital que refleja la soledad de ambos protagonistas y por tanto la conexión espiritual con la que se construye su esperanzadora relación o el asomo a la madurez del joven Leonid en el momento en el que descubre a su atemperado y triste amigo en pleno fervor sexual con la enfermera a la que el infante también ama de forma platónica, sintiendo los arañazos de la traición de una amistad engañada.
Tal como acontecía en el remake, la cinta combina a la perfección realidad y fantasía, adoptando en los personajes “literarios” el rostro de los narradores y receptores de la fábula ideada. Uno de los puntos que más me gustan del film es su potente homenaje al mundo literario, bebiendo de la influencia de los relatos clásicos de piratas como La isla del tesoro, la serie Sandokan de Emilio Salgari o el propio Peter Pan, siendo a su vez una clara referencia de títulos posteriores en los que encuentro numerosos puntos de unión con la cinta búlgara, como por ejemplo clásicos básicos como Los Goonies o sobre todo La princesa prometida, cinta dirigida por Rob Reiner en cuyo guión firmado por William Goldman hallo infinidad de préstamos tomados de esta desconocida en la cinematografía occidental Yo ho ho, ya que la historia edificada sobre esa fascinación que siente el mundo infantil hacia el poder engatusador de un adulto apoyada en una epopeya emanada de las novelas de aventuras y piratas que nutría el argumento de la obra de culto americana de los ochenta se parece más que sospechosamente al guión trazado en la cinta búlgara, lo que demuestra que la supuesta originalidad de ciertas obras de referencia no es tan auténtica como creemos.
Quizás el punto más débil de la cinta sea el modesto montaje de las escenas de acción y navieras, motivado este hecho por la escasez de medios que se desprende del trazo de estas secuencias, si bien ello no afectará a su resultado final, ya que las mismas sirven de mero complemento a la verdadera esencia del film: la historia de amistad y de soledad encontradas protagonizada por Leonid y Aktyorat, que nos demuestra que los dolores y padecimientos que sufrimos en el mundo real lejos de llevarnos a la desesperación y a la depresión, podrán ser derrotados con el recurso de la evasión de nuestro día a día hacia un mundo de fantasía en el que nuestros más añorados sueños se cumplirán a pesar de los obstáculos insertos en el camino. En esta línea, de la cinta se puede extraer una moraleja que ofrece un canto en favor del arte y del cine como instrumentos que nos permiten olvidar por un rato nuestros problemas y miserias ofreciendo así un pequeño hueco en el que aflorar el oxígeno que precisamos para afrontar nuestra existencia con esperanza e ilusión, enseñanza desprendida de la cinta en la que no hay cabida para la tragedia y el fatalismo y sí para el buen humor y el entusiasmo. Y este maravilloso y emocionante mensaje reivindicativo de la fantasía (a lo Michael Ende) como medio de escape ante la frustración que persigue al ser humano, fue retratado a través de una bella fábula para nada moralista en este sorprendente y delicioso clásico búlgaro que es Yo ho ho.
Todo modo de amor al cine.