Remake. Una palabra que suele espantar a esos puristas que parecen haber descubierto el cine. Remakes los ha habido, los hay y los habrá mientras el cine siga existiendo. Pues las mejores películas de Douglas Sirk fueron remakes que superaron a sus originales, y también magníficas obras de John M. Stahl. Porque Ben-Hur de William Wyler fue un remake del Ben-Hur de Fred Niblo. Puesto que obras incluidas en compendios versados sobre las cien/mil mejores películas de la historia del séptimo arte como por ejemplo El halcón maltés, La calumnia, Stella Dallas, El precio del poder, Perversidad, Ordet, etc. etc. etc. fueron remakes de cintas igualmente magníficas que con el paso de los años habían caído en cierto olvido. Y es que el remake sirve igualmente como instrumento de recuperación de obras pretéritas cuya popularidad se ha visto lastrada y revivida gracias a esa revisión y puesta al día posterior.
Este es el caso de Tierra de pasión, cinta dirigida a principios de los años treinta por Victor Fleming como vehículo de lucimiento de las dos estrellas jóvenes que más despuntaban por aquellas fechas en los estudios Metro Goldwyn Mayer: el siempre varonil Clark Gable y la rubia platino Jean Harlow. La simple mención del título de la cinta quizás no atraiga a un espectador que desconozca el origen de la misma. Pero si resaltamos que este es el original de una obra tan popular y emblemática en la historia del cine como es Mogambo de John Ford quizás ello despierte la curiosidad por descubrir el germen que dio lugar a una de las películas más extrañas y discutidas por cierto sector de la crítica del autor de La diligencia.
Y es que Tierra de pasión destaca no solo por lo atrevido de su argumento, sin duda una de las últimas obras filmadas en un gran estudio que pudo saltarse el recién implantado Código Hays, sino por la espléndida ambientación atmosférica de la que hizo gala uno de esos artesanos fieles a la Metro, pluriempleado y finalizador de proyectos inacabados por los cineastas que los comenzaron (famosos los casos de Lo que el viento se llevó o El mago de Oz) como fue el siempre eficaz Victor Fleming. Un argumento que sería adaptado en los años cincuenta por el maestro Ford situando la trama en el África negra, contando también con Clark Gable quien puede presumir de haber protagonizado el mismo personaje con la misma masculinidad y poder de seducción con un lapso temporal de más de veinte años. Mogambo fue una cinta muy famosa en España por su surrealista doblaje que convirtió a la pareja formada por la virginal Grace Kelly y su partenaire Donald Sinden en unos incestuosos y depravados hermanos con el fin de tapar la adúltera trama que escondía el verdadero argumento.
¿Diferencias entre remake y original? Primera el escenario donde transcurre la epopeya, que pasará del África subsahariana hacia los también duros parajes de Indochina. Así en lugar de una empresa dedicada a la organización de safaris y cazas exóticas, en el original la acción transcurrirá en una plantación de caucho regentada por el abrupto Dennis Carson (Clark Gable). Segunda: el personaje interpretado por Ava Gardner será en este caso liderado por la también salvaje Jean Harlow, si bien la poderosa presencia del animal más bello del mundo será minusvalorada por un más testimonial recorrido del personaje interpretado por la Harlow que se encargará principalmente de insuflar las necesarias gotas de erotismo y comedia pícara en el discurrir de la fábula, pero que carece de esa chispa co-protagonista que sí poseía el rol que regaló Ford a la Gardner. Pero sin duda la principal diferencia que disgrega ambas obras es su diferente arquitectura. Mientras que Ford se preocupó de dotar a su cinta de un pormenorizado estudio psicológico de sus personajes pintando así una especie de microcosmos habitado por toda una galería de almas antagonistas y abandonadas a los más bajos y pasionales instintos en medio del salvaje contexto africano, Fleming (como buen director de encargo) va directamente al grano trazando así una trama trepidante que pivota más sobre la acción que sobre la psicología y que por tanto no se detiene en perfilar minuciosamente a los escasos actores que asoman en los tan solo ochenta minutos de metraje.
La película arranca de un modo muy poderoso y vehemente, exhibiendo las duras condiciones de trabajo existentes en la plantación de caucho regentada por Dennis Carson. Una plantación asediada por tifones y tempestades que sacuden Indochina. Sin duda estos primeros minutos resaltan la calidad de producción inherente a la Metro, pues los magníficos decorados de estudio camuflados por una fotografía expresionista y tajante colmada de sombras y perfilada al milímetro, logrará mimetizar sin problemas los parajes y exteriores sitos al otro lado del mundo. Desde los primeros compases se siente la sexualidad desglosada por Fleming gracias a la erótica interpretación de un joven Clark Gable que da muestras en todo instante de su condición consciente de galán del cine. Igualmente el exótico escenario que vertebra la trama adopta la forma de ese paraíso al que llegan esos inadaptados del sistema que se han visto obligados a emborrachar sus ansias de libertad en una inhóspita y peligrosa morada.
A esta residencia de desarraigados llegará Vantine, una rubia (la Harlow era el animal más bello del mundo en rubio al igual que la Gardner lo era en moreno) de dudosa reputación que arriba a este aislado paraje huyendo al parecer de la policía. A pesar de las reticencias iniciales de Carson respecto a esta ardiente presencia, finalmente éste acabará sucumbiendo a los encantos y engatusamientos empleados por la huida Vantine. Fleming rodó con una sugerente puesta en escena los primeros contactos y atracciones sexuales nacidas entre estos dos personajes —ambos vestidos siempre con poca y sugerente ropa—, insertando una atractiva poesía cinematográfica gracias al empleo de la acción fuera de campo para incitar la imaginación calenturienta en el espectador de la época, un símbolo que denota la adscripción de la cinta a la corriente pre-code.
Pero esta idílica relación basada en la pasión y el sexo será enturbiada por la llegada a la plantación del matrimonio Willis. Una amanerada y refinada pareja procedente de la ciudad, inadaptados por tanto al salvajismo del ambiente agreste que adorna su nueva y temporal morada. Así el rudo Carson sentirá de inmediato una enfermiza atracción hacia la gélida Barbara (interpretada por la angelical y morena Mary Astor, poseedora de un color de pelo distinto también al de su posterior seguidora Grace Kelly). Una simpatía que se acrecentará cuando el esposo de Bárbara, el débil y gentil Gary Willis, contrae la malaria siendo salvado por las atenciones dispensadas por un Carson al que la ausencia de médicos en los alrededores le han conducido a convertirse en una especie de sabio curandero. De este modo la incipiente afinidad que brotará entre Carson y Barbara derrotará hacia un abismo de pasiones y desenfreno trazando de este modo un complejo triángulo amoroso aderezado por la figura de una Vantine que observará con cierta sorna y envidia el affaire surgido entre el maleducado Carson y la aparentemente exquisita Barbara.
El resto del argumento es de sobra conocido por los amantes del cine clásico y por tanto no merece la pena seguir desbrozando el mismo. Sí que es un punto a resaltar la perfecta y caliente atmósfera lograda por el artesano Fleming. Así en la cinta abundan escenas de alto voltaje erótico para la época como la de la ducha en barreño de la Harlow (secuencia que sería homenajeada por Ford en su remake) donde se deja entrever el cuerpo desnudo de la mujer platino mientras las gotas de agua besan su blanquecina piel. O asimismo el primer contacto sexual disfrutado por Carson y Barbara donde Clark Gable jalará por los aires el gracioso cuerpo de la Astor para embarcarse en un río de besos y gestos para nada conservadores en una cinta rodada en 1932.
A este sugerente envoltorio visual se une un ritmo, como ya hemos anticipado en párrafos anteriores, caracterizado por lo frenético de su avance. Y es que Tierra de pasión forma parte de esas películas rodadas en la época dorada de Hollywood que pasan en un suspiro en virtud de un montaje que no decae en ningún momento que avanza sin pausa ni detenerse en complicadas conversaciones ni en escenas de profunda complejidad dramática, captando así esa esencia que engalana esos films que vertebraban su razón de ser más en la aceptación popular que en el aplauso crítico.
De este modo Tierra de pasión atesora ese espíritu pionero que ostentan las obras forjadas en los años treinta que mantienen aún viva esa llama que permitió alumbrar su enorme valor artístico frente al decaimiento en el que han caído los filmes que han perdido ese vigor pretérito a ojos de un espectador contemporáneo. Porque sin ser una obra maestra del cine, si que me atrevo a afirmar sin temor a caer en un error que Tierra de pasión sigue siendo un film más que interesante construido con una honestidad brutal. Pues este es un film que ofrece a su público lo que busca: un canal de entretenimiento perfectamente moldeado gracias al destello que desprende la presencia de la atractiva presencia de dos leyendas del cine clásico como Clark Gable y Jean Harlow en pleno esplendor artístico y de juventud y gracias también al talento de un Victor Fleming que construyó una parábola atmosférica de primoroso calado teatral en virtud de esa forma de hacer cine donde lo complejo revertía en algo sencillo. Hecho que delata a esos artesanos que convirtieron al cine en un arte popular e inmortal.
Todo modo de amor al cine.
«Cine maldito», una revista diferente que me ha encantado conocer. Os sigo, amigos
¡Muchas gracias! Saludos