La presente reseña versa sobre una de esas películas que causaron sensación en su época y que por el tiránico efecto del paso del tiempo han caído en un incomprensible olvido. Nos referimos a Jakob, el mentiroso, sin duda una de las mejores películas de la historia de la antigua República Democrática Alemana (la también conocida como DDR, o sea, la Alemania del Este) que fue nominada al oscar al mejor film en lengua extranjera (todo un hito en aquellas fechas debido al hermetismo que existía en las relaciones entre los Estados Unidos y el país situado más allá del telón de acero) y que por tanto abrió puertas para que de este modo los cinéfilos descubrieran ese cine menos promocionado hecho en los países del Este. A todo esto se añade el hecho de que a finales de los noventa la película germana fue objeto de un remake hollywoodiense protagonizado por una de las grandes estrellas del cine americano de aquella época (Robin Williams), en la más que aceptable Ilusiones de un mentiroso.
El tema del Holocausto judío no cabe duda de que ha sido uno de esos argumentos a los que el cine ha recurrido en numerosas ocasiones, siendo el eje central que sustenta la trama de Jakob, el mentiroso. Este aspecto podría hacer pensar a un espectador que no conozca el film que se va a encontrar con una película mil veces vista bajo diferentes revestimientos, es decir, la típica historia que muestra los padecimientos sufridos por el pueblo judío en el Ghetto de Varsovia a manos de los nazis, las torturas indiscriminadas padecidas por mujeres y niños, la resignación del pueblo judío ante el apocalipsis que está aconteciendo, el ambiente oscuro, pesimista y tenebroso que estos sucesos obligan a instaurar en la planificación de la película, etc.
Cierto es que el film es una fábula bastante amarga y triste acerca de todos los eventos anteriormente comentados que presenta parte de los paradigmas enunciados: una fotografía de tono ocre que se asemeja a la empleada por el maestro Istvan Szabó en su trilogía del Imperio Austro-Húngaro, una buscada escasez de medios que huye de todo artificio que impregne cualquier signo de espectacularidad al film, unas interpretaciones ascéticas cargadas de miradas perdidas y composición estoica o una total ausencia de banda sonora sinfónica que empapa el ambiente de un silencio estremecedor. Pero todos estos mandamientos acaban diluidos por el talante singular e hipnótico que emana del film. Y es que básicamente, Jakob, el mentiroso es un bello cuento de hadas a lo Hans Christian Andersen ambientado en el Ghetto judío de Varsovia del cual emerge una inteligente moraleja acerca de los límites que separan la realidad de las ilusiones así como los efectos que las mentiras contadas sin malicia causan en la mentalidad de los oprimidos por un yugo inhumano.
La cinta desprende unas gotas de humanismo realmente reconfortante gracias a la magnífica interpretación de todos los actores que aparecen en pantalla, siendo especialmente magníficas las de Vlastimil Bordsky (Jakob) y de la niña Manuela Simón (Lina). Sin duda la relación que se establece entre el amargado Jakob y la infante huérfana que acoge como una hija en su hogar es una de las más enternecedoras que recuerdo haber visto en una película gracias a la verdad que transmiten los gestos de ambos actores, otorgando de este modo a la historia una amable sensibilidad carente de almíbar que ayuda a atrapar la mirada del espectador.
Son las escenas que comparten los dos intérpretes las que más llegan al corazón. Inolvidable para mí es la secuencia en la que a Jakob ante la insistencia de Lina en que le muestre la radio que solo existe en la imaginación del fantasioso judío, no le queda otra salida que simular ser un locutor que entrevista a un Churchill que parece traer buenas noticias sobre el avance de las tropas aliadas hacia Berlín, y sobre todo, el cuento de la princesa y las nubes de algodón que nace de la imaginación y voz del impostado locutor, para que de este modo solo por un instante fugaz la inhóspita realidad de Lina se oculte en los estrechos márgenes en los que aún vive la imaginación infantil. Una de esas escenas que por planificación y sentido se quedan grabadas en la memoria por mucho tiempo. Igualmente destacable es la presencia de un casi irreconocible Armin Mueller-Stahl en un papel secundario y casi testimonial, pero en el que ya daba muestras de su contundente presencia.
La trama podemos resumirla así: Jakob es un solitario judío que vive en el Ghetto de Varsovia obligado a ejercer como sus compañeros y amigos trabajos forzados para el Régimen nazi. Una noche, por despiste, Jakob se salta el toque de queda que obliga a los judíos a permanecer en casa más allá de las ocho de la noche. Descubierto por los guardias es conducido a la comisaría. Una vez dentro del edificio, Jakob escucha una noticia en la radio que anuncia un avance importante del Ejército Rojo en su lucha por conquistar Berlín. Al día siguiente y para convencer a un joven compañero de presidio de que no arriesgue su vida tratando de huir en un plan suicida, Jakob se inventa que tiene una radio escondida en su casa en la cual ha escuchado que las tropas soviéticas se encuentran a solo tres kilómetros del lugar que habitan. Esta mentira piadosa, se convertirá por el tenebroso efecto de la rumorología en una noticia que otorgará la esperanza que se había desvanecido en el espíritu de los habitantes del Ghetto, de modo que las ganas de vivir ausentes retornarán a la frágil moral del pueblo judío.
La cinta se centra fundamentalmente en la historia que se establece entre el mentiroso Jakob y la tierna huérfana que esconde en su casa, siendo reforzada la misma por la presencia de unos maravillosos secundarios como el amigo barbero de Jakob, el cual asistirá cada tarde a la residencia de su compañero para escuchar las fantasías plenas de optimismo que narra Jakob surgidas de lo más profundo de su imaginación, así como una pareja de jóvenes judíos que luchan por casarse en contra de los impedimentos del ambiente y de la propia familia de la novia, descendiente de una estirpe de antiguos actores caídos en desgracia por su origen, que sirve para instaurar una metáfora acerca del anhelo de un futuro prometedor una vez demolidos los cimientos del tenebroso presente.
La película igualmente hace gala de un atrayente poder fascinador gracias a las ensoñaciones de Jakob, las cuales sirven para perfilar la personalidad pretérita de nuestro protagonista, al introducir en la trama pequeñas perlas de su vida pasada en la que seremos testigos de la triste historia de amor no consumado por Jakob debido a su carácter inmaduro huidizo de toda atadura y responsabilidad. Estos pequeños fragmentos de vida real se mezclan de manera muy seductora con las elucubraciones que Jakob se inventa para reforzar la moral de sus admirados oyentes, lanzando pues una inteligente metáfora sobre las consecuencias reparadoras, pero también destructivas, que la ocultación de la realidad puede surtir a los ilusos observadores de la vida.
La cinta culmina con un escalofriante plano que recuerda a los vistos en infinidad de películas versadas sobre el Holocausto judío de manera que la esperanza instaurada por Jakob a través de sus cuentos y mentiras se transformarán por acción de la cruda realidad en un edificio derruido. Únicamente la mirada ausente de desencanto de Lina deja atisbar un halo de luminosidad al final del túnel descrito por el film. Sin duda, nos hallamos ante una maravillosa parábola majestuosamente interpretada y narrada de esas que dejan una huella indeleble en la mentalidad de los espectadores que se dejen hechizar por su extraordinaria mentira.
Todo modo de amor al cine.