Fútbol y cine son a priori dos términos que no terminan de casar, tanto por la directa competencia que el deporte rey ejerce con mano de hierro sobre el séptimo arte vaciando las salas cinematográficas cuando confluye a la misma hora un gran evento futbolístico con un gran estreno, como por los escasos resultados de calidad que se atisban echando un vistazo a las bases de datos de ambiente cinematográfico a lo largo de la historia, fundamentalmente en el ámbito del cine de ficción. Estoy seguro de que si a cualquier cinéfilo se le preguntase que contestase cuál es su película favorita versada sobre fútbol en menos de diez segundos, una inmensa mayoría de las respuestas llevarían sellado el nombre de Evasión o Victoria, quizás la cinta más emblemática y popular de entre las que toman como eje principal sobre el cual girar el discurrir de la epopeya al fútbol. La cinta dirigida a principios de los ochenta por el veterano maestro John Huston tiene todas las papeletas para hacer disfrutar a los aficionados al cine más futboleros. Por un lado ostentaba un reparto espectacular en el que confluían excelentes actores como Michael Caine, Max Von Sydow o un muy interesante Sylvester Stallone con viejas glorias del balompié como Pelé, Ardiles, Deyna o Bobby Moore, hecho que insuflaba una potente mezcla perfectamente aliñada con idénticas proporciones de dramatismo y de plasticidad a la hora de rodar las escenas puramente futbolísticas. Igualmente la trama de la cinta tejía a la perfección una estupenda y entretenida película de acción dotada de un ritmo que aunaba con el talento habitual de Huston un nostálgico clasicismo con ese dinamismo que exigía el público que acudía al cine a principios de los ochenta, enmarcada en el subgénero de campos de concentración y fugas que tanto éxito tuvo en los años sesenta gracias a ese enorme monumento que fue La gran evasión. Es decir, Evasión o victoria constituye a día de hoy una de las últimas muestras de eso que se llamó cine espectáculo, este es, aquel cine construido a base de grandes presupuestos que ofrecía al espectador las dosis suficientes de grandiosidad, dramatismo, aventuras, suspense y estrellas para hacer gozar de puro gusto a todos aquellos que únicamente ansiaban pasar un par de horas fascinados viendo pasarlas canutas a las grandes luminarias del séptimo arte.
Pues bien, un hecho que no es conocido por todo el mundo es que Evasión o victoria es en realidad un remake de un fantástico clásico del cine húngaro de los sesenta titulado en inglés (en español aún no tenemos traducido el título dado el carácter inédito que ostenta la cinta en buena parte de los países de habla hispana) Two Half-Times in Hell. Me llama poderosamente la atención el hecho de que ni siquiera en el ámbito anglosajón la película parece contar con la popularidad que merecería, dado el antecedente que supone ser un original de una cinta de tanto peso popular como es la cinta de Huston y sobre todo por la inmensa calidad que atesora esta gran obra maestra del séptimo arte magiar, si bien este ocultismo puede deberse al hecho de que la película de Fábri se halla muy alejada tanto espiritual como dialécticamente de la película americana. Two Half-Times in Hell exhibe todo el poderío manifestado por la industria cinematográfica clásica húngara siendo pues una cinta rodada con ese gusto pictórico paisajista versado en la excelencia técnica que explotarían a posteriori directores de la talla de Miklós Jancsó o István Szabó. Y es que la cinta es un documento de obligada revisión si es que se desea conocer cual era la forma de rodar de los viejos maestros húngaros, los cuales supieron conectar a la perfección la influencia visual del cine soviético, las referencias italianas originarias del pretérito neorrealismo de los cuarenta, el humor negro totalmente autóctono centro-europeo, con un ritmo que bien podía ser comparado con el del cine clásico de Hollywood (algo que no sorprende debido a la presencia importante de técnicos y directores húngaros en el cine americano de los cuarenta tras el éxodo europeo motivado tras la explosión de la II Guerra Mundial).
Two Half-Times in Hell se aprovecha del talento de los dos nombres que lideraron la puesta en marcha del proyecto. Por un lado, observamos la presencia del director y guionista Péter Bacsó, sin duda uno de los nombres fundamentales del cine magiar de cuyas manos emergió la considerada por una inmensa mayoría de especialistas en cine Europeo como la mejor sátira de la historia del cine del Viejo Continente como es The Witness (una película esencial que con un estilo corrosivo y predominantemente crítico lanzaba una bomba directamente a la línea de flotación del Sistema Comunista ridiculizando a las corruptas fuerzas de poder burocrático que imperaban en esa época), el cual redactó buena parte del guión de la obra. Y como líder absoluto del film encontramos el nombre de Zoltán Fábri, indudablemente el gran maestro histórico del cine magiar (por poner un símil americano, podríamos calificar a Fábri como una especie de John Ford húngaro), dueño de quizás las películas más hipnóticas, críticas y poderosas del cine clásico de su país natal. Y es que la filmografía de Fábri se adorna con obras de la talla de Merry-Go-Round, Professor Hannibal o Los muchachos de la Calle Pal es decir algunas de las cintas de referencia del cine clásico europeo. El cine de Fábri integraba un estilo rebelde que no daba nada por sentado y que por tanto cuestionaba tanto las incongruencias sociales generadas desde los ámbitos de ejercicio del poder colectivo como al mezquino individualismo emanado desde el ser humano considerado éste como un ente aislado del entorno, siendo todo ello perfectamente ensamblado en historias de las que brotaba una rica filosofía humanista de tintes habitualmente trágicos y pesimistas. Como medio ambiental, Fábri prefería despojar de encierros impostados a sus personajes, dejando por tanto que las historias se desarrollasen en escenarios exteriores carentes de paredes y muros físicos, si bien dotados de muros opresores no visibles a simple vista, culminando sus epopeyas en espectaculares secuencias repletas de extras y filmadas con rimbombantes planos cenitales que ampliaban el campo de visión para que el espectador pudiera contemplar con todo lujo de detalles la culminación de la tragedia narrada.
Todas estas características están presentes en Two Half-Times in Hell. Como ya hemos comentado, la película dista extraordinariamente de su remake americano. No nos encontramos pues ante una película de cine espectáculo ni complaciente. Así la cinta arranca sentando sus bases filosofales con un frío travelling (gracias al empleo de un hipnótico y espectacular blanco y negro) que recorre el pasillo del barracón en el que se apelotonan unos famélicos prisioneros que se hayan inmersos en un profundo sueño. La tranquilidad del ambiente se romperá con el sonido de las campanas que anuncian la llegada de un nuevo día de presidio. Nos hayamos en pleno apogeo de la II guerra Mundial, en un campo de concentración sito en el frente bélico oriental compuesto mayoritariamente por prisioneros de guerra y políticos húngaros. A diferencia de la cinta americana, en el original húngaro no se atisban oficiales nazis simpáticos, ni tampoco amplios espacios de esparcimiento ni cómodos asentamientos dentro de los barracones, siendo el sonido del cortante viento siberiano y los tosidos de los prisioneros la única melodía musical que se escucha de fondo. El realismo campa a sus anchas gracias a la estampa deprimente que ostenta la atmósfera generada por Fábri. Así el mero hecho de haber perdido unas botas durante la noche será una excusa para ridiculizar a los reos por parte de los guardianes de la fé nacional-socialista. El día a día del cautivo pasa lentamente en duras jornadas de trabajos forzados en los bosques que rodean la prisión y sin apenas alimentos que llevarse a la boca, mientras que los guardias ejercen la tiranía con mano de hierro torturando y vejando a la vista de todos a los reos comunistas que no cumplen con las expectativas, aniquilando pues cualquier intento de rebeldía por parte de los reos.
Sin embargo la llegada de una misiva procedente del cuartel general nazi romperá la rutina de sufrimiento diario. Así los oficiales alemanes decidirán organizar un partido de fútbol entre los prisioneros del campo de concentración y un equipo formado por soldados y mandos intermedios alemanes procedentes de los escuadrones que se hayan peleando en el frente ruso, como acto de conmemoración del cumpleaños de Hitler. El jefe del campo de concentración encargará a Dio Onodi, un prisionero de guerra encerrado en el campo más por su carácter visceral y rebelde que por su compromiso político – el cual fue una antigua estrella del balompié húngaro formando parte de la selección de su país-, la formación del equipo de fútbol debiendo elegir pues a once prisioneros para organizar y entrenar un equipo competitivo. Como contrapartida a esta tarea, los once elegidos disfrutarán de la comida y pequeños momentos de libertad y ocio que no podrán saborear el resto de reos. Pronto saldrá a la luz las personalidades antagónicas de los miembros del equipo. Por un lado Onodi es un hombre egocéntrico, mentiroso y narcisista que busca únicamente su propio beneficio y ser el centro de atención de la escena, rechazando por tanto cualquier ofrecimiento de colaboración en aras del bien colectivo. Es un ser individualista y algo mezquino que trata de aprovechar la encomienda asignada por los nazis para aumentar su popularidad y sacar beneficios en su propio provecho sin contar con la opinión de los demás. Posee por tanto el perfil de aquellas personas que huyen del compromiso político, de modo que aunque les puedan repugnar la política nazi tampoco llevan a cabo ninguna acción para terminar con ella. En el lado opuesto de Onodi se situarán sus compañeros de equipo, liderados fundamentalmente por un preso político comunista, el cual buscará repartir los beneficios percibidos por los elegidos entre el resto de los compañeros, rehusando asimismo participar en el circo organizado por el enemigo, por lo que tratará de convencer a Onodi y al resto de compañeros para ejecutar un plan de fuga de prisión a través del frondoso bosque que rodea la explanada que sirve de campo de entrenamiento del equipo de fútbol. Quizás la otra personalidad que aflora entre los miembros del equipo sea la del perseguido judío, un ser humano cuya aquiescencia se ha visto reducida a la nada por medio de las torturas y presiones lanzadas para ridiculizar su persona por los carceleros nazis, el cual es dibujado de forma muy inteligente por Fábri gracias al empleo de un fino sentido del humor, insertando por medio del carácter manifiestamente patoso y delicioso del personaje los momentos de mayor comicidad de la película.
La cinta se estructura en tres partes claramente diferenciadas cada una de las cuales dotadas de una atmósfera singular y propia que permite hacer fluir la narración a través de varios subgéneros que aparentemente nada tienen que ver unos con otros. La primera parte posee un tono intensamente crepuscular y lúgubre y servirá para presentar a los diferentes personajes empleando los mandamientos del cine de campos de concentración más terrorífico y neorrealista, narrando de forma fidedigna el ambiente opresor que caracteriza la vida en un campo de concentración así como la epopeya de Onodi basada en seleccionar a los elegidos para formar parte del equipo de fútbol que deberá batallar con los oficiales nazis. Esta parte dará paso a al segundo vector, de talante menos pesimista y por ello enmarcado más en el cine de aventuras, en la cual se iniciarán los entrenamientos del equipo así como se urdirá y ejecutará el plan de fuga a través del bosque de los penados, el cual fracasará estrepitosamente acarreando funestas consecuencias para el equipo. La captura de los fugados será el punto de inflexión que representará la puerta de entrada a la tercera y última parte del film, la cual será la celebración del partido de fútbol entre los convictos y el equipo alemán arribado con toda la parafernalia característica del III Reich al campo de concentración. En esta parte, Onodi y sus compañeros deberán dilucidar si participar en la exhibición planificada por el enemigo a sabiendas que posiblemente al finalizar la misma serán fusilados debido a su captura tras su intento de huida, o por el contrario no formar parte del plan de entretenimiento nazi.
Finalmente se celebrará el partido, siendo esta parte de más de media hora de duración sin duda el vector de la cinta más emocionante e hipnótico de la cinta, dotado de una épica fascinante de tintes bélicos gracias a la filmación de la batalla que representará la celebración del partido de fútbol en la que el honor, la lucha, la dignidad y el orgullo serán los trofeos que están en juego en una guerra sin armamento de destrucción masiva pero en la que se pone en juego la honra despojada por el enemigo nazi. Para no estropear la película a aquellos que se hayan interesado por la misma tras la lectura de este pequeño artículo no voy a anticipar el final de la cinta, pero sí creo que es conveniente reseñar que este partido no es para nada comparable con el fotografiado por Huston en Evasión o victoria. En primer lugar, el campo de juego no será un lujoso estadio abarrotado de público, sino que el campo de juego en este caso será una simple explanada aderezada con un par de porterías y las líneas que demarcan el terreno de juego. Tampoco hay partisanos que tratan de ayudar a escapar a los jugadores, al contrario, en este partido los jugadores conocen de antemano que la fuga es imposible, siendo pues el único objetivo la victoria, animados por el resto de convictos que a medida que pasa el tiempo tornarán su inicial desconfianza en el teatrillo montado por los nazis en un ánimo sin fisuras hacia su equipo ante la posibilidad de visualizar aunque sea únicamente en el escaso espacio temporal de duración de un partido la derrota del enemigo. Asimismo, Two Half-Times in Hell carece de jugadores profesionales dentro de su elenco protagonista, por lo que no contemplaremos jugadas de exacerbada belleza plástica, ni regates imposibles, ni por descontado rabonas ni taconazos. Aquí el juego es sucio, al igual que es sucia la guerra que sirve de marco ambiental al film, pero ello no es óbice para que Fábri filme las secuencias futbolísticas con un talento solo al alcance de los grandes ofreciendo un espectáculo cinematográfico al espectador de primera magnitud, inyectando a medida que transcurre el tiempo las necesarias gotas de suspense y heroísmo que precisa una película de estas características. Y ello es llevado a cabo con el talento de los grandes, mezclando con virtuosismo planos cenitales con travellings tomados a ras de campo que suponen todo un soplo de realismo del que adolece la cinta americana.
Sobran las palabras para calificar a esta gran obra maestra del cine magiar. Lo más maravilloso de este tipo de films es sin duda el hecho de poder conocer estas obras escondidas del cine europeo que espero que el transcurso del tiempo y la curiosidad del cinéfilo conviertan en obras de referencia popular. Quien descubra por primera vez Two Half-Times in Hell disfrutará de una película maravillosa, perfectamente ambientada, montada e interpretada perteneciente a ese cine europeo de los sesenta que combinaba a la perfección entretenimiento con filosofía trascendental y humanismo. Sin duda una película que marca.
Todo modo de amor al cine.
Estupenda película. La vi ayer y no me defraudó así que seguiré investigando el cine de Fabri. Igualmente, magnífico artículo, mis felicitaciones.
Gracias por pasarte por la web amigo. Sin duda una película inolvidable. De Zoltán Fábri tenemos varias reseñas en la web. Te recomiendo además de las que están reseñadas El quinto sello (un desgarrador retrato acerca de las relaciones de dominación y traiciones en el marco de la Hungría de la II Guerra Mundial) y la fatalista y demoledora Sweet Anna (otro melodrama de color muy afrancesado filmado con la rabia habitual en el maestro).
Un abrazo.