La revisión de Maniac me ha provocado la agradable sensación de retorno a aquellos míticos mediados de los noventa, época en la que los chavales cinéfilos quedábamos los fines de semana en casa de los colegas para descubrir los clásicos del gore sin otro particular que pasar unas tardes/noches «agradables» y echar unas risas con el mal llamado cine cutre. En esas legendarias sesiones descubrí películas como Bad Taste, Braindead, Zombi, Llama un extraño, Mil gritos tiene la noche, Phenomena, Bahía de sangre y muchas otras. Dentro del género de terror nuestro subgénero favorito era el slasher, una especie del horror con personalidad propia caracterizada por la presencia de un asesino en serie, frecuentemente oculto tras una máscara y de identidad desconocida para el espectador (guiño al giallo italiano) que hacia estragos entre los pobladores de los campamentos de verano ávidos de sexo o entre los conciudadanos de una pequeña ciudad rural en la que se dibujaba un microcosmos habitado por personajes estrafalarios.
Mi percepción del slasher como subgénero destinado a adolescentes ansiosos de sangre dio un giro de 180 grados tras visionar Maniac, película clave del género filmada en 1980 en cuya gestación tuvo mucho que ver la mano de Joe Spinell, actor secundario en algunas películas de Sylvester Stallone (ojo y en Taxi Driver), de inquietante presencia que para la ocasión se reconvirtió en productor y guionista levantando un proyecto hecho a su medida. A diferencia de los slasher de la época Maniac era una película urbana, ambientada en el Nueva York más sucio y depravado de inicios de los ochenta y en la que sabemos el nombre del criminal desde los primeros minutos de la película, fagocitando de esta manera el elemento sorpresa representativo en las cintas de aquel período. Maniac expone a un asesino perturbado con brotes esquizoides que mata a cara descubierta mayoritariamente a mujeres (excepto dos asesinatos de parejas que están haciendo el amor en la playa y en el coche) para saciar su paranoica misoginia provocada por una madre posesiva que hacia sus labores como prostituta delante de las narices de nuestro psicópata en las cloacas de la ciudad de los rascacielos.
El hecho de ambientar la trama en la ciudad del vicio y el dinero sirve para emitir una soterrada crítica a la deshumanización existente en las grandes urbes pobladas por autómatas carentes de vínculos afectivos e interrelaciones personales cuyo resultado no podía ser otro que la gestación de auténticos psicópatas degenerados por el aislamiento padecido desde su más tierna infancia. Este precepto emparenta la cinta de Spinell con ese peliculón titulado Henry retrato de un asesino. Ambas poseen una fotografía pestilente y apoyan sus credenciales en una historia asfixiante, indecorosa y políticamente incorrecta, si bien la cinta protagonizada por Michael Rooker ostenta un mejor trazo artístico manifestado en un desarrollo más profundo de la psicología de sus personajes, culminado con una brutal escena de violación incestuosa que queda grabada en los estómagos más gruesos.
El argumento de Maniac es sencillo de resumir: Frank Zito es un maníaco que está sembrando el terror en la ciudad de Nueva York asesinando brutalmente a mujeres (y algún acompañante) a las que desgarra salvajemente sus cabelleras. Zito es un desequilibrado impotente sexual que vierte toda su rabia contra las mujeres aniquilando sin diferencia a putas, enfermeras, descarriadas ninfómanas o ambicionas modelos. Su vida se desarrolla en su minúsculo cuchitril amueblado de muñecas de porcelana e inertes maniquíes a los que trata de transformar en humanos embelleciendo su pétreo rostro con los cabellos que saja a sus víctimas. Su carácter enajenado se ha visto reforzado por la obsesión que siente hacia su difunta y posesiva madre cuyo carácter dictatorial fomentó el carácter ensimismado del asesino. El único soplo de oxígeno del que dispone Zito son las salidas nocturnas que lleva a cabo envuelto en una bomber y un pasamontañas con el objeto de encontrar presas para satisfacer su hambre sádica. Tras conocer a una bella fotógrafa de la que se enamora su carácter esquizofrénico explota en una espiral de violencia y locura que culminará en una mítica escena final, homenaje al cine de zombies más enfermo y sanguinolento, que suministrará a Maniac su tan ansiada redención.
Los amantes del cine más bruto y chorreante disfrutarán de escenas de alto voltaje repletas de hemoglobina, diseñadas por la mano maestra del gran genio de los efectos especiales más coagulantes Tom Savini, responsable de los FX de películas como El amanecer de los muertos, Viernes 13 o Creepshow, y también conocido en sectores menos subterráneos por ser el actor que interpretó al personaje ataviado con una pistola-polla en Abierto hasta el amanecer. Destaco algunas de mis escenas favoritas: ya en el primer fotograma observamos dos degollamientos brutales de una pareja que está haciendo el amor en la playa. Este violento inicio se completa con el asesinato y feroz corte de cabellera de una prostituta en un motel de mala muerte, el enfermizo homicidio de una pareja que está haciendo el amor en las orillas del puente de Brooklyn -con cameo incluido de Tom Savini- a los que el criminal vuela literalmente los sexos con una escopeta y la que es la escena más cruel y primitiva de toda la película – y una de las más atroces la historia del gore- que no es otra que la secuencia que culmina la obra donde los inertes maniquíes que habitan el sucio apartamento de Zito toman vida en la demencia del asesino para devorar, destrozar y decapitar de forma bestial a su carcelero.
Bien es cierto que el film adolece de la intensidad narrativa de las grandes obras maestras del género, trazando una trama algo inconexa con predominio de escenas escabrosas en lugar del desarrollo coherente de los personajes. Igualmente el montaje es un tanto chusquero con presencia de fallos cutres, siendo el más divertido el que tiene lugar en la escena de la persecución en el suburbano en la que podemos apreciar que la soledad de la víctima es perturbada, tras un cambio de plano, por la presencia de varios viandantes que pasean tranquilamente por los andenes de la estación de metro que tras empalmar con el siguiente contraplano terminan desapareciendo misteriosamente cual éter en el aire. Estas cualidades de cine de bajo presupuesto engrandecen la película dotándola de personalidad propia para el disfrute de los amantes del cine imperfecto y divertido. Un aspecto muy plausible de la cinta es el pequeño homenaje que brinda al cine de Alfred Hitchcock gozando de claras reverencias a cintas tan emblemáticas como Frenesí y Psicosis.
Suelo ser bastante partidario de los remakes que dan una vuelta de tuerca al paradigma del original para reinventar desde el respeto la propuesta primitiva. El remake realizado en 2012 por Franck Khalfoun es una alternativa singular que adquiere el punto de vista del asesino mediante el uso de cámara subjetiva – al estilo de La dama del lago o La senda tenebrosa- y que partiendo del espíritu del cine de los ochenta -con buenos toques gore como la escena del vómito, los cortes de cabellera con abundante latex y una escena final tan bruta como en el original-, adapta la historia a los patrones de comportamiento actuales con un asesino más atractivo y limpio que el interpretado por Spinell que se relaciona con la clase media/alta de la ciudad neoyorquina, siendo el desamor y la timidez los ejes que incitan la explosión de la violencia salvaje de Elijah Wood. Con una fotografía innovadora y de gran calidad técnica Maniac de 2012 hará las delicias tanto de los nostálgicos del cine ochentero como de las nuevas generaciones de fanáticos del cine de terror.
Culmino la reseña reafirmando el carácter de cinta de culto de Maniac. A diferencia de otras películas que disfruté en mi adolescencia y que han perdido magia tras una posterior revisión adulta, la película sigue ostentando el espíritu que la convirtió en una pieza de museo del cine de terror sin que haya perdido un ápice de sus principales virtudes mantienendo su lenguaje enrarecido que tanto nos hizo disfrutar a los jóvenes de los ochenta o en mi caso de los noventa. Una cinta imprescindible para los amantes del horror más hardcore que seguirá revolviendo estómagos gracias a la magia del maquillaje de Tom Savini y al carácter seco sin concesiones a la galería tan característico del cine de terror de los ochenta. A disfrutar.
Todo modo de amor al cine.