El vacío en el liderazgo.
Tan sencilla es la amplitud de la película con la que debutó en el largometraje Jorge Michel Grau. Lo suficiente para mantenernos atentos a los secretos que esperamos desvele la pantalla. La noche más larga en la que tomar todas las decisiones familiares importantes. El terror visto desde México que ya ha sido convertida al estilo americano por Jim Mickle transformando una familia cualquiera en pequeñas fieras llenas de belleza juvenil y etérea en We are what we are.
Pero esto todavía está por llegar, y si ha interesado al otro lado de la frontera, será que la esencia de Somos lo que hay, un título pródigo en explicaciones que diagnostica la situación perfectamente, es suficientemente fuerte como para desmenuzarla.
Ya lo dije, una familia cualquiera, una con un padre, una madre y tres hijos adolescentes que conviven en su hogar con sus problemas diarios y sus discusiones provocadas. Algo común que oculta la verdadera esencia de la unidad familiar, algo que se descubre paulatinamente sin llegar a aflorar con total claridad en ningún momento. Porque aquí lo esencial es el liderazgo.
Un hombre camina con dificultad por un centro comercial, hasta que cae desplomado. En cuanto se dan cuenta lo hacen desaparecer. El inicio nos muestra una película ajena a lo que realmente ocurre, pues cuando el resto de miembros de esta casa echan en falta a la figura paternal es el momento en que la trama coge un rumbo calmo hacia la desesperación de todos ellos. Tranquilo porque no se exhiben artificios en la película, más allá de querer solucionar el problema que se considera quedar sin un padre que realmente era un líder de esta manada de personas que tienen algo más que alimentar en sus vidas.
La madre pierde la compostura ante esta nueva situación que a todos pilla por sorpresa y deben apresurarse a tomar decisiones, ya sea siguiendo los pasos del padre o como nuevos líderes del mañana, para esta pequeña comunidad que se ha quedado en cuatro, no más. Nadie se siente seguro ante la incertidumbre, tomando el poder unos y otros en una situación que se les escapa en cierto modo de las manos, pero que deben afrontar sin demoras. A estas alturas cualquiera siente curiosidad por saber cual es el secreto, y hábilmente Grau se lo guarda para su propio deleite, dejando las conspiraciones personales en nuestras manos, que siempre enriquecen estos asuntos.
Una imagen sucia y pobre acompaña esta maratón hacia ese lugar desconocido, dejando enfrentamientos verbales y físicos que van perfilando a cada personaje en una posición contraria a la de los demás. Pues cada uno ve los defectos de los otros, y en esta situación tan dificultosa necesita del apoyo de la familia para salir adelante. No falta una ración de policías incompetentes que siempre dotan al cine de terror esa dosis de manos a la cabeza por su inutilidad, aquí encajada con soltura para que el momento más crítico sea algo más angustiante.
El día se hace eterno y la noche no quiere devolver un nuevo día hasta que todo se arregle, el hijo mayor intenta dejar todo atado y los rituales familiares dominan la escena para quienes ya saben qué deben hacer. Es este juego en el que nada queda del todo claro donde el terror es una mera excusa para montar una película interesante que decide mostrar cartas poco a poco y que maneja en mejor medida el drama en el que todos se ven envueltos. Una película subjetiva en la que las víctimas son trozos de carne y los ejecutores un cúmulo de emociones que se deben encauzar de nuevo. Las costumbres familiares son un bien a defender, y el liderazgo siempre es peligroso cuando encuentra un vacío de tal calibre.